miércoles, 24 de septiembre de 2025

Un sofista

 

Gustavo Petro en la ONU: "La humanidad ha perdido y ha avanzado sin  titubeos hacia los tiempos de la extinción" | CNN

Gustavo Petro solicita en la ONU procesos penales contra Trump por ataques  en el Caribe | Demócrata

La Asamblea General de Naciones Unidas es un escenario para el desahogo. Quejas, señalamientos, culpas atribuidas desde el atril mayor. Se trata también de dejar algunas constancias, declaraciones de principios, intentos por resumir un sentir nacional en las palabras del representante político de cada país. Gustavo Petro es un hombre de discurso, él mismo se percibe como un sofista según la acepción original que describía a los maestros de la sabiduría y la elocuencia. Petro se embelesa con sus palabras, con su descripción del mundo, con sus ideas o sus desvaríos. Por eso es también un sofista según la acepción peyorativa de la palabra, un falseador, un embaucador que busca más el triunfo discursivo que la verdad, el efecto político que el diagnóstico cierto o la solución real.

En la ONU Petro es el hombre más feliz del planeta. Es el escenario para la victimización, la poesía nacionalista, la épica personal, el pronóstico apocalíptico, la insolencia calculada, las condenas a los poderosos. No importa que sepa que su sonsonete es irrelevante: “No se escucha la voz de las naciones y pedimos unir el esfuerzo humano en pos de la existencia. Aquí hablamos, pero no se nos escucha.”

Hace tres años el presidente dio su primer discurso en Naciones Unidas, su momento poético con “el país de la belleza ensangrentada”. Además de las mariposas amarillas, Petro ocupó un setenta por ciento de su grandilocuencia criticando la guerra contra las drogas. Desde Virgilio Barco, todos los presidentes de Colombia, excepto Duque, lo han hecho en ese mismo escenario. Es paradójico que Petro haya clamado contra el veneno del glifosato sobre la hoja sagrada en 2022 y hace unos días haya declarado que será necesario volver a la aspersión en algunas zonas. No cambió el Mundo, al contrario el mundo –o la amenaza del imperio– cambió a Petro.

El llamado a un cambio mundial terminó con la descertificación que no sucedía hace treinta años. Una herramienta que creíamos superada ocupa de nuevo la discusión sobre de nuestro papel como el productor del 65% de la cocaína mundial. Tampoco en casa se logró un avance en el tratamiento distinto del consumo, el estigma a los consumidores extranjeros también tiene efectos en la discusión local

En ese entonces, hace tres años, Petro habló también de la destrucción de la selva por la satanización de la coca. Pero la coca no causa la deforestación de la selva, el noventa por ciento está sembrada en territorios donde se ha cultivado en los últimos diez años. En 2023 la deforestación por cultivos de coca, según el estudio SIMCI de Naciones Unidas, fue de 11.800 hectáreas, mientras el total del país llegó a 80.000. En 2024 la cifra alcanzó las 113.000 hectáreas, una derrota más allá de los discursos. Además, en la Región Amazonía hay apenas 122 hectáreas de coca y las 55.000 de Putumayo y Caquetá llevan más de una década en los mismos lotes. En cuestión de guerra contra las drogas solo se ganó en hectáreas, contradicciones en el discurso y diagnósticos falaces. También en los señalamientos a los consumidores del norte se equivoca Petro, en Suramérica hay 4’850.000 consumidores de cocaína frente a los 6’450.000 de Estados Unidos. La tristeza y la codicia del norte no es la única que empuja al consumo.

Petro tampoco logró el liderazgo regional ni en la integración latinoamericana de los que habló en todos sus discursos. Fue imposible un papel efectivo frente al régimen de Maduro, en 2024 llamo país rebelde a Venezuela desde el mismo atril. Y hoy en América Latina cada quien negocia por su lado frete a las amenazas arancelarias de Trump. En el final de la era del carbón y el petróleo el gran logro fue la pérdida de valor de Ecopetrol y el inicio de las importaciones de gas. Se acabaron las oportunidades en el atril de la humanidad y en los retos de la realidad. Quedaron los fracasos poéticos.

 

 

 

miércoles, 17 de septiembre de 2025

Un caso de estudio

 

 

Un joven provocador, orgulloso de su sentido común, de sus argumentos llanos y ofensivos, feliz por carecer de un grado universitario, era quizá la estrella política más importante en las universidades de Estados Unidos. La paradoja de un predicador que detesta las iglesias donde es más exitoso. Según la página oficial del movimiento Turning Point, creado por Charlie Kirk cuando tenía apenas dieciocho años, la organización tiene presencia en tres mil quinientas universidades y colegios en el país. La furia de sus contrincantes políticos era la adrenalina que alimentaba su discurso y el reto al privilegio de la educación superior su principal objetivo.

Kirk fue la primera persona a la que acudió el vicepresidente J. D. Vance cuando decidió lanzarse al senado en 2021. Fue, además, su enlace con Trump, quien le ayudó a que Trump Jr. contestara sus correos y se creara una relación personal con el presidente. En el lanzamiento de su campaña al senado, Vance se centró en la crítica a las universidades: “Si alguno de nosotros quiere hacer lo que quiere hacer... tenemos que atacar a las universidades con honestidad y agresividad”. Su discursó usó como título una famosa frase de Richard Nixon: “Las universidades son el enemigo”. Es seguro que el joven Kirk tenía ascendencia sobre Vance, un prometedor abogado de Yale.

El asesinato de Kirk el pasado fin de semana fue la cima trágica del fuerte enfrentamiento del movimiento MAGA (Make America Great Again) con la educación superior en Estados Unidos. Una pelea que las universidades han ido perdiendo no solo con el recorte de fondos –Trump canceló 2500 millones de dólares de fondos federales– y las imposiciones de la administración Trump, sino frente a la opinión pública donde cada vez tienen menos prestigio. Según las mediciones de Gallup, en 2015 el 57% los estadounidenses tenía mucha o bastante confianza en las universidades y apenas el 10% respondía que poca o ninguna confianza. En el mismo estudio de 2023, quienes dijeron tener bastante o mucha confianza fueron apenas el 36% mientras el 32% dijo tener poca o ninguna. Fue la institución con la mayor pérdida de confianza entre 2015 y 2023. Además, solo el 22% de los jóvenes norteamericanos dicen que vale la pena, en relación costo-beneficio, obtener un grado universitario. Los desproporcionados precios de las matrículas han ido creando una creciente animadversión de jóvenes trabajadores frente a las universidades, cada vez más vistas como una logia que solo sabe de corrección política y superioridad moral.

Trump tenía muy claro el papel de Kirk frente a los jóvenes, su capacidad de hacer sentir como rebeldes a los conservadores extremos, el bulling ideológico, la agresión y la mentira, muchas veces, en un gran instrumento de batalla electoral: “Nadie entendía el corazón de la juventud en Estados Unidos mejor que Charlie”, dijo Trump luego del asesinato.

Casi todas las encuestas electorales de 2024 hablan del avance de los republicanos en el voto joven. Por ejemplo, según AP VoteCastel el 47% de los votantes de entre 18 y 29 años votó por Trump, mientras que el 51% se inclinó por Kamala Harris. En 2020, Joe Biden superó a Donald Trump con un 61% frente a un 36% en ese mismo segmento de votantes. El presidente ha reconocido el importante papel de Kirk en ese cambio.

En tiempos de erosión de la verdad y de ataques a la ciencia, cuando las mentiras de los políticos replicadas por los bots se van tomando el debate, las universidades sufren una especie de cerco ideológico por la guerra política. El activismo en sus campus que se vio tanto tiempo como un activo importante, parece haber logrado que disminuya su relevancia social.

 

miércoles, 10 de septiembre de 2025

Los inmortales

El presidente Vladimir Putin y el presidente Xi Jingping caminan uno al lado del otro rodeados de personas

 

Dos hombres de un poco más de setenta años hablan de la inmortalidad. Son hombres silenciosos por naturaleza y necesidad. Su voz solo debe oírse en sus discursos y declaraciones. Tienen a su cargo la vida de millones de almas y deben ser cautos. Sus conversaciones personales, su vida más allá de su cargo, están protegida por muros infranqueables. Nadie debe conocer sus debilidades, sus palabras mortales y cotidianas, sus descuidos y frivolidades. Su lenguaje solo está hecho para la posteridad: placas, sentencias, decretos… La voz recia que entregan a su pueblo desde el altar de los supremos.

Pero alguien, que ya debe estar en el otro mundo, dejó un micrófono abierto y todos pudimos oír a Vladimir Putin (73) y a Xi Jinping (72) hablando de las posibilidades de alcanzar la inmortalidad. “En el pasado, la gente rara vez vivía más allá de los 70. Hoy, a esa edad, se te considera un niño”, dijo Xi con su traje gris, cortado por el tiempo, el mismo que seguramente lucirá en su funeral. “La biotecnología está avanzando. Habrá constantes trasplantes de órganos humanos, y puede que incluso la gente rejuvenezca a medida que envejece, llegando incluso a alcanzar la inmortalidad”, respondió Putin con su mano en el pecho y el color ceroso de los embalsamados.

La inmortal conversación tuvo lugar minutos antes de la parada militar en Pekín para conmemorar la victoria China sobre Japón al final de la Segunda Guerra Mundial. La simetría maniática del desfile, la uniformidad que multiplica las tropas ad infinitum, hizo que algunos recordaran los guerreros terracota que guardan otra historia de una obsesión eterna. Qin Shi Huang, el primer emperador Chino, buscó la inmortalidad hasta su muerte temprana a los cuarenta y nueve años. Textos encontrados en cortezas en 2002 hablan de su tarea angustiosa por hacer el quite a la hora decisiva. Ordenó buscar el secreto por toda la China y sus súbditos respondían con impotencia o mentiras. Terminó envenenado con mercurio que le proporcionaban sus médicos siguiendo la superstición de los taoístas.

Pero esas son cuentos chinos de hace dos mil años. Hablemos de Putin y su ya documentada obsesión por llegar al menos a los ciento cincuenta añitos. En 2024 la viceprimera ministra rusa, Tatiana Golikova, presentó el “programa nacional para prevenir el envejecimiento y promover la longevidad”. Es en realidad más un programa personal que nacional. En 2012, Dmitri Medvédev, mano derecha de Putin, impulsó la criogenia para preservar la vida del jefe. Hay empleados extraños.

Todo el embeleco perpetuo de Putin tiene un curioso predecesor que murió sobre el baúl en el que guardaba sus pobrezas. Su nombre es Nikolai Fyodorov, escritor, filósofo y vitalista ruso admirado por Tolstoi y Dostoyevski. Fue un luchador contra la muerte, quería traer de vuelta a sus antepasados: “Deberíamos dar a luz a nuestros padres”. Durante la guerra civil rusa sus seguidores, con bastante sentido común, declararon que la muerte era “lógicamente absurda, éticamente inadmisible y estéticamente fea”. Reclamaban el derecho a vivir eternamente. Uno de los discípulos de Fyodorov, ya en el siglo XX, fue Konstantin Tsiolkovsky, un pionero de la conquista del espacio. Imaginó la tierra como una gran nave espacial y escribió en 1903 su gran obra: La exploración del espacio exterior mediante cohetes. Uno de los padres del Cosmismo. El Kremlin lo admira tanto como Elon Musk, quien promete la inmortalidad con una buena simbiosis entre cerebro y máquina. Nada de pócimas, solo IA.

Putin y Xi morirán más temprano que tarde, levantarán el brazo izquierdo con una terrible mirada de locura o de cólera, con los labios negros por la falta de oxígeno, morirán así, como murió Stalin según el relato de su hija. No hay tiempo para la eternidad.