miércoles, 10 de septiembre de 2025

Los inmortales

El presidente Vladimir Putin y el presidente Xi Jingping caminan uno al lado del otro rodeados de personas

 

Dos hombres de un poco más de setenta años hablan de la inmortalidad. Son hombres silenciosos por naturaleza y necesidad. Su voz solo debe oírse en sus discursos y declaraciones. Tienen a su cargo la vida de millones de almas y deben ser cautos. Sus conversaciones personales, su vida más allá de su cargo, están protegida por muros infranqueables. Nadie debe conocer sus debilidades, sus palabras mortales y cotidianas, sus descuidos y frivolidades. Su lenguaje solo está hecho para la posteridad: placas, sentencias, decretos… La voz recia que entregan a su pueblo desde el altar de los supremos.

Pero alguien, que ya debe estar en el otro mundo, dejó un micrófono abierto y todos pudimos oír a Vladimir Putin (73) y a Xi Jinping (72) hablando de las posibilidades de alcanzar la inmortalidad. “En el pasado, la gente rara vez vivía más allá de los 70. Hoy, a esa edad, se te considera un niño”, dijo Xi con su traje gris, cortado por el tiempo, el mismo que seguramente lucirá en su funeral. “La biotecnología está avanzando. Habrá constantes trasplantes de órganos humanos, y puede que incluso la gente rejuvenezca a medida que envejece, llegando incluso a alcanzar la inmortalidad”, respondió Putin con su mano en el pecho y el color ceroso de los embalsamados.

La inmortal conversación tuvo lugar minutos antes de la parada militar en Pekín para conmemorar la victoria China sobre Japón al final de la Segunda Guerra Mundial. La simetría maniática del desfile, la uniformidad que multiplica las tropas ad infinitum, hizo que algunos recordaran los guerreros terracota que guardan otra historia de una obsesión eterna. Qin Shi Huang, el primer emperador Chino, buscó la inmortalidad hasta su muerte temprana a los cuarenta y nueve años. Textos encontrados en cortezas en 2002 hablan de su tarea angustiosa por hacer el quite a la hora decisiva. Ordenó buscar el secreto por toda la China y sus súbditos respondían con impotencia o mentiras. Terminó envenenado con mercurio que le proporcionaban sus médicos siguiendo la superstición de los taoístas.

Pero esas son cuentos chinos de hace dos mil años. Hablemos de Putin y su ya documentada obsesión por llegar al menos a los ciento cincuenta añitos. En 2024 la viceprimera ministra rusa, Tatiana Golikova, presentó el “programa nacional para prevenir el envejecimiento y promover la longevidad”. Es en realidad más un programa personal que nacional. En 2012, Dmitri Medvédev, mano derecha de Putin, impulsó la criogenia para preservar la vida del jefe. Hay empleados extraños.

Todo el embeleco perpetuo de Putin tiene un curioso predecesor que murió sobre el baúl en el que guardaba sus pobrezas. Su nombre es Nikolai Fyodorov, escritor, filósofo y vitalista ruso admirado por Tolstoi y Dostoyevski. Fue un luchador contra la muerte, quería traer de vuelta a sus antepasados: “Deberíamos dar a luz a nuestros padres”. Durante la guerra civil rusa sus seguidores, con bastante sentido común, declararon que la muerte era “lógicamente absurda, éticamente inadmisible y estéticamente fea”. Reclamaban el derecho a vivir eternamente. Uno de los discípulos de Fyodorov, ya en el siglo XX, fue Konstantin Tsiolkovsky, un pionero de la conquista del espacio. Imaginó la tierra como una gran nave espacial y escribió en 1903 su gran obra: La exploración del espacio exterior mediante cohetes. Uno de los padres del Cosmismo. El Kremlin lo admira tanto como Elon Musk, quien promete la inmortalidad con una buena simbiosis entre cerebro y máquina. Nada de pócimas, solo IA.

Putin y Xi morirán más temprano que tarde, levantarán el brazo izquierdo con una terrible mirada de locura o de cólera, con los labios negros por la falta de oxígeno, morirán así, como murió Stalin según el relato de su hija. No hay tiempo para la eternidad.

 

 

1 comentario:

Sixpence Notthewiser dijo...

Dos monstruos que quieren vivir para siempre.
Sería en detrimento de la humanidad de millones.

XOXO