Se cumplen dos años del ataque terrorista de Hamás y del inicio de la respuesta Israelí que ha sido desproporcionada y criminal. Una simple mirada a la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, aprobada en 1948 por la Asamblea General de Naciones Unidas, deja claro que lo que ha hecho Israel no tiene otro nombre. Son XIX artículos para comprobar que la estrategia de tierra arrasada de Israel se ajusta a cada una de sus definiciones. El informe de la Comisión Internacional Independiente de Investigación sobre los territorios palestinos ocupados, creada en 2021, lo dijo en la reciente Asamblea General: “Al matar, causar lesiones físicas o mentales graves, someter deliberadamente a condiciones de vida para destruir a los palestinos, e impedir la natalidad en Gaza, las autoridades y fuerzas israelíes perpetraron cuatro de los cinco actos genocidas definidos en la Convención para evitar ese crimen.”
Hay un gran acuerdo mundial en la condena a las acciones que dirige Netanyahu. En junio 149 países exigieron un alto al fuego y una rendición de cuentas por parte de Israel. Luego de la orden de arresto por parte de la Corte Penal Internacional por delitos de lesa humanidad, Netanyahu y su exministro de defensa podrían ser arrestados en 124 países. Además, 155 países reconocen hoy la existencia del Estado de Palestino. Entre ellos, los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU excepto Estados Unidos. La solución de dos estados para el largo conflicto está planteada desde hace más de ochenta años y ha tenido variados intentos y fracasos con apoyo del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
No estamos, entonces, en un mundo que ignora un genocidio, no tiene sentido la idea según la cual hay algunos visionarios que abren los ojos a un planeta insensible. Israel está cada vez más cercado internacionalmente y ya se habla del “momento Sudáfrica”, cuando la presión internacional se haga tan fuerte que obligue a Israel a negociar y a poner fin al asalto desmedido contra todo un pueblo. Pero entre nosotros el presidente ha vendido una idea bien distinta. Petro se considera la vanguardia mundial en la defensa de Palestina. Cree, o quiere hacer creer, que lidera al mundo contra la atrocidad desde sus ensueños en X. Petro sufre de un repentino ataque de juventud que puede guiar al mundo árabe desde el megáfono. Quiere ser Greta Thunberg, “digna como una antigua vikinga”, sueña con encarnar un rockstar comprometido y enseñar su dark side of te moon. Y quiere volver al combate, tiene nostalgia de la lucha armada, quiere interpretar al Arafat del fusil, ir a la batalla y, por qué no, “morir en esas arenas llenas de sangre y humanidad”. Es solo un poco de Jhovanoty.
Pero su arrebato es también una estrategia. Lleva al menos un año vendiendo esa imagen. Lejos de nuestras miserias y sus desastres. Es más fácil machacar una causa indiscutible que enfrentar la realidad, si se puede ser un adalid, ¿para qué ser un presidente? Además, Petro señala enemigos internos en su cruzada por Gaza, una causa noble y una estrategia doble, una manera de ampliar la categoría de fascistas en la que ya ha ubicado a medio país. El presidente habita una alucinación.
Los presidentes de los países cercanos ideológicamente en la región, México, Brasil y Chile, tienen posturas muy similares: todos han hablado de genocidio y reconocido a Palestina como Estado, han retirado sus embajadores y roto acuerdos de cooperación militar, han suspendido algunos lazos comerciales. Pero ninguno encarna al activista, no sueñan con llevar el timón de los veleros de la flotilla. Petro es la vanguardia de sí mismo, no es un abanderado de Palestina sino del Pacto.
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