El hombre rebelde nunca aceptará el fracaso. El mundo se opone a sus ideales, la mezquindad impide que la llegada de la justicia y la libertad sea rápida. Las derrotas serán siempre una muestra de la magnitud de sus propósitos y sus enemigos. El hombre rebelde es también el hombre de las dificultades. Sus méritos están probados, de modo que no se requieren resultados, solo valor y audacia, y la belleza de las palabras que envuelve siempre la bondad.
Petro ha tenido unas semanas difíciles pero excitantes, con derrotas dignas, victorias simbólicas, traiciones que lo enaltecen, ataques ansiados. La imposibilidad de la paz total, luego de la masacre en el Catatumbo, mostró que su rebeldía armada tuvo su tiempo y su triunfo. Y que los supuestos revolucionarios de hoy, que se dicen sus socios, han pasado a la degradación y el sicariato. No entendieron el momento histórico de “El Cambio”, su triunfante revolución, no quisieron sumarse a su épica personal. De modo que llegó el momento de anunciar la guerra, una palabra difícil, pero que muestra sus bríos y desmiente a sus peores enemigos, a la derecha que lo tilda de pusilánime. El estado de excepción también es un sueño para el hombre que entiende la contradicción entre revolución y gobierno. Un poco más de poder, una tiranía provisional para servir a la humanidad, dirían los marxistas. Pero seguro la Corte lo arruinará todo. Por eso tocó acudir a una máxima ineludible: “el gobierno solo puede ser revolucionario contra otros gobiernos”.
Su desplazamiento a Haití fue jubiloso. Recibido con aplausos por un pueblo negro y pobre. Descubrir un busto es siempre quitar un velo, develar la historia y para eso fue la visita. Para honrar a los héroes olvidados. El hombre rebelde rinde tributo a sus iguales, habla con el bronce, le entrega significación al caos del presente. Haití es un país lleno de terror e infamias, pero el pasado es su gloria y hay que recordarlo. Llegar a esa pequeña isla destruida luego de privar a Davos de su visita significa mucho más. Su elección es siempre una lección. El hombre rebelde es también un apóstol, prefiere las llagas al oro, cura con su sermón. Un video dejó clara esa comunión lograda.
La apoteosis llegó el domingo en la madrugada. Los delirios del Coronel hicieron que todo fuera un poco borroso, imaginado, una especie de revelación. Se trató de romper las cadenas del imperialismo, de plantar la dignidad por encima del mundo y sus avaricias. Un David contra un Goliat, aunque Maduro gastó la comparación unos días atrás. En 1951 Albert Camus publicó El hombre rebelde, un largo ensayo que reseña las penas de la utopía, los excesos de las revoluciones y las justificaciones morales de algunas atrocidades. Camus habla de la adhesión del hombre rebelde a “cierta parte de sí mismo”, a concebir sus valores como derechos irrenunciables. Los héroes románticos estuvieron entre los rebeldes, la belleza era su bandera frente a un mundo turbio, el sueño de la genialidad de los artistas convertidos en tiranos. Para el hombre rebelde las injusticias sufridas justifican los excesos, el frenesí es un arma necesaria para oponerse al mal.
Como los verdaderos rebeldes Petro está dispuesto a entregar su vida por sus ideas, no solo es apóstol, también es redentor y martir: “Me matarás, pero sobreviviré en mi pueblo que es antes del tuyo, en las Américas”, escribió Petro en su trino macondiano. Las consecuencias no valen a la hora de la rebeldía, se trata de poner una línea infranqueable, de subrayar un NO. Delante de esa línea el mundo no existe, solo vale el hombre en abstracto, el rebelde solo mira al horizonte con los ojos perdidos.
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