martes, 29 de diciembre de 2009
Mujeres del año
Me perdonarán por la inevitable lista de fin de año. Un truco barato que hace su agosto en las páginas de los diarios de diciembre con la intención de vencer la desmemoria. Una especie de crucigrama en prosa para ir llenando con recuerdos propios mientras se lee. El tema será la pequeña definición de algunas mujeres memorables que dejó el 2009. Habrá tragedias de sangre, colmillos de coyotes, baladas sorprendentes y aventuras marinas.
La primera tiene un nombre de cuatro letras que en persa significa voz. Fue elegida personaje del año por el diario británico The Times. No era una ferviente militante política ni una activista dispuesta a la huelga de hambre o algún otro martirio. Sólo decidió acompañar, desde prudente distancia, una de las manifestaciones contra el gobierno iraní luego de las elecciones presidenciales de junio pasado. Su gesta no duró más de un minuto frente al ojo impúdico de un teléfono celular. Está agonizando en la calle, de cara al cielo, mientras un hombre intenta auxiliarla con las palabras que se le dirían a un niño en medio de un tumulto: “No temas, no temas, no temas”. Sus precarios biógrafos dicen que tocaba piano y cantaba, actividades prohibidas para las mujeres en Irán. Ahora un aura verde adorna sus fotos en las manifestaciones contra el régimen de Ahmadineyad. Neda Agha-Soltan.
Ser el hijo de una mecanógrafa y un bombero encarna una extraña paradoja, una disyuntiva entre el tedio eterno frente al teclado o las apoteosis del fuego, el llamado a realizar alguna proeza. Todo apuntaba a que la última hija de una familia numerosa de Escocia sería una olvidada voluntaria de iglesia. Adornar las bancas con cintas para la ocasión, arreglar los grandes floreros del altar, ocultarse en la multitud de un coro para cantar sin ser escuchada. La falta de oxigeno al momento de nacer y los problemas de aprendizaje garantizaban la tranquilidad de anonimato. Su facha de monja en la civil aplacaba hasta las burlas. Pero un programa concurso es también una lotería y una canción de Los Miserables -I Dreamed a Dream- puede ser una balota irresistible. Su pobre gato aún no sabe que vive con una celebridad mundial. Su número telefónico debió ser borrado del directorio y hace unos meses rechazó una invitación de Barack Obama. Pero en la Casa Blanca no se resignan: ahora está invitada a amenizar el cumpleaños de Michelle. Susan Boyle.
Es extraño que una música joven y exitosa, lista a descollar en los rankings y en las revistas, tenga hábitos cercanos a los de los ascetas y los solitarios. Luego de una nominación como mejor músico joven del año la chica decide irse a caminar a las montañas del parque natural de Cabo Bretón en Canadá. Unos días antes su diario de montañista hablaba de la soledad del bosque y el inspirado temor que puede producir. También había respondido un cuestionario a una revista de adolescentes: “Pensamiento del día: Un día voy a construir una casa en las montañas”. Dos coyotes hicieron de su historia una cruenta fábula infantil. La atacaron y solo pudo defenderse con sus gritos. Solo faltó la nieve en esa escena para un cuento de terror un 28 de octubre. Taylor Mitchell.
Puso en aprietos a un país europeo que suele agitar con orgullo la bandera de la autonomía personal. Así habló en una de sus cartas a su padre: “Voy en busca de mi libertad. No quiero saber nada más de Holanda y no pienso volver nunca”. Intentaba dar la vuelta al mundo, sola, en su velero, con apenas 13 años de edad”. Un capricho y una hazaña al mismo tiempo. Los jueces, peces negros con una lengüeta blanca bajo la boca, lo han impedido. Dicen que debe hacer sus tareas. Pero ella nació en un velero, cerca de las costas de nueva Zelanda y odia a su profesora de geografía. Que alguien la saque de la pecera. Laura Dekker.
martes, 22 de diciembre de 2009
El globo fantasma
Un cuento de Rubem Fonseca con seis detectives dedicados a seguir el rumor de un gran globo, llamado El Cabrón o El Animal, que se dice despegará desde una de las barriadas de Río y mirará a la ciudad desde lo alto con su ojo luminoso e insolente, me hizo llamar a mi agente globero en Medellín para pedir unos cuantos faroles voladores y repetir el descaro de uno de los protagonistas de El globo fantasma: “Zé de Souza un día me dijo que se caga en la ley de los tribunales y en la frescura de los ecologistas. Nuestra lucha, me dijo, es contra la ley de Newton. Cuando le hablé de los bosques me respondió que se jodan los bosques, los bosques se incendian desde hace millones de años y el mundo no se ha acabado”.
De verdad que no me extraña que los globeros de Río hagan parte de una incipiente religión que rinde homenajes a San Juan y San Pedro con sus ofrendas de papel de seda. El mechero es siempre el líder de la congregación. El encargado de formar las seis capas sucesivas de estopa y cera que alentarán al globo con su llama azul. Fernando Vallejo ha descrito bien la liturgia con nuestras palabras y nuestros santos: “El humo es como quien dice su alma, la candileja el corazón. Cuando se llenan de humo y empiezan a jalar, los que están elevando sueltan, soltamos, y el globo se va yendo, yendo al cielo con el corazón encendido, palpitando, como el Corazón de Jesús”.
La mecha debe extinguirse cuando el globo es aún un solitario punto suspensivo sobre un cielo de papel de china. No para salvar los bosques ni las benditas bodegas sino para no perderle el rastro a su promesa, para recibir el secreto de hollín en la cara al recogerlo luego de su vuelo. El rastreador, segundo al mando en la iglesia globera, es el encargado de calcular su rumbo y conocer la maraña de la ciudad para llegar primero a la algarabía del aterrizaje: “La función de esa muchedumbre es rescatar el globo, de ser posible intacto, doblarlo, colocarlo en la pick-up y llevar al animal apagado de regreso, para después soltarlo de nuevo”.
En el cuento de Fonseca también aparecen creyentes de la iglesia opuesta. Dos funcionarias municipales, inteligentes, dedicadas, fanáticas de la ecología: “Para ellas el árbol era la mejor cosa que existía en el mundo”. Las señoras se encargan de presionar a los detectives que miran indolentes los globos, que no pueden ver la maldad en un vuelo tan lento:
-“Todos los globos son una cosa monstruosa. Los globeros son una banda de criminales”.
-¿Por qué no una banda de soñadores? Son comunidades enteras las que hacen el globo. Sólo quieren ver cómo sube hacia el cielo. Lo más alto posible.”
Ya me aburrí de este diciembre de nieves imposibles al que nos condenan cada vez con más saña. Antes fue el pecado del musgo en el pesebre, ahora claman contra la ejecución del marrano en la cochina calle y piden condena para el matarife de uña larga. Y ponen sobre la mano del globero, olorosa a petróleo, los males del planeta y la suerte de los osos polares y los renos inexistentes. Oigo con gusto la conversación de pirómanos de los detectives de Fonseca:
-“Pero el globo es una cosa bonita, ¿o no doctor?
-Un incendio también.
-La cosa más bonita que he visto fue el incendio de la refinería.
-Lo bello horrible, Cão.”
Lanzaré mis globos sin remordimiento. Pensando en la campana de los bomberos, en la jauría alegre que los seguirá y el tranquilo aterrizaje del Cabrón del cuento: “Calló lentamente y tocó el agua…La inmensa boca de fierro se posó en el océano y el globo se quedó inmóvil, una carabela fantástica sobre el mar en calma”.
martes, 15 de diciembre de 2009
Francotiradores virtuales
En octubre pasado el ministro de justicia italiano pedía a los fiscales de su país una investigación a la página de Facebook titulada Uccidiamo Berlusconi. Los funcionarios del gobierno se mostraban indecisos sobre el delito imputable a los creadores del llamado a matar al bueno de Silvio. Para unos era un tipo penal llamado “amenazas graves” y para otros se trataba de “incitación a cometer un delito”. Más de quince mil personas habían respaldado el alarde creado por una alcohólica sin ánimos de hacerle daño a nadie excepto a su hígado. Ella defendía el título de su “local” diciendo que era un lugar para las expresiones bizarras. Al final, desde California los administradores de Facebook obligaron al cambio de nombre y el grupo siguió funcionando bajo un encabezado menos sonoro y más sereno: “Berlusconi ahora que tenemos tu atención, responde a nuestras preguntas”. Ahora la causa penal parecía una desproporción para el tamaño de la amenaza.
Pero la agresión física contra Silvio Berlusconi, los daños sufridos en su máscara de galán septuagenario, han vuelto a desquiciar la discusión sobre lo que significa escribir una patanería en Facebook. Los sitios que surgieron apoyando la figura del agresor luego del ataque han sido borrados, los ministros llaman a la fiscalía a ser drástica y ponen a los grafiteros de Internet en el mismo bando de los críticos en los grandes medios: todos hacen parte de una campaña de odio contra Il Cavalieri que terminó mal y pudo terminar peor. Los partidarios de Berlusconi en la red han respondido con elegancia, recurriendo más a la falsificación que a la violencia. El sitio de Facebook más popular de Italia, creado en solidaridad con las víctimas del terremoto en Abruzzo, amaneció con un encabezado de apoyo para el primer ministro. Una vez más Facebook ha demostrado ser un sitio para el desfogue de adolescentes aburridos, oficinistas cansados y universitarios con ganas de tener un millón de amigos y así más fuerte poder gritar.
Ni siquiera los servicios secretos de Estados Unidos expertos en el uso y el abuso de la paranoia le entregan mayor importancia al delirio insignificante de Facebook. Hace unos meses apareció una encuesta que preguntaba a los visitantes si querían el asesinato de Barack Obama. El rastreo llevó a los detectives hasta el computador de un menor de edad que había lanzado la pregunta en una tarde de tedio. Quería ver respuestas en su página e intentó una encuesta original. Edwin Donovan, el vocero del servicio secreto, dijo que el menor no tenía intención de causar daño al presidente y que no se levantarían cargos contra el niño ni contra sus padres. “Caso cerrado. Probablemente podría caracterizarse como un error”.
La verdad es que el niño no logró la originalidad que pretendía. Más de quinientas páginas de Facebook comienzan con el “Matar a …” como invitación. Ese matar se ha convertido en un código para el llamado a una comunidad de aficionados al insulto contra cualquier personaje público, sea Chuck Norris, Jerónimo Uribe o Diego Maradona. Los fiscales deberán mirar con atención cada caso si no quieren terminar encartados con un pabellón de tontos que solo intentaban jugar a los barras bravas de la política o la farándula. Instigar no es sinónimo de gritar. Aunque el grito pueda ser uno de los medios de la instigación.
En Italia el asunto es preocupante porque la nueva aura de víctima de Berlusconi podrá servir para llegar a la censura. A comienzos del año la película Shooting Silvio fue bloqueada en la televisión Italiana y en proveedores de cable. Silvio sabe que la ficción también es un terreno peligroso.
martes, 8 de diciembre de 2009
Retrato escrito
La peregrinación de cada comienzo de diciembre hasta la casa marcada con el número 45D-94 en el barrio Los Olivos, en Medellín, me obligó a abrir la novela Happy birthday, Capo. En últimas, el trabajo de un escritor es mejor alimento para la curiosidad que la cháchara del taxista que nos lleva hasta los bajos de la comuna 13 y nos señala una fachada. En el libro de José Libardo Porras están los últimos revoloteos de Pablo Escobar, una polilla que da tumbos entre remordimientos, paranoias, sueños y la tentación del teléfono. Son ocho largas horas en la compañía de Inés, la cocinera con todas las medallas a la lealtad, y Corozo, un lavaperros como cualquiera, con agallas y sin hígados, aburrido bajo las modorras de la marihuana y receloso de la figura derrumbada del Patrón.
Todo se ve deforme desde las ventanas de esa casa que aparenta normalidad. Como si sus habitantes solo pudieran ver a través de la mirilla de la puerta que amplia la realidad con su ojo de pescado. Pablo Escobar dedica buena parte de la mañana a vigilar a los recicladores de la esquina. Le parecen temibles y envía a Inés, su única posibilidad de agente encubierto, para que los indague. Ahora los albañiles que trabajan en la casa del lado están muy silenciosos. Por qué apagaron el radio, por qué ya no suenan Las mañanitas en versión de Javier Solís. “¿Albañiles?, dudó, ¿recicladores?, quién sabe”.
Las relaciones entre Corozo y el Capo se han ido enturbiando en medio de la decadencia y el tedio. Pablo se ha levantado primero que su guardaespaldas, ha descubierto el olor a marihuana debajo de su puerta, ha oído sus ronquidos: cómo se atrevía a dormir así en su presencia, sabiendo que él no podía conciliar el sueño y le pagaba millones para que velara a su lado. El Patrón sintió el piso sucio, andaba descalzo todo el día, y no pudo contener su rabia: “Póngase a barrer y a trapear, ¡güevón! Esta casa está muy sucia”. De ahí en adelante todo fue desconfianza entre el rey y su peón de brega. “Qué va, esta guerra no es mía”. Piensa Corozo y pone en la balanza los dos mil quinientos millones de recompensa. Qué habría hecho yo teniendo a la mano, a la distancia de una traición, dos mil quinientos millones de pesos, se pregunta Pablo Escobar mirando una vieja revista Fortuna de 1980 con un gracioso titular: “Rico McPablo”.
Los noticieros de televisión y los periódicos, antiguo vicio del Patrón, ahora están prohibidos. Los medios se pasaron mostrando el peregrinaje de indeseables de su esposa y sus hijos. Ahora no los quiere ver. Así que las mañanas de insomnio y las tardes de calor con las cortinas corridas pasan más lentas. Oyendo los ladridos de los perros, el silbido del sereno, los gritos de los voceadores: “La uva Chilena, a mil pesitos la libra, el que no la lleve es porque está pelao”. Un ejercito menor, las milicias del ELN, cobra la cuota de mantenimiento a todo el mundo en el barrio. Lo suyo es apenas un juego de pandillas, un murmullo que el avión de interceptaciones que sobrevuela la ciudad no podría detectar.
Inés prepara arroz con huevo y tajadas de plátano maduro. El olor logra que esa casa de desahuciados, con tres materas de anturios en la sala, colchonetas en las piezas y una cocina con cuatro platos Made in China, vuelva a tener un aire de familia. En sus últimos desesperos Pablo decide quemar los libros que han llenado sus hazañas de mentiras. Corozo ha logrado salvar No nacimos pa’ semilla y lee la historia ya sabida desentendido del mundo, con la Ingram en el suelo. Tocan la puerta y San Judas Tadeo nada puede hacer. Causas perdidas.
martes, 1 de diciembre de 2009
Otra dosis
Terminó el tiempo para los argumentos constitucionales, los reparos de procedimiento, las réplicas liberales y las marchas de sí al bareto y no Alvarito. Antes del 16 de diciembre la Constitución colombiana tendrá un artículo que corresponde a los empeños morales del Presidente más que a los principios del Estado. La voluntad de un solo hombre, su porfía de cruzado, puede lograr que el país ponga algunos de sus lemas personales en la Constitución. Una insignia populista para lucir al interior y una postura severa para exhibir más allá de las fronteras.
Pero a pesar de su apariencia inútil la retórica puede tener consecuencias en las calles, en los calabozos de las estaciones y en los baños de los Centros de Atención Inmediata (CAI) de la policía. En una reciente columna sobre el capricho presidencial con el tema de la dosis mínima, Jorge Orlando Melo criticaba la costumbre nacional de prevenir una conducta indeseable a punta de leyes o artículos constitucionales. La lógica según la cual si no es posible detener al jíbaro es necesario perseguir al comprador ocasional. Al final, Melo se tranquilizaba calificando la reforma en ciernes como “un puro saludo a la bandera, sin ningún efecto. Una reforma insensata, pero inocua e inane.”
Melo tiene sus razones para el optimismo: la reforma terminó hablando de prohibición y no de penalización. Los tribunales médicos que le gustan a Fabio Valencia le parecieron peligrosos hasta a Nicolás Uribe ¡Un Uribito más! Pero bueno, al menos le dio pudor impulsar las camisas de fuerza del Estado terapéutico. Por ahora no habrá más que una prohibición en abstracto en un artículo de la Constitución. Sin mebargo creo que luego de 15 años de estar obligados a guardar ciertas formas frente a los consumidores, los policías se saborean su revancha. Se ha renovado un aval para su juego de pequeñas extorsiones al portador de un barillo silvestre. No hay un marco para aplicar la prohibición así que los policías tendrán un interesante margen de maniobra. Los supuestos enfermos, ya que el espíritu fraternal de la reforma fue dibujar al consumidor como un apestado y no como un delincuente, quedarán en manos de los médicos más peligrosos: los policías. Ellos tomarán las medidas “pedagógicas, profilácticas y terapéuticas” de las que habla el gobierno.
Pero incluso la reforma podrá resultar contraproducente para el supuesto fin proclamado hace unos días por el ministro del interior: “ir por los jíbaros”. El tono de Valencia Cossio me recordó a Harry J. Anslinger, el primer comisario de narcóticos gringo cuyas declaraciones en los años 30 pasaron poco a poco de alarmas contundentes a piezas humorísticas. Decía que es muy posible que la lógica de los policías sufra una pequeña mutación: “Para que meterse en problemas siguiendo el negocio de los jíbaros, más lisos y más peligrosos, si es posible jugar un rato con los consumidores, más asustadizos y más rentables”.
Estamos entonces en los tiempos de enfrentar la nueva actitud de los policías frente al consumidor recreativo. Se acabó la hora de los argumentos y pasamos a la etapa de los tormentos. A pesar de haber estado hace unos años en cuclillas en el baño de un CAI por culpa de un cogollo apretado en una pipa de madera, tengo que decir que los policías se comportaron con relativa prudencia. Se quedaron con la pipa y el moño, le encontrarían cliente fácil en Chapinero, y soltaron un insulto juicioso en vez de una patada. No hubo extorsión. Me temo que la reforma sí tendrá efectos: cambiarán los protocolos policiales y la prima navideña de los agentes.
martes, 24 de noviembre de 2009
Apretar la prensa
Poco a poco los gobiernos de izquierda en América Latina han ido ganando su pulso contra los medios de comunicación. La estrategia es desprestigiar a esos poderosos pulpos tira tintas, llevar la suspicacia del lector o el televidente hasta los extremos de la paranoia, magnificar los poderes de los “grandes conglomerados” y pararlos palmo a palmo frente a un gobierno vituperado. Chávez ha hablado mil veces del “veneno” que destilan los “medios apátridas” y ha ido algo más allá de las simples palabras. Sus milicias rondan a los “gacetilleros a sueldo de la burguesía”. Correa dijo hace poco con el tono mesurado del educador: “Apaguemos el televisor y tengamos la mente limpia. No es necesario leer periódicos”. Evo, algo más atrevido, propone la creación de un Consejo de Derechos Humanos del ALBA y pone las imprentas y las cámaras de televisión como una de las plagas a combatir: “son medios de comunicación de la derecha, dirigentes de las oligarquías, guerra de comunicación de gente de las logias, algunos medios sólo ven la plata, si les das plata suben la encuesta y te hacen ganar”.
Hasta ahora Colombia se ha librado con relativa tranquilidad del combate entre gobierno y medios. Uribe trinó su estribillo de costumbre contra Hollman Morris y Jorge Enrique Botero por el cubrimiento de la entrega de los militares en febrero de este año: “Cómplices del terrorismo”, los llamó. Incapaz de diferenciar entre el oportunismo más o menos barato y el delito. Pero se trataba más de un pleito privado que de una condena a los medios en general. Lo demás ha sido llamar frívolos a algunos directores y columnistas por su gustó por el Whisky y la cháchara.
Sin embargo, todo el alboroto que causó la salida de Claudia López de El Tiempo sumado al tragicómico espectáculo de los noticieros de los canales privados y su parrilla de capos en las noches, ha despertado en algunos sectores las ansias de un escarmiento para el “poder desmesurado de los medios”. En recientes foros sobre la libertad de opinión fue normal oír voces del auditorio y la mesa principal pidiendo herramientas para obligar a periódicos y canales de televisión a cumplir con sus obligaciones.
La reciente aprobación de la ley de Medios en Argentina, tal vez la más sutil de las andanadas del populismo contra la prensa en América, puede entregar lecciones sobre el peligro que supone un catálogo de orden y comportamiento para los “servicios audio visuales”. La ley surge supuestamente de una iniciativa ciudadana para democratizar la radio y la televisión y hacer más plural el ejercicio de la información. Pero termina resolviendo un pleito entre el gobierno de los Kirchner y el grupo Clarín. Y entregándole a un órgano oficial la posibilidad de repartir premios y castigos (renovación o revocatorias de licencias) a los dueños de las emisoras, los canales de televisión abierta y los “cableros”. Un filósofo argentino llamado Tomás Abraham resume bien los riesgos de la ingenuidad bien intencionada: “Hay algo que le toca en el talón de Aquiles a cierto progresismo, que tiene una idea del Estado como si fuera un ángel con un arpa.”
Pero el Estado cambia siempre el arpa por la regla del maestro despótico. Y los Kirchner ya han hecho el trabajo político para conformar la “autoridad de aplicación” de la ley. Señalarán qué medios ayudan a la “ampliación del pluralismo”, sostendrán las emisoras comunitarias con la pauta oficial, desintegrarán los grandes “monstruos mediáticos” para enfrentar engendros más dóciles. En asuntos de gobierno y prensa tal vez sea mejor aplicar la sentencia de Juan Luis Cebrián: “la mejor ley de prensa es la que no existe como tal.”
martes, 17 de noviembre de 2009
A quién botar
Una pila de libros viejos en una casa ajena es siempre una tentación irresistible. El ojo del dueño ha perdido la capacidad de advertir la posible gracia de los ejemplares condenados a la carretilla del reciclador. Pero la mano del curioso sacude el polvo y el desdén y puede encontrar algunas divertidas sorpresas.
Por esa vía cayó a mis manos un librito de Editorial Oveja Negra titulado “¿Por quién votar?”. Ciento cincuenta páginas que pretenden dar cuenta del trabajo de los congresistas colombianos entre 1982 y 1986. Un catálogo de faltas de asistencia, tareas cumplidas, intervenciones, proyectos presentados y ascendencia entre sus compañeros. Cinco periodistas encabezados por Daniel Samper Pizano y Gerardo Reyes hacen las veces de profesores que entregan la libreta de calificaciones.
No son muchos quienes luego de 23 años de vida política pueden seguir corriendo en busca de votos. Es necesario que hayan sido políticos precoces para conservar alientos luego de años de dieta parlamentaria y otros empachos. También se necesita, según el caso, mucho cinismo o una gran capacidad adivinatoria para saltar a tiempo de los barcos que se hunden cada cuatro años o cercas eléctricas para amarrar las clientelas de siempre o una humildad electoral para terminar con decoro jugando en las elecciones regionales, o sea la segunda división.
Entre las 10 “estrellas” de Senado y Cámara elegidas por los periodistas hay dos políticos asesinados: Luis Carlos Galán S. y Federico Estrada V. También hay dos protagonistas y antagonistas del proceso 8000: Orlando Vásquez V., como Procurador encartado entre las cuentas del Cartel de Cali, y Alfonso Valdivieso S., como Fiscal General de la causa. Valdivieso es uno de los sobrevivientes luego de todas sus vueltas. Pero su arribo al Senado se dio ya por la vía del repechaje: reemplaza a Rubén Darío Quintero envuelto en líos de parapolítica. Entre los estudiantes destacados en la Cámara figuran también Cesar Gaviria T., descrito como un parlamentario “juicioso y estructurado. De muy buen balance.” Y Horacio Serpa U. que tiene las siguientes anotaciones en su libreta: “Serio, estudioso, valeroso defensor de Derechos Humanos. Goza de gran prestigio entre sus colegas”.
Pero los personajes de mayor actualidad política están en las páginas dedicadas a los alumnos entre malos y mediocres. Fabio Valencia Cossio, en la Cámara, y Luis Guillermo Giraldo, en el Senado. El primero ya mostraba la habilidad para aprobar sus iniciativas: presentó dos proyectos y los dos se convirtieron en ley. Y aprendió para qué sirve la caminadera entre las curules. Su hoja de registro advierte que faltó al 20 % de las sesiones y la anotación final lo despacha con desdén: “Cumplió con las ponencias encargadas y participó concierta actividad en los debates. Es todo. Opaco.” Saber que ahora el congreso se mueve con sus convincentes intervenciones. Luis Guillermo Giraldo tiene notas más preocupantes. Alumno participativo pero algo extravagante en sus iniciativas: presento nueve proyectos y todos fueron negados. Sus advertencias disciplinarias ocupan más de la mitad de su libreta: “Aparece señalado por la procuraduría entre los responsables de irregularidades administrativas en Caldas. Tiene mala imagen por el ejercicio del poder regional en su departamento. Opaco”. Leyendo el informe sobre estos dos estudiantes convertidos en profesores marrulleros que trabajan para el rector, pienso en la necesidad de un nuevo catálogo con las hazañas de algunos políticos trajinados. Solo habría que cambiar un poco el título: A quién botar.
martes, 10 de noviembre de 2009
Ostalgie
Algunos de los antiguos productos que se ofrecían en los estantes deslucidos de la República Democrática Alemana, las camisas de poliéster, el café empacado en bolsas de papel, la Vita-Cola, han pasado del desprecio de los consumidores al pequeño altar para las reliquias. Luego del entusiasmo inicial por los esplendores de los productos que llegaban desde occidente como un prueba de otro mundo, algunos habitantes de los países del Este europeo fueron redescubriendo su gusto por la canasta familiar que los había acompañado desde siempre. En los últimos años Berlín ha visto el surgimiento de las llamadas tiendas Ostpaket que ofrecen imitaciones u originales de los productos que circulaban en la era comunista. Un juego de palabras con los Westpaket de los tiempos idos: remesas que los ciudadanos de Berlín Oeste podían enviar a sus familiares o amigos que habían quedado al otro lado del muro. Es decir, una caja mágica como las que viajan de Miami a Cuba cada diciembre.
Es posible relacionar la reciente encuesta realizada por el Pew Research Center en nueve países de la antigua cortina de hierro con la nostalgia de los consumidores de la Europa del Este empujando su carrito de mercado. En todos los países donde se hicieron las preguntas ha disminuido el entusiasmo inicial que había generado la llegada del capitalismo. Los alemanes del Este son los menos desencantados, apenas en un 4% se redujo el número de quienes aprueban el cambio al capitalismo con respecto a la misma pregunta formulada en 1991. En Bulgaria, Lituania, Hungría y Ucrania los decepcionados oscilan entre el 16 y el 34%. Los rusos por su parte se amoldan más al capitalismo que a la democracia. A la mayoría no les parece importante la libertad de expresión y para muchos el multipartidismo es una anécdota. No es raro entonces que los textos de las escuelas rusas definan a Stalin como un “ejecutivo eficaz” que llevó a la URSS a la victoria en la Segunda Guerra. Ni que una reciente encuesta haya ubicado al camarada como el tercer ruso más popular de la historia. Nadie podrá decir que Putin no está hecho a la medida de la Rusia capitalista, con más ambiciones de volver a ser un imperio que de ser una democracia.
Pero el resultado más sorpresivo aparece frente a la pregunta que intenta resolver si la gente considera que su situación hoy es peor a la que vivió bajo el régimen comunista. La mayoría de los habitantes de todos los países consultados, excepto los alemanes del Este, respondieron que se sentían en situación peor o igual. Siendo los húngaros los más arrepentidos y los polacos los más cercanos al equilibrio entre conformes y desengañados. Parece que al comienzo los ciudadanos del Este sintieron que habían vencido un régimen que los oprimía. Sin embargo, poco a poco se fueron situando en el bando de los vencidos, olvidaron las restricciones a la libertad y comenzaron a extrañar a la burocracia que les aseguraba y les ordenaba una aburrida estabilidad. Por eso una madre de Leipzig le dice a su hijo que la RDA no era tan mala: “Bastaba con no criticar al sistema y se podía tener una vida normal, como en el Oeste”.
La nostalgia del consumidor habituado a sus marcas y sabores, la ostalgie que se hizo famosa con Good Bye Lenin, puede explicar por qué muchos europeos del Este se consideran más pobres y añoran el comunismo al mismo tiempo que dicen ser más felices que en 1991. Las diferencias de salarios entre los ciudadanos del Este y el Oeste, la idea de que los políticos se llevaron la mejor tajada luego del cambio y las amenazas de la crisis capitalista acompañan bien esa nostalgia que mira con recelo las apoteosis de U2 bajo la Puerta de Brandemburgo.
domingo, 8 de noviembre de 2009
Talleres Robledo
A lo largo de las carreteras que conducen a Medellín,
desde el norte y desde el sur se alinean grandes y
modernas fábricas que impresionan por sus dimensiones
y su aspecto limpio y presentable…
Hasta sus plantas industriales lucen atractivas.
David.W. Coombs 1951
Un horno eléctrico de 500 kilos reunió a su alrededor a los más importantes fieles del novedoso culto al hierro en los alrededores de la finca Las playas, en las curvas secas y los pantanos que regalaba el río. El fuego eterno de la siderúrgica, sus moldes y su pequeño taller de engranajes merecían el trazo de los mismos arquitectos encargados de los palacios y las iglesias. Y necesitaban los mismos arcos monumentales.
Desde lo alto, los edificios industriales parecen piezas de una misma máquina, ensambladas a lado y lado de las líneas que trazan los rieles y las autopistas, como si siguieran un pequeño plano de instrucciones sobre papel. El edificio de Talleres Robledo fue uno de los primeros perfiles de la máquina que se fue construyendo como orgullo industrial en el centro de la ciudad. Una pieza bien cortada con encargos variados: desde el mecanismo sutil de los volantes para los relojes de iglesia hasta los pisones de las minas y las ruedas ásperas de las trilladoras de café.
En octubre de 1939 el edificio de Talleres Robledo era ya una factoría con los resplandores rojizos del gran horno sobre las tejas de barro del techo. La siderúrgica de Medellín S.A. (SIMESA) había acogido al taller como sede de las primeras alquimias reveladas por un ingeniero alemán encargado de encender el horno eléctrico. Cuando no estaban ocupados con las grandes bolas de los molinos minerales o las ruedas del ferrocarril o los lingotes de hierro gris, los habitantes del taller se dedicaban a la fabricación de las piezas rotas de la propia máquina, una orfebrería indispensable de arandelas, tornillos y bielas sobre medida. El pabellón de Talleres Robledo era entonces la sede de los grandes hervores y de las habilidades más delicadas. Así que no importaba que su gran competidor exhibiera el nombre de Talleres Apolo.
Más tarde el edificio perdió el protagonismo que le entregaba su gran caldera y fue acondicionado como sede administrativa y carpa de dormitorios para algunos obreros. La casa de prostitución y los bares cercanos al taller no impidieron que sus obreros siguieran siendo los “afiladores” de las piezas gastadas de Simesa. No les hicieron perder el pulso. El mismo año en que el horno dejó el edificio del taller aparecieron las letras amarillas bajo el ojo único de su fachada. Letras que una forja especial ha logrado conservar durante 65 años. Al final un nuevo edificio acoge también los taladros de maquinado, la grúa, el torno Cincinati…, y Talleres Robledo se convierte en una simple bodega, “el edificio del viejo taller”.
Cuando caminamos por las calles negras de aceite de un barrio de talleres es normal que una pieza olvidada, todavía con su contramarca visible, nos llame la atención por su firmeza, por el brillo que deja ver un piñón roto, por la uniformidad como se han gastado sus surcos. Talleres Robledo es uno de esos extraños rodamientos que nos animamos a recoger del suelo, una carcasa que guarda en su memoria palas manuales, prensas hidráulicas, turbinas Pelton, masas para trapiches, campanas de iglesia, relojes de torre, puntillas, ruedas de ferrocarril…
Ha llegado el momento para las marcas más sutiles; para que el giro monótono del molino aluda a la veleta, a la aguja del reloj, al torno; ahora el punzón deberá marcar con una diferencia las piezas en serie y la fragua podrá dedicarse a sacar hilos inútiles, un nudo, un dibujo indescifrable. Las letras de Talleres Robledo son ahora una memoria y una alegoría al forjador como un profeta despreciado, un experto en artificios, un artista.
En el Distrito 798, en el noreste de Pekín, en medio de los edificios abandonados de la industria militar y electrónica que levantaron los alemanes a mediados del siglo XX, una pequeña librería de arte y el taller de un escultor fueron la piedra encargada de marcar el centro en el movido estanque del nuevo arte chino. Se instalaron en los edificios de hormigón, dejaron intactas en las paredes las consignas de Mao para los antiguos trabajadores, y fueron creando las ondas circulares que hoy señalan al barrio Dashanzi como uno de los referentes del arte contemporáneo. Talleres Robledo aspira a generar sus propias olas desde su sitio en la orilla del río Medellín, más tenues sin duda, pero ojala suficientes para rebosar el valle que nos sirve de estanque.
martes, 3 de noviembre de 2009
Dios nos libre
Es una verdadera calamidad que las costumbres religiosas sean un insumo tan importante en la hora y el día de todas las comuniones electorales. Los fieles se acostumbran a oír los dictados de sus pastores, a asentir, a concurrir en fila para recibir una bendición y entregar un diezmo. Entonces muy fácilmente los fervientes creyentes terminan como fervientes votantes.
Con la llegada del Procurador al centro de la política colombiana han comenzado a agitarse temas religiosos y morales que muy seguramente serán importantes en las campañas por venir. En Medellín el tema del aborto en la clínica de la mujer ya causó un primer remesón político. La Procuraduría fue protagonista de primer orden al hacer eco de las reservas de los grupos católicos y los editoriales de la prensa conservadora. Con inusitada diligencia el Ministerio Público, cada vez con más aires de ministerio eclesial, creo un grupo especial de control preventivo para poner sobre el proyecto una lupa que no solo ausculta sino que quema con su rayo de luz.
Pero el Procurador no es solo un funcionario animado por la defensa de algunas ideas más que por la protección de todos los ciudadanos, sino también un polemista radical. Sería difícil negar que sus palabras alientan la discriminación. Uno de sus libros, que ojala sea el único, sostiene que “considerar que el homosexualismo es una opción lícita resulta tan contra natura como pretender que el hombre puede optar entre ser racional o irracional”. Recordé a las niñas rechifladas y repudiadas por todo un colegio en Manizales por reconocer su homosexualidad. Imaginé al procurador dirigiendo la silbatina en compañía de la rectora.
Parece un contrasentido que las ideas del hombre “que representa los ciudadanos ante el Estado” sean incluso más recalcitrantes que las de los sacerdotes que representan al Dios católico en la tierra. Hace unos días las directivas de la Universidad Pontificia Bolivariana retiraron un aviso institucional en el que se equiparaba la homosexualidad con la drogadicción y se le daba connotaciones de anormalidad a quienes han elegido la opción de “hombre con hombre y mujer con mujer”. Las palabras del rector, no sé que tan sinceras, son un ejemplo para Alejandro Ordoñez: “De ninguna manera se ha querido ir contra la dignidad de las personas que libremente hacen opción por la homosexualidad o el lesbianismo. Si alguno interpretó la valla como lesiva de sus derechos, la Universidad ofrece disculpas.”
Europa lleva años discutiendo la presencia de los crucifijos en los salones de los colegios públicos. Para muchos la polémica es un capricho de los constitucionalistas y una revancha de los ateos. Un Cristo de madera es un símbolo tan familiar que se ve como un adorno inofensivo. Sin embargo, viendo la militancia de algunos agentes del Estado, su celo religioso y sus compromisos personales con una determinada fe, se entiende con claridad el peligro que puede representar el Cristo colgado encima del tablero. No en vano la Corte europea de Derechos Humanos acaba de decidir que los crucifijos en las aulas constituyen “una violación de la libertad religiosa de los alumnos”. Y yo agregaría que pueden animar a una discriminación por elecciones y comportamientos que van más allá del tema religioso.
Ahora que estamos en el umbral del Estado de opinión el tema religioso se convierte en una peligrosa vara para medir a las minorías. Llevar la política hacia esos escenarios de triunfo bendecido y censuras morales será una tentación invencible con el Procurador como punta de lanza. Y Uribe usará sin duda su elocuencia de cura en vereda.
martes, 27 de octubre de 2009
Proceso pendiente
Hace seis meses escribí aquí mismo una columna a manera de crónica sobre el proceso que se les sigue a nueve soldados en Medellín por la muerte en 2005 del joven Diego Alfonso Ortiz. Se trataba de construir una instantánea del momento en que los familiares de la víctima y los presuntos homicidas se encuentran por primera vez, e igualmente de dar una mirada a nuestro ritual de justicia frente a la seguidilla de ejecuciones de jóvenes humildes de la que se sindica a militares en todo el país.
La primera impresión fue positiva a pesar de la escasa majestad del salón de la audiencia, del juego de alumnos distraídos y arrogantes de los sindicados, el murmullo risueño de sus novias y el tono monocorde del secretario del juzgado al leer lo más escalofriante del expediente. Al otro lado de la balanza estuvo el peso para equilibrar la escena: el valor de la fiscal, su firmeza al hablar de las pruebas y su agallas para exigir que los militares vistieran de civil en las siguientes audiencias y dejaran quietos sus teléfonos para evitar amilanar a los testigos; la tranquilidad del juez que pareció siempre en un trono a pesar de estar en una silla más baja que la de los acusados; y la mirada respetuosa y sin alardes dramáticos de la familia de la víctima lograron que la ceremonia conservara un aire severo y civilizado. De algún modo era claro que allí estaba en juego la libertad de unos hombres, la justicia con sus inevitables letras mayúsculas y la credibilidad del Estado.
El proceso ha seguido su curso y yo intentaré cumplir mi compromiso de evitar que esta historia puntual se esconda tras los expedientes y los titulares. Las siguientes audiencias fueron una pequeña biografía de la víctima. Se oyeron los testimonios de los compañeros de caminatas: loteros y vendedores de mangos que se cruzaban en la ruta del vendedor de varitas de incienso asesinado. Se trazó la ruta de los recorridos habituales y se repitieron las conversaciones esporádicas. También oí a su entrenador en el equipo de fútbol del barrio y al amigo con el que Diego Alfonso se encontraba todas las tardes: una cerveza, unas horas de Play Station en un local de video juegos, una esquina preferida.
Pero no todo ha pasado en las salas del edificio en La Alpujarra. La calle también ha entregado algunas sorpresas. Hace unos meses una hermana de la víctima quedó pálida en el abismo de una acera luego de ver a uno de los sindicados muy campante manejando un taxi. El hombre vio la cara de asombro de la mujer y la saludó burlón. No le ofreció la carrera por simple descortesía. Se confirmaba así una de las grandes preocupaciones de los familiares de Diego Alfonso Ortiz. La debilidad deliberada de la custodia que les permite a los militares acusados comer empanadas en las afueras del juzgado.
Pero volvamos a las salas de audiencia. Durante los últimos seis meses el juicio se vio interrumpido por el cambio de juzgado debido a la entrada en vigencia del nuevo sistema penal acusatorio. Aplazamiento para que el nuevo juez conozca el expediente y tiempo y más tiempo para rumiar la tragedia. La última de las sorpresas se dio en la más reciente audiencia. Los abogados defensores planearon una treta para que algunos de los sindicados quedaran momentáneamente sin defensa y así lograr la nulidad de lo actuado. Dejaron por fuera de un poder algunos nombres, fingieron no recordar quienes eran sus defendidos y estuvieron muy cerca de lograr que todo empezara de nuevo para algunos de los acusados. Parece que solo la muerte de un familiar puede inspirar tanto valor y tanta paciencia para soportar las congojas, la incertidumbre y la desilusión que puede entregar un juicio.
martes, 20 de octubre de 2009
Juan Pablo V
Concedamos que el automovilismo es un deporte, aunque la verdad yo pondría ese vértigo de monotonías al pie de las ferias de maquinaria o de las reuniones de acrobacias motorizadas o de la hípica con un poco más caballos de fuerza. Pero bueno, los pilotos sudan y al final se entrega una copa y se oyen los himnos, puede ser suficiente. Lo que si parece imposible es que Juan Pablo Montoya sea el deportista colombiano más importante de la historia.
La última edición de la revista Cambio, súbitamente convertida en la revista Motor, puso al piloto bogotano en el lugar más alto del podio deportivo nacional. Un grupo de periodistas, según parece reunidos en Tocancipá y mareados con gasolina, fueron los encargados de avalar la elección agitando la bandera a cuadros. Los argumentos del artículo central y de la oración de Clopatofsky que lo acompaña, son un buen balance de los triunfos de Montoya, pero no aportan una sola razón para situarlo por encima de otros deportistas de la galería nacional.
Se comienza con un recorrido por la vitrina de trofeos en una bodega en Miami: siete premios de fórmula uno, once de la CART, la copa de las 500 millas de Indianápolis y la pirámide que patrocina Rolex en Daytona. Luego nos dicen que tiene club de fans en Hungría, Japón y Rusia. Al momento de plantear la pregunta clave: “¿Por qué Montoya puede ser considerado el deportista colombiano de todos los tiempos?” Responden con las citas de algunos críticos internacionales que ponderan su arrojo y su serenidad, luego recuerdan un adelanto a Michael Schumacher y un record en Monza. Más tarde exhiben su hazaña de estar entre los 12 primeros de la Nascar y todo termina con los millones de televisores que se prenden para ver las carreras de carros.
Creo que nadie discute que en este tipo de elecciones en las que se compara al Happy Lora con el Hateful Montoya, a los virtuosos con los infatigables, a los forzudos con los acrobáticos, es justo y necesario que los deportes tengan un ranking. Por ejemplo, es muy difícil que María Isabel Urrutia, la única medalla de oro olímpica en nuestra historia, esté por encima de los grandes ídolos del fútbol, el boxeo y el ciclismo. La halterofilia tiene el metal más preciado pero le falta peso y reconocimiento. Por la misma razón los seis títulos mundiales de la Chechi Baena suenan menos que las camisas arco iris de Cochise y Botero. Los cronistas deportivos buscaron la objetividad en un terreno donde las equivalencias parecen imposibles, intentaron borrar las emociones, se concentraron en una lista de primeros puestos y lograron un resultado que los aleja de los fanáticos y de la verdad. Me recuerdan el ranking de equipos de la FIFA que parece construido siguiendo modelos matemáticos.
En todo caso estaría bien que recordaran que además de la CART, algo así como la Major Luegue Soccer de automovilismo, Montoya solo ha tenido victorias parciales. Y que Luis Herrera y Fabio Parra también adelantaron en alguna curva a Bernard Hinault y Miguel Induraín además de triunfar en carreras de tres semanas. También deberían saber que los ciclistas colombianos cambiaron la manera de correr en Europa y que solo Herrera y Federico Martín Bahamontes han ganado la montaña en la vuelta a España, el Giro y el Tour. Y por qué no recordar que el Happy fue el tercer mejor boxeador de mundo librar por libra y que Pambelé defendió 16 veces el cinturón más codiciado de los cuadriláteros. Y que el Pibe fue dos veces el mejor futbolista de América y Rentería dio el batazo definitivo para que su equipo ganara una Serie Mundial. Está bien que los especialistas sigan armando cuadros estadísticos mientras el público grita el verdadero escalafón: Cochise, El Pibe y Lucho.
martes, 13 de octubre de 2009
Alegato desde la casa
En los últimos años hemos visto crecer el llanto de los padres y las advertencias negras de los pedagogos. Se dice sin descanso que los niños crecen abandonados mientras papá y mamá dedican sus ternuras a los clientes y sus desvelos a los jefes. Los padres se duelen del tiempo que dejan de gozar el berrinche de sus críos, y las profesoras de delantal a las que llaman psicólogas advierten que la pérdida es irreparable y que los culicagados sufrirán síndromes propios de los huérfanos.
Desde mi orilla de padre obligado a trabajar en casa quiero liderar una pequeña disidencia y aportar una voz tranquilizadora para mis colegas que ejercen desde la oficina. Les digo con sinceridad que no se pierden de mucho mientras están en el escritorio. Los niños se repiten sin remedio. Las rabietas antes del baño son más o menos iguales, se comen la gelatina con el mismo gesto todas las mañanas, rechazan el huevo con la misma mano repelente y tiran la misma puerta cuando su muñeco no se deja poner el mismo saco. No se preocupen. Tarde o temprano terminarán conociendo a sus hijos de memoria, es imposible sustraerse a sus rutinas, es muy poco factible perderse sus primeros conteos hasta diez. Habría que trabajar perforando pozos en Siberia. Estamos obligados al lobo está y la rueda, rueda. La cuestión es simplemente de grado, a unos nos corresponderá dar más vueltas que a otros.
Y si los niños se repiten pues los padres ni hablar. Poco a poco el pequeño aprendiz va logrando reconocer el tono severo que implica una advertencia y acostumbrarse al gruñido que es ya un reproche y esquivar el grito definitivo que anuncia el castigo. Muy pronto el hijo acaba por descifrar a padre y madre, usa las argucias del llanto y el grito para doblegar los tímpanos del padre impaciente, y recurre a sus mejores muecas para vencer la firmeza educadora que la madre ha reforzado a punta de bibliografía. Cada vez es más difícil fingir una rabieta paterna, zanjar un capricho con la vieja promesa de todos los días o escabullirse sin riesgo de compañía en busca del trabajo en el bar más cercano.
De otro lado, el padre y la madre de oficina siempre podrán ufanarse de sus rutinas frente al hijo que los ve partir todas las mañanas. Podrán engalanar sus llamadas por teléfono y sus reuniones, su labor frente a la máquina de hilar o frente al computador con las historias fantásticas del territorio desconocido. Y contarán sus viajes a una planta de producción en Neiva como una experiencia fascinante. Recuerdo el temor y el hipnotismo que me producía la primera oficina de mi papá, la primera que conocí, en una fábrica de polímeros y fibras químicas. Pero el padre que trabaja en casa no es más que otro vicioso de la pantalla, nada magnífico hay en sus intentos frente al computador y sus caminatas con el teléfono en la mano. Es solo un rival que cambia Discovery Kids en busca de ESPN y prefiere los jeroglíficos de la prensa en vez de las juergas de Rin Rin Renacuajo.
Los padres que llegan en la noche a la casa suelen llorar conmovidos con las nuevas gracias que les regalan sus hijos. Los que estamos todo el día en la casa-guardería miramos con ganas de llorar, agotados, la eterna repetición que exige el simple ejercicio de ponerse los zapatos. Padres de oficina, disfruten el trabajo, entiendan que mientras ustedes miran su Excel con toda tranquilidad, yo debo disputar el teclado con mi pequeño ángel de la guarda para poner este punto final.
martes, 6 de octubre de 2009
Ángeles al desnudo
Poco a poco los pedófilos nos irán cercando. La amenaza de los proxenetas detrás de las pantallas o agazapados en los hoteles impondrá normas y escrúpulos para ocultar a los niños, para protegerlos siguiendo las normas de un catálogo de exhibición que limite las fantasías de los depravados. La Unicef se encargará del manual de estilo para la manipulación de imágenes de menores de 12 años y una oficina pública vigilará la postura de los pequeños modelos. Ni muy rígidos ni muy sueltos. Muy pronto las clases de natación serán una escena prohibida para los adultos, una especie de noviciado que amerita la reclusión. La lucha contra los perversos incluye siempre una triste paradoja: los censores más férreos terminan contagiados, su lógica acaba por ser más retorcida que la de los propios monstruos. Y poco a poco la sociedad comienza a compartir los malos pensamientos, a anticiparse a las intenciones del pervertido.
Hace una semana, la Unidad de Publicaciones Obscenas de Scotland Yard, les ordenó a los curadores de la Tate Gallery cerrar la sala especial donde se exhibía una fotografía de Brooke Shields luciendo sus 10 años con la actitud y el descaro de una joven estrella que ha pasado los 20. La niña está parada en una bañera, desnuda, mirando desde unos ojos desafiantes y oscurecidos por el maquillaje. El cuerpo de una niña y la cara de quien ya parece saber que será un ícono sexual. Todavía no se insinúa ninguna curva femenina, podría ser un niño jugando sin camisa en el recreo. Según Richard Prince, el hombre detrás de la cámara, ese es justamente el atractivo de la foto: “un cuerpo con dos sexos diferentes, o quizá más, y una cabeza que parece tener una edad diferente”
No muy lejos del cuarto oscuro con advertencias donde estaba recluida la foto de Brooke Shields, deben estar los tres cuadros de Balthus que hay en la Tate Gallery. Es un milagro que se hayan salvado de la redada policial. Balthus, un pintor francés de origen polaco, es reconocido por sus escenas de niñas ensoñadas que abren las piernas con un gesto tambaleante entre la inocencia y la provocación. La actitud de Balthus, sus aires de monje aristocrático y su misticismo de bata japonesa, tal vez sirva como antídoto contra la malicia de quienes pretenden salvarnos de la perversidad mediante la imposición de sus visiones y sus pesadillas. Algunas de las niñas de sus cuadros, las hijas de sus amigos, sus propias hijas, se parecen bastante a la Brooke Shields fotografiada para Playboy en 1976. Y las palabras que les dedica en sus memorias son muy cercanas a las de Richard Prince sobre su joven modelo: “Las niñas son las únicas criaturas que todavía pueden pasar por pequeños seres puros y sin edad. Para mí son sencillamente ángeles, de ahí su inocente impudor... Lo morboso se encuentra en otro lado.”
Los pedófilos son una secta en expansión, cada vez compartimos un poco más su mirada. En el siglo XXI Lewis Carrol no se libraría de una condena por sus fotos de Alicia Liddell, la pequeña musa del país de las maravillas. Una sola de sus opiniones sería prueba irrebatible: “Confieso que no me gustan los niños desnudos en fotografías, siempre parecen necesitar ropa, mientras que uno difícilmente comprende por qué las adorables formas de las niñas tendrían que ser cubiertas.”
Gracias al Dios de los divinos niños Carroll ya está a salvo. Pero no todos tienen la misma suerte. En México acaba de prenderse una polémica por la autorización de García Márquez para que se haga una película basada en Memoria de mis putas tristes. Algunas críticas lo tachan de apologista de la trata de menores. El cartel afuera del teatro dirá muy claro: no apta para adultos.
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