miércoles, 18 de junio de 2025

Un minero extraño

 

 

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Hugo Zapata, uno de los Libros Libres de Villegas Editores en  100libroslibres.com

 

Testigos

Un hombre camina por las quebradas, va río arriba y río abajo, buscando formas, ideas, secretos, presentimientos entre las piedras. Un hombre golpea las rocas oxidadas con su martillo, está detrás de una escritura, de la lava apagada, la huella de un cataclismo natural o de una garza en el pantano. Un hombre riega las piedras que ha llevado a su jardín, busca un color nuevo, quiere simular la lluvia sobre la piedra, el curso del río. Mira sus piedras de noche y de día, diría que las cela, busca el momento en que revelen una marca, las acecha. Se dice que ese hombre está un poco loco. Un día escoge una de las piedras y señala su destino con una tierna sentencia: “Hoy te tocó, querida”.

Así fue durante años el trabajo del escultor Hugo Zapata que murió la semana pasada en Medellín. Recordaba que desde niño coleccionaba piedras que traía de los viajes que hacía con su familia a las orillas del Magdalena. Son engañosos esos guijarros de las orillas, lustrosos al momento de recogerlos, mostrando sus grietas, su redondez, sus pequeños abismos cortados, pero todo eso se pierde al terminar el viaje. Ya en la repisa están opacas, han olvidado el paisaje, merecen la orilla de la carretera más que el museo personal.

Seguro que Hugo lo notó muy pronto porque decidió recorrer el camino contrario, hacerlas más reveladoras al final del viaje: encontrar la piedra, llevarla hasta su taller, dejarla reposar, mirarla, regarla y sacar la mejor piedra de su interior: “… Cuando uno mira una piedra, esta tiene ya formas y está marcada por ciertos elementos. Todas las piedras tienen un hablar. Hay piedras tranquilas, otras dicen más cosas —traen ecos de río o de viento— lo que ella tiene por dentro y por fuera es lo que yo tomo, con lo que yo comulgo… A veces es muy rápido, otras veces se demora bastante. Me alivias roca viva cuando llamo a tu puerta, toc-toc, me respondes. Escucho tus secretos, te dejas al juego, descubro en tu oscura transparencia ecos de mariposas y reptiles”, decía Hugo disfrazado de poeta.

Las grandes Lutitas traídas desde el río Negro en Pacho, Cundinamarca, son la materia prima de las más de ochocientas esculturas que descubrió y trabajó Hugo Zapata durante décadas. Esos “guijarros” no perdían su brillo en el viaje, al contrario ganaban un sentido, encontraban una forma nueva, un negro profundo bajo el óxido de la superficie. Antorchas, flores, las bocas de los monos aulladores, ojos de agua, afloramientos, naos, escrituras en cuarzo, ciudades inventadas… Todo iba apareciendo poco a poco al tratar la piedra, unas veces por azar, otras veces con una búsqueda más dirigida, escarbando una memoria, buscando la vista recordada de un reflejo en el río, la impresión que le dejaron las montañas entrando al mar de Bahía Solano, la forma de los tótems que miran al infinito.

Hugo tenía el don con el que sueña todo artista, crear las imágenes que lo conmueven, revelar las miradas más sobrecogedoras que hay en su memoria, encontrar la belleza tras una intuición. “El día que sepa lo que viene, no me dejés levantar”, le decía Hugo a Diana, su compañera. Las piedras siempre encubiertas eran su razón para tomar el cincel, las sierras, la pulidora.

Tocar esas piedras negras como el petróleo, frías, lizas, es siempre una experiencia para el tacto y la vista. Alguna vez, contaba Hugo, unos visitantes de Burkina Faso no quisieron tocar las rocas de su obra Testigos porque en “ellas había algo”. No solo paisajes evocan esas piedras doblemente encontradas, también hay algo inquietante, sagrado, tal vez por eso la referencia al cielo de muchas de sus obras, las piedras como el ojo que mira hacia las piedras que brillan en el cielo indescifrable.

 

Hugo Zapata | Galería Sextante

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

miércoles, 11 de junio de 2025

Del trino al hecho

 


En los últimos tres años hemos visto ataques armados contra figuras políticas en los países más y las democracias más diversas: Estados Unidos, Japón, Eslovaquia y Argentina fueron los casos más significativos. El disparo de precisión que dejó un hilo de sangre en la cara de Trump, la bala de un arma hechiza que mató a Shinzo Abe, ex primer ministro japonés, el disparo fallido de una pistola Bersa, modelo Lusber 84, a treinta centímetros de la cara de Cristina Kirshner y los cinco balazos que recibió el primer ministro de Eslovaco por parte de un “pacifista” enceguecido. En todos los países se hicieron llamados a la moderación del discurso, la erradicación del odio en las redes, el respeto por las diferencias democráticas.

En todos los casos las investigaciones hablaron de “lobos solitarios” que se convencen de la obligación de un sacrificio mayor, mártires creados frente a la soledad de las pantallas, alienados por el combate digital. En el caso de Argentina los fallidos asesinos hacían parte de una pequeña secta de WhatsApp, una pareja de novios con “ímpetu para salvar” el país y su amigo con ansias de adrenalina: “estoy con unas ganas de ser San Martín en versión femenina…”, le escribía la joven de 23 años a su novio. La edad de los atacantes está entre los 20 y los 71 años y sus blancos repartidos por todo el espectro político.

El ataque contra Miguel Uribe Turbay nos obliga a hacer nuestro propio diagnóstico ¿Qué tanto tiene que ver el atentado con la crispación política? ¿Ha alentado el presidente con sus insultos (HP, Nazis, Asesinos, mafiosos, traidores) y sus símbolos (la bandera de la guerra a muerte, por ejemplo) un clima propicio para la violencia? ¿Son los activistas de redes contratados por el gobierno una avanzada de odio que incita a los ataques? ¿Ha respondido la oposición con un furor que solo entiende del enfrentamiento por fuera de las posibilidades democráticas? ¿Una oposición extrema busca desconocer el mandato presidencial y anima su caída violenta?

Lo primero es que el perfil del joven atacante en Bogotá nos pone muy lejos del “lobo solitario” dedicado a rumiar sus rencores para luego ejecutar un desahogo alienado y violento. No hay en ese joven, hasta ahora, ningún asomo de postura o motivación política. Es más una capia de los niños sicarios usados por la mafia en los ochenta, tan parecido a Byron de Jesús Velásquez, conductor de la moto desde donde le dispararon a Lara Bonilla, y a Andrés Arturo Maya, asesino de Bernardo Jaramillo.

Nuestra violencia sigue siendo más compleja, más llena “manos negras”, “oficinas mafiosas”, “grandes poderes políticos”, “intereses económicos”, “el establecimiento”, según las expresiones hechas durante décadas. La historia de violencia oficial, el poder mafioso y sus ambiciones políticas, la eterna combinación de armas y política hace que en Colombia siempre haya una muy amplia vitrina de sospechosos. Aquí todo tiene cuatro o cinco escalones antes de un autor intelectual. Estamos llenos de franquicias criminales y subcontratos homicidas. Los magnicidios siempre han estado vinculados a las grandes empresas criminales y sus colectas.

Pero ya sabemos que esos poderes prenden empujados, que son influenciables, que tienen el gatillo pronto. Carlos Castaño lo dejó claro varias veces, están prestos a las insinuaciones. De modo que los insultos partidistas, las amenazas digitales, los señalamientos irresponsables, el aliento a la furia, las falsas disyuntivas entre libertad y muerte pueden despertar una parte latente de la gran máquina de violencia que tenemos desde hace décadas. Hay mucha pólvora física para tanta chispa digital.

miércoles, 28 de mayo de 2025

Pactos y transacciones

 


No puede estar con nosotros", la indirecta que lanzó Petro a David Racero

 El plan B de Luis Fernando Velasco con su cercanía a Gustavo Petro

Algunas veces los políticos encuentran ciertos poderes de precisión, frases sueltas que se convierten en definiciones poderosas, retos personales que resultan retratos institucionales. Una de esas máximas la dejó caer Miguel Antonio Caro a finales del siglo XIX, antes de ser presidente, cuando liberales y conservadores se peleaban el gobierno y la nómina: “¡Que tiemblen los porteros!”, les advertía Caro a sus adversarios políticos, no iba quedar liberal con contrato, los cambios iban desde las puertas de los colegios hasta los despachos de los ministros. Eran tiempos del todo o nada en la burocracia.

Las cosas se han ido sofisticando, primero con los barones electorales que establecían acuerdos burocráticos más duraderos, imposibles de borrar con una decisión desde Palacio, más tarde con prácticas de las llamadas maquinarias y luego con las más flexibles micro empresas electorales. En todo caso, en medio de las elecciones, las negociaciones y las legislaturas se conservan ingredientes de todas las épocas. Los expertos en la ciencia de política han dicho que el clientelismo no es solo una forma de intermediación política, un método de gobernabilidad, una manera de convertir los fines colectivos en lealtades privadas, una maña para amarrar clientes/ciudadanos, sino sobre todo una cultura nacional.

El Gobierno del Cambio se vendió como una opción para romper, aunque fuera de forma parcial, ese sistema de compraventa. La ideología debía estar por encima del menudeo político, de los mochileros y las “extorsiones” de los políticos tradicionales. Pero la calle está dura y la campaña requirió las habilidades de siempre. De modo que aparecieron Luis Pérez y Julián Bedoya, William Montes y Clan Torres, la gente de Andrés Calle y los allegados a Musa Besaile y Zulema Jattin. Fichas valiosas en la ruleta electoral que manejaron en buena parte Benedetti, gente cercana a Verónica Alcocer y otros profesionales del Excel electoral.

Comenzó la primera legislatura con mayorías holgadas en Senado y Cámara y el regateo del clientelismo histórico. Elección de Contralor, acuerdo de Escazú, Reforma Tributaria, Ministerio de la Igualdad, Presupuesto General, ley de Paz Total. El engrase parecía funcionar. La U, los liberales y los conservadores estaban en la coalición de cambio y, en contra de la gente del Pacto, Roy fue elegido presidente del Senado. En su libro Así gobierna Gustavo Petro, Ariel Ávila cuenta que desde antes de posesionarse el presidente quería lograr el dominio del Partido Verde y el Partido Liberal.

Pero la UNGRD comenzó a dejar rastro, los carrotanques a botar aceite y poco a poco se ha mostrado que el gobierno de Gustavo Petro ha respetado esa cultura clientelista con mucho ahínco. Por esas tramas están en la cárcel Iván Name y Andrés Calle. Petro dijo con una sinceridad pasmosa que engañaron al gobierno, se entendió algo así como pagamos y no cumplieron

Otro expresidente de la Cámara David Racero está en problemas con las planillas del Sena, Positiva y Colombia compra eficiente. Los exministros del interior, Velasco, y hacienda, Bonilla, encartados por la negociación uno a uno en el Congreso que arrancó luego de la fallida reforma a la salud. Carlos Ramón González, ex Dapre, en fuga por la repartija. Guillermo Alfonso Jaramillo alentando las nuevas EPS (Empresas Políticas Subsidiadas); Benedetti empujando nombramientos en el despacho de la ministra de justicia y así.

El progresismo alega un clientelismo por nobles razones y bloqueos mezquinos, un sacrificio menor para lograr reformas necesarias. El presidente ha dicho, al estilo de Caro, que es imposible gobernar con los mandos medios de la derecha, según su idea, los funcionarios que no son de su partido son burócratas infiltrados, porteros le han cerrado el paso al cambio.

Petro aceptó renuncia de Carlos Ramón González, implicado en escándalo de  la UNGRD | Gobierno | Economía | Portafolio

 

Quién es Guillermo Alfonso Jaramillo, nuevo ministro de Salud de Gustavo  Petro? - AS Colombia

 

El nombramiento de Armando Benedetti fractura la relación entre Petro y su  núcleo más cercano | EL PAÍS América Colombia