Había
pasado tres años en la guerra. Era un joven combatiente del EPL en Urabá.
Llegaba con su hermano desde el corregimiento de Pueblo Nuevo, en Necoclí, para
pelear contra quién sabe quién en ese nudo de grupos enfusilados y venganzas
que era la región en los años noventa. Se abría una puerta para la
desmovilización pero muchos de los jóvenes con menos formación política
sintieron que eso no era más que una forma de perder el respeto ganado a plomo.
Tampoco era que el ambiente fuera muy propicio. En ese mismo 1990, a comienzos
del año, más de sesenta hombres llegados desde Valencia, Córdoba, habían secuestrado
a 43 campesinos en el corregimiento de Pueblo Bello, en Turbo. Los llevaron a
la hacienda Santa Mónica, los presentaron frente a Fidel Castaño y luego lo
asesinaron y desaparecieron en una orilla del río Sinú. La masacre fue cometida
por Los Tangueros guiados por el ejército luego del robo de unas reses. En su
momento se dijo que fue un muerto por cada vaca robada.
Aparecieron
entonces las disidencias de ese proceso con el EPL guiadas por Francisco
Caraballo, comandante que solo veía la guerra como una opción posible y
respetable. Hombre de purgas y sangre fría. Los hermanos Úsuga y sus amigos se
fueron inclinando por un ejercicio más pragmático de la violencia. Menos
discurso y más plata, podría ser la consigna. De modo que no duraron mucho con
Caraballo. De ahí salieron cuatro de los hombres claves que las llamadas
Autodefensas Gaitanistas de Colombia. Dairo de Jesús Úsuga, Juan de Dios Úsuga,
Roberto Vargas, alias Marcos Gavilán
y Francisco José Morelo, alias Negro
Sarley. La matazón los llevó al resguardo de las Farc para sobrevivir. Hacían
mandados y en su tiempo libre trabajaban por cuenta propia. En medio de la
maraña de masacres, combates, ajustes de cuentas, alianzas y traiciones cayeron
en desgracia con la gente del Quinto Frente de las Farc y les tocó buscar un
nuevo refugio. Ahora la casa Castaño les abría las puertas bajo una nueva
franquicia. Llegó una nueva desmovilización en 1996 y entraron en periodo de
prueba en la Casa Castaño, fueron ganando confianza y estaban listos para un
nuevo encargo.
A estas
alturas ya tenían historias de guerra en bandos contrarios, conocían los azares
de las negociaciones, habían mostrado obediencia frente a cualquier brazalete. De
nuevo servían como apoyo para operaciones de las AUC en el Bajo Cauca
Antioqueño y en otras zonas del departamento. Son el ejemplo perfecto para el
libro Guerras Recicladas de María Teresa Ronderos publicado hace siete años. Probando
finura llegaron al Bloque Centauros en los Llanos. Allá los envió Vicente
Castaño para que apoyaran los esfuerzos de Daniel Rendón Herrera, Don Mario, y Henry López Londoño, Mi Sangre. Y luego volvieron a desmovilizarse
con algo de desgano. Muy pronto estaban en de nuevo en armas por orden de
Vicente Castaño y al mando de Don Mario.
El asesinato de Vicente Castaño les dictó el nombre y se hicieron llamar Héroes
de Castaño en honor al Profe Vicente.
Era el año 2007 y la OEA, encargada de la vigilancia al proceso de las AUC,
hablaba de una estructura que operaba de civil, con armas cortas y estaba formada
sobre todo por desmovilizados de los Bloques Bananeros y Élmer Cárdenas: “Se
estima que puede tener hasta 50 hombres.”, decía la OEA en ese momento cuando
comenzaba a hablarse de Los Urabeños. En 2010 el ejército describía una organización
de al menos 200 hombres con presencia en el Magdalena Medio, Cesar, Santander y
en contacto con combos en algunas capitales. En 2012 habían multiplicado por diez
sus hombres. Las Autodefensas Gaitanistas de Colombia estaban en plena
expansión y tenían un nuevo jefe. Daniel Rendón Herrera había caído en abril de
2009 en Turbo y el patrón era alias Otoniel.