A finales
del año pasado recibí una extraña reprimenda caminando por una calle del Centro
de Medellín. Era un viernes en la noche e iba con unos amigos a una fiesta en lo
que podría llamarse los bajos de la Catedral. El mundial de Rusia me había
dejado una camisa con el perfil de Lenin como suvenir. No era ningún símbolo de
militancia, solo una frivolidad, un amparo para la memoria más allá de las
fotos en el teléfono. Cuando pasábamos por la puerta de un local dudoso, tal
vez un motel de última hora, un inquilinato, un estriptis de ocasión, el joven
portero, vestido con una gorra y una camisa con un número 5 en el pecho y tres
tallas por encima de su cuerpo, me miró
con atención y me dijo con un acento digno de Rodrigo D.: “Uyyyy, ¿puro Lenin?,
ojo con la democracia apá”.
Nos reímos
de esa inesperada advertencia política. Me sorprendió que ese joven reconociera
de paso el perfil de Lenin, que lo asociara al totalitarismo y para terminar,
que hiciera un llamado a la defensa de la democracia. Incluso me hizo pensar en
mi camisa como una posible afrenta. En estos días he visto en la ciudad manifestaciones
parecidas a las del nea democrático de esa noche. Hace poco vi las fotos de unos
jóvenes encorbatados, con una banda dorada cruzándoles el pecho, sosteniendo
una pancarta que rezaba: “Frente al c recimiento del terrorismo comunista:
Señor Presidente: ¡Devuélvanos el país!”. El semáforo cambiaba a rojo y los
jóvenes salían a cumplir su misión. Al parecer eran los acólitos de Tradición
Familia Y Propiedad, una secta teatral que produce más risa que temor. Pero las
reivindicaciones a la democracia no pararon con ese salmo de esquina. En los
últimos días apareció el video de un encapuchado que se dice miembro de la “Brigada
Nacional 18”, organización política anticomunista, y armada ya que el vocero
traía fusil al hombro y pistola en mano, sin vínculos con partido alguno. Su
consigna resulta algo incomprensible: “Apoyamos a todos los que lo merecen y no
pedimos nada a cambio, excepto la mejora y defensa de nuestra gente de manera
honorable”. Esos plurales indescifrables hacen temblar, solo ellos sabrán cómo
conforman sus grupos de amigos y enemigos.
Luego de la
marcha contra el ELN y la agresión a un joven que llevaba una camisa desafiante
a la visión monocromática de los manifestantes, queda claro que en Medellín hay
muy diversos grados de fanatismo. La política de todos los días ha enardecido
los ánimos frente al simple disenso. Aquí la vehemencia es sinónimo de
agresión, la burla al caudillo se trata como traición, la diversidad como
amenaza. Todo ese ruido me hizo recordar el famoso discurso Contra el fanatismo
de Amos Oz, fallecido hace unos meses luego de ser tildado muchas veces de
traidor por sus compatriotas judíos y de complacer al sionismo colonial por la
contraparte árabe.
Oz habla
de esa peligrosa intención de cambiar al otro que exhiben los fanáticos, de su
compasión y su altruismo frente a los errores de los demás: “El fanático se
desvive por uno. Una de dos: o nos echa los brazo al cuello porque nos quiere
de verdad o se nos lanza a la yugular si demostramos ser unos irredentos”. Y señala
además los riesgos del “culto a la personalidad, la idealización de los líderes
políticos o religiosos, la adoración de individuos seductores”. Son esos
líderes los que llevan a extremos el deseo natural de pertenecer y hacer que
otros pertenezcan a un mismo grupo. Tal vez el llamado a reconocer nuestra
ignorancia frente a los demás, nuestra imposibilidad de vender una receta uniforme
es el mejor punto de ese discurso de Amos Oz: “…qué poco sabemos, incluso
cuando tenemos el ciento por ciento de razón”.