A comienzos de
los años sesenta la televisión pública se convirtió en un medio de enseñanza para
comunidades donde el profesor era una figura de ficción. Más de 270 programas
sobre ciencias naturales, música, dibujo y trabajos manuales hicieron parte del
menú del único canal disponible durante los primeros tres años de programación.
La televisión hablaba con un tono paternal que hoy parecería algo ridículo.
Hasta hace poco una canción infantil mandaba a acostar a los televidentes más
jóvenes. Señal Colombia habla de un archivo en su colección de “televisión
educativa y cultural” que va desde 1964 hasta 1998. “Caminito alegre” y “Buscando
amigos” se citan como los primeros programas para los que sentarse frente a la
pantalla era una especie de tarea escolar.
Desde hace unas
semanas, a propósito de la ley impulsada por el Ministerio de las Tecnologías
de la Información y las Comunicaciones, se viene hablando del peligroso control
gubernamental sobre la televisión pública. De la saña, el mal gusto y la imposición
que algunos funcionarios podrían ejercer sobre los contenidos de los canales
del público. Si antes una ministra de comunicaciones podía “programar”
Millonarios Vs Unión Magdalena para tapar una de las grandes tragedias
nacionales, convirtiendo los crímenes de Estado en razones de estadio; ahora
tres funcionarios que muy seguramente representarían a un gobierno podrían
decidir sanciones, “adular” a los privados con algunos premios y guiar la
programación de los canales públicos según intereses de supervivencia electoral.
La amenaza no es
menor. Pero la realidad de algunos canales regionales tampoco permite la
tranquilidad. Mejor dicho, los tiempos aciagos ya están en la parrilla. Dejo un
ejemplo paranormal. Desde hace unos años Teleantioquia transmite en las mañanas
un espacio llamado Javis predice,
dedicado a leer el tarot y entregar otras artes adivinatorias. Su presentador
se llama Francisco Javier Villada y el canal lo presenta como un “motivador,
maestro de luz y mentalista especializado en rituales, numerología,
predicciones, tarot, consejos mágicos y educación sobre los signos”. Semejante
repertorio recuerda a quienes entregan publicidad sobre brujos y milagros, al
tiempo que deslizan la posibilidad del paga diario, en el centro de nuestras
ciudades. Una hermosa relación entre los mayores embustes y los mayores riesgos
que se promocionan al aire libre.
De modo que
nuestra televisión pública que comenzó con intenciones educativas hoy dedica
parte de sus espacios a promocionar la superstición, ser socia en el engaño a
los ciudadanos más vulnerables y dar un impulso a la ignorancia. No estaría mal
leer una entrada del Diccionario del
diablo de Ambrose Bierce cada que termine la programación. “Adivinación:
arte de sacar a la luz lo oculto. Hay tantas clases de adivinación como
variedades fructíferas del imbécil florido y del tonto precoz”.
Bien sabemos que
el Estado no siempre es confiable en la repartición de bienes materiales, que
muchas veces esconde raciones y prodiga bienes según lógicas arrevesadas y
perversas; pero que también se dedique a proporcionar engaños y se lucre de las
miserias de los ciudadanos le pone sobre la cabeza el turbante del embaucador.
Y recuerda las palabras de Spinoza sobre las necesidades de superstición de los
más débiles: “cuando las cosas les van mal, no saben a dónde dirigirse y piden
suplicantes un consejo a todo el mundo, sin que haya ninguno tan inútil, tan
absurdo o tan frívolo, que no estén dispuestos a seguirlo”, y para eso prenden
la televisión y buscan los dominios ocultos de Teleantioquia.