miércoles, 29 de noviembre de 2017

Manchas fúnebres







El entierro de Inglaterra fue un evento sencillo. A ojo de buen cubero se puede decir que el 2% de la población de Carepa salió a despedir a Luis Orlando Padierna. Y eso que según dijo el alcalde muchos de quienes encabezaban el cortejo eran “foráneos”. Con un solo familiar convocado por cada uno de los 500 hombres que se dice tienen los Gaitanistas en Urabá era suficiente para hacer esa ruidosa y dolida marcha fúnebre. Además de los colados para que los duros los “tengan en la buena” y les den media de guaro.
La policía se mostró indignada por la manifestación el mismo día de la captura del mayor Héctor Fabio Murillo por sus tratos con el capo recién muerto. La nómina tiene nombres en cuarteles, parqueaderos, fincas, restaurantes y parques. El Clan del Golfo maneja su propio Sisbén en la zona. Un pequeño subsidio mensual a quienes llaman “puntos” y tienen la misión de ser incondicionales, tener muy buen oído y ser mudos. Una especie de milicia de desarrapados. Pero también tienen su modesto departamento de infraestructura y riegan sus obritas por barrios y trochas.
En un año pueden caer cerca de 40 toneladas de coca en Urabá y sus aguas cercanas. Una cifra similar logra hacer tránsito hacia el norte desde la región. Un kilo de coca que en Urabá puede valer tres millones de pesos, puesto en Panamá ya suma unos cincuenta millones. Esos son solo los ceros del primer trayecto, de ahí para arriba la tarifa sigue creciendo de manera exponencial. Ahí está una buena parte de la economía de la región. Los talleres de motos, los puestos de chance, la construcción de vivienda, las pequeñas discotecas, los prestamos gota a gota crecen según las bonanzas y las caídas de los viajes. Tanto Inglaterra como los hermanos del clan Úsuga David llevan más treinta años enfierrados en la zona. Han sumado dos y tres desmovilizaciones con diversos brazaletes. Han ejercido “justicia” y terror, han montado negocios, han jugado a ser benefactores y verdugos en una zona de múltiples colonizaciones, donde la justicia y el Estado siempre han sido la excepción, donde ha primado un orden oscuro que se transforma según el gusto de los señores de la guerra. No en vano Urabá ha sido siempre tierra de aventureros y desplazados, de familias en busca de segundas oportunidades, de comerciantes con bolsillo de doble fondo y excluidos sociales.
Hace un poco más de cinco años la muerte de Juan de Dios Úsuga paralizó a todo Urabá y a más de cien municipios en el país. Fue una resaca de comienzo de año que demostró el poder de lo que se creía era una simple banda. Hace unos meses el entierro de alias Gavilán fue acompañado por una banda de tres músicos y unas seiscientas personas en el corregimiento de San José de Mulatos en Turbo. Algo ha cambiado desde la muerte de alias Giovanni a comienzos de 2012. Pero hablar de patologías sociales en regiones donde la lealtad no es un asunto moral sino una cuestión de vida o muerte, de simple supervivencia, es mirar hasta Urabá por medio de un lente muy opaco. Planeta Turbo llamaba la comitiva de un reconocido político antioqueño a ese municipio luego de cada correría. Allá rigen otras reglas y mandan otras insignias. Desde las ciudades se suele ejercer un maniqueísmo muy simple, un moralismo muy barato del cual el mejor ejemplo es ese triste letrero: “los buenos somos más”.



martes, 21 de noviembre de 2017

Consulta impopular





Hace un poco menos de treinta años Luis Carlos Galán obtenía uno de sus más importantes triunfos políticos. No fue solo una victoria personal, no se trató de una mayoría en las urnas sino del logro de una transformación democrática al interior del partido mayoritario en Colombia. La lucha le tomó cerca de cinco años y concluyó con el acuerdo unánime, durante la convención liberal del 23 de julio de 1989 en Bogotá, para elegir candidato del partido por medio de una consulta popular abierta. En el camino había renunciado al Partido Liberal y creado el Nuevo Liberalismo como una necesidad ante los mecanismos arcaicos y clientelistas de elección que impedían la renovación y el protagonismo sin la venia de los “caciques”. Menos de un mes después de esa victoria fue asesinado en Soacha en medio de la competencia por la candidatura oficial del partido, que virtualmente elegía al presidente de la república.
Durante un año y medio el expresidente Turbay dirigió la puja entre los seis precandidatos y los congresistas por concretar y afinar el mecanismo. Se criticaban los costos de campaña y la división del partido, se anunciaban rebeliones de los caciques liberales y al mismo tiempo se desestimaba el carácter democrático de la consulta subrayando el clientelismo por venir, se señalaban los riesgos de la participación de votantes ajenos al liberalismo. Al final Turbay zanjó la discusión con una frase sencilla: “Quizá la consulta sea insoportable, pero su ausencia sería aún peor”. Con la campaña empezando, de nuevo en el “viejo liberalismo” pero con nuevas reglas, Galán celebraba su triunfo: “Nos reintegramos al partido liberal en virtud de un acuerdo de igual a igual, un acuerdo en torno de compromisos y criterios a través de los cuales, con los demás liberales de Colombia, le vamos a dar una salida feliz a nuestra patria después de estos años de crisis y tragedia. Compañeros: el viaje continúa, con la misma brújula, el mismo destino y en una nave más grande”. Se confirmaba el debilitamiento o al menos la posibilidad de vencer a los barones electorales, intermediarios obligados frente a los votantes. Ahora Bernardo Guerra Serna, José Name Terán, Víctor Renán Barco, Julio Cesar Guerra, César Pérez García no podrían imponer su candidato por “aclamación” y Hernando Durán Dussán no sería presidente por el simple dedazo.

El fin de semana pasado se celebró el repudio a la consulta liberal por parte de los partidos, los medios y los ciudadanos en general. Fue imposible hablar de democracia, de participación, mencionar una o dos ideas, recordar a Galán, repudiar los acuerdos a oscuras por parte de los políticos. Se habló de política con el burdo cuaderno del contador en la mano. La gran inteligencia consistió en dividir el costo de la consulta entre el número de votantes para señalar el precio exorbitante. Lo hicieron desde herederos de Galán como Juan Lozano hasta presentadores de variedades como Jota Mario Valencia. La consigna, casi unánime, reunió una mezcla de apatía y prejuicios: decidan ustedes los políticos que nosotros ya tendremos ocasión de quejarnos. Tal vez una más optimista: escojan ustedes, pero escojan bien. La descalificación automática del mecanismo tendrá consecuencias sobre las designaciones en el futuro. Cada vez queremos menos influencia de los políticos y al mismo tiempo buscamos delegar las decisiones importantes a sus pulsos y rencillas. Los partidos dignos de elogio, que se inscribieron para hacer consulta y al final no concurrieron, resultaron ser el Centro Democrático que elige siguiendo la lógica de un capo y unos temerosos precandidatos, lógica ya fallida una vez; y el Partido Conservador que está a la espera de ofrecimientos por su bandera y definirá con el carisellazo de sus congresistas. No queremos ni partidos ni consultas. Solo patrones. 

martes, 14 de noviembre de 2017

Peligros de la disciplina





Las recientes recomendaciones de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) son una alerta razonable más allá de los efectos particulares respecto a Gustavo Petro. La Procuraduría colombiana, con la oruga de hierro en su plazoleta, se ha ido convirtiendo en una pulcra amenaza, un peligroso órgano de descontrol. La CIDH pide con razón que funcionarios elegidos popularmente no puedan ser destituidos e inhabilitados por instancias administrativas. Instancias que además tienen un alto grado de contaminación política y electoral. Hace unos años, el exalcalde de Bogotá Paul Blomberg dejaba claros los riesgos institucionales de esa extraña figura colombiana, a medias entre directiva de ONG, fiscal, juez y advertidor general de la nación: “Un alto funcionario como el procurador, cuyo nombramiento resulta de pactos oscuros en cuerpos colegiados de elección popular poco aprestigiados, tiene las facultades de instruir y la de sancionar al mismo tiempo.” Además de ese doble papel, para muchos casos no existe una segunda instancia luego de la sanción disciplinaria, y a los ejecutados no les queda más que recorrer un largo camino ante el Consejo de Estado.
El caso del exalcalde Petro deja muy claro la perversidad que pueden entrañar los poderes desmesurados y carentes de una mínima responsabilidad que ejerce el procurador en Colombia. Alejandro Ordóñez, actual candidato presidencial, pudo sacar de carrera a uno de sus competidores para las elecciones de 2018. Hoy su fallo puede verse como una simple zancadilla de un candidato a un rival indeseado. Es muy posible que la sanción impuesta hace casi cuatro años se caiga en el Consejo de Estado, pero eso no dejará ninguna consecuencia para el exprocurador: “Al menos lo intenté”, pensará con algo de desvergüenza. Los errores, las omisiones, las audacias administrativas de alcaldes y gobernadores pueden pagarse caro ante la Procuraduría, pero los abusos probados del órgano de descontrol nunca tendrán consecuencias.
La Procuraduría es cada vez más –no solo en manos de Ordóñez, el actual procurador Carrillo ha demostrado ser un actor del espectáculo anticorrupción– una especie de administración a posteriori, inteligentísima una vez se presentan los hechos, con la potestad no solo de señalar y castigar errores sino de imponer políticas públicas. Hace seis años la Procuraduría de Ordóñez suspendió al alcalde Samuel Moreno por una “presunta y posible omisión en el deber de asegurar las obras en debida forma”. Se refería a tres obras de infraestructura en particular y a los incumplimientos de los contratistas. A esas alturas Samuel Moreno no tenía quién lo defendiera y terminó por fuera del Palacio Liévano por temas muy distintos a la corrupción probada años después. Si los problemas con contratistas justifican destituciones, los alcaldes y gobernadores quedarían en las manos de empresarios privados y sería imposible que acabaran su periodo. Bastaría un contratista ineficiente y vengativo y un Procurador acucioso por protagonismo o animadversión política.
El Consejo de Estado ha tumbado en los últimos años sanciones contra Alonso Salazar, Piedad Córdoba, dos a falta de una, Sabas Pretelt y muy seguramente viene un fallo en ese mismo sentido en el caso Petro. En todos ha resaltado falta de pruebas y violación de derechos políticos. Sin  eso pasa con alcaldes en las principales ciudades, ministros y congresistas qué podrán esperar los alcaldes de pequeños municipios ante ese monstruo político con pelaje de moralidad. Es hora de pensar en una fórmula para llevar a la Procuraduría y a la corrupción a sus justas proporciones.



martes, 7 de noviembre de 2017

Retratos hablados







No existe lo que se llama la versión definitiva, decía Octavio Paz hablando de los poemas que se escriben, los que se piensan y los que se atoran. Algo parecido podría decirse de la historia en mayúscula, de la pequeña historia a borbotones que sueltan los periódicos, de las biografías de los hombres y mujeres reseñados bien sea por sus virtudes o sus horrores. Esa sencilla línea de la historia que muestran las cronologías en realidad da rodeos, retrocede, da saltos de olvido o se atranca con un martilleo sobre un mismo escollo de humanos e ideas. Y así cambian las perspectivas, los juicios y las certezas. La política es una gran herramienta en eso de reteñir, borrar o corregir hechos y personajes importantes. Marca los énfasis según conveniencias, mayorías, discursos y temores futuros. Trabaja todo el día en lo que podría llamarse estrategias de verdad.
Hace unos días la polémica semanal giró alrededor de la figura de alias Alfonso Cano, y de la ofensa que suponía para muchos que algunas personas decidieran hacer un homenaje a un hombre que dirigió a las Farc y, por tanto, debe cargar sobre su historia un buen número de páginas de sangre. La pregunta es si el fin de las Farc como grupo armado hará posible tener una visión distinta sobre Cano. No una que disculpe sus crímenes, no una que busque enaltecerlo por su “lucha” como hacen sus camaradas, pero sí una que permita verlo como un hombre más complejo que el condenado por los jueces penales y muerto por las balas militares. Una en la que el odio ceda espacio a la curiosidad frente a los contradictores, a las preguntas frente a los radicales.
La muerte reciente de Martin McGuinness, miembro del IRA, segundo del Sinn Féin, su brazo político, artífice del acuerdo del Viernes Santo en 1998 y vice primer ministro de Irlanda durante casi una década, deja algunas lecciones sobre la versión siempre imperfecta y cambiante de personajes que estuvieron en la guerra. McGuinness terminó siendo compañero de pesca y amigo de Ian Paisley, su principal contradictor político y quien debía encargarse del contrapeso Unionista en el gobierno compartido con los republicanos: “Jamás habíamos hablado de nada y ahora trabajamos juntos, sin palabras de reproches entre nosotros. Eso demuestra que estamos preparados para un nuevo rumbo”, dijo McGuinness recién posesionado como vice primer ministro. Tony Blair, quien firmó los acuerdos que había comenzado su antecesor, dijo en su momento que luego de considerarlo un terrorista había terminado viendo en McGuinness una “inspiración” al momento de buscar la paz: “Muestra que la política funciona”, remató con algo de alegría y resignación. Blair fue más allá y habló de las distintas visiones posibles y comprensibles: “Habrá algunos que no puedan olvidar el amargo legado de la guerra. Y en el caso de aquellos que perdieron a sus seres queridos en ella, es completamente comprensible. Pero aquellos que fuimos capaces de traer finalmente el acuerdo de paz a Irlanda del Norte, sabemos que no podríamos haberlo hecho sin su coraje y su silenciosa insistencia en que el pasado no debe definir el futuro.” También la reina Isabel, quien perdió a su primo Lord Mountbatten en un atentado, terminó apretando la mano de McGuinness y enviando una carta personal a su esposa para darle las condolencias luego de su muerte. Y se oyeron voces que condenaron su memoria. Norman Tebbit, ex ministro conservador que vio gravemente herida a su esposa luego de un atentado del IRA, lo despidió con un suspiro de alivio: “Simplemente me complace que el mundo sea un lugar más dulce y limpio ahora. Él no era solo un múltiple asesino; él era un cobarde”.
Abrir la posibilidad a nuevas versiones, ser capaces de examinar conductas con menos odio, de construir personajes y causas menos simples será un buen indicador de qué tan posible es la reconciliación. Siempre habrá espacio para rencores y retrocesos, Irlanda lo sabe, pero el grito de la política tiene que dejar oír lenguajes más serenos.