miércoles, 27 de mayo de 2020

La plaga del comercio


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En muchos lugares la cuarentena ha comenzado a ser imaginaria. La gente decide actuar basada más en los daños y las necesidades inminentes que en los riesgos futuros e inciertos. No se trata de un espíritu de la desobediencia ni de una reivindicación de derechos liberales. Es muchos más sencillo: el arrojo inevitable de quien siente que su vida se deteriora día a día. El temor frente a esa amenaza invisible y cierta va cediendo frente a un llamado que se impone: la calle se convierte en obligación y los locales a media reja en estrategia de bioseguridad. Y nos damos cuenta de que la pandemia también puede ser agitación y que los días de las ciudades fantasmales han comenzado a ser historia y pasto de decretos.
El comercio tiene una forma viral de propagación, intenta conservar la vida de maneras imaginativas, con múltiples mutaciones y estrategias, se filtra por los lugares más inesperados y tiene el gen contagioso que impone la competencia. El fin de semana estuve de visita por el sector comercial que en Medellín se conoce como El Hueco. Un enjambre de todo tipo de comercios, desde telas hasta químicos industriales, desde maderas hasta almacenes de juguetes. Un solo detalle deja claro que venden lo que a usted se le ocurra: encontré un local con ofertas de espuelas para los gallos de pelea.
De repente El Hueco se ha convertido en un paradójico escenario para la bioseguridad. Un voceador con tapabocas es el más representativo espécimen del lugar, una contradicción en los términos. Se acumulan miles de compradores por calles y aceras, los vendedores guardan una amable y contagiosa distancia, los restaurantes atienden sus corrientazos en una mesa sí y otra no, las tiendas venden el guaro para llevar puesto. En medio de ese ambiente de vieja normalidad se ha impuesto un nuevo mercado, la venta de elementos para evitar el contagio: tapabocas, caretas acrílicas, cintas para aislar locales, telas para diseñar nuevos tapabocas, elásticos por metros para confeccionarlos, alcohol por barriles, antibacterial con olor a sándalo, traje para dama con pañoleta compañera para cubrir nariz y boca, avisos para demarcación de distancia, tapetes para protocolos con amonio cuaternario, bombas pequeñas, medianas y grandes para rociar venenos y alcoholes varios…
La bioseguridad es ahora un simple asunto visual, compuesto de líneas negras y amarillas, de palabras que se repiten, de reglas para una relativa tranquilidad y para cumplir las reglas a simple vista. Ninguno de esos comercios tenía autorización para abrir. Estaban ahí solo para “proteger” a los clientes que necesitan elementos para cuidarse y abrir sus locales cuando llegue el día. Una hermosa lógica circular dicha con el desparpajo y la sonrisa cubierta por el tapabocas del Guasón. Nos arriesgamos para protegernos. Suena el mismo vallenato en las carretas que antes cargaban mangos y ahora llevan overoles antifluidos. Mientras tanto una moto con dos policías pasa entre los carros intentando evitar una rechifla de ese hueco con renovada efervescencia. Hace una semana una asonada mostró sus primeras piedras en uno de los centros comerciales de la zona. El síndrome de abstinencia de los vendedores informales y los profesionales de la oferta.
Ahora el alcalde de Medellín decreta que para abrir los comercios deben “enlazarse” a las cámaras de la Empresa de Seguridad Urbana. Y que ese será un primer paso para la vigilancia futura. Y no queda más que pensar que la autoridad local mide otra temperatura y alardea de otro control. Como pasa casi siempre, a nuestras discusiones les falta un poco de realidad.






miércoles, 20 de mayo de 2020

Señora muerte




La muerte será siempre un acecho que nos empuja o nos paraliza, un terrible aliciente que no marca direcciones ni entrega ninguna garantía. Una objeción a todos los planes, a los caprichos y a los grandes ideales. Ahora está todos los días en una especia de balance que hacemos de la manera más trillada, como si contáramos simples tránsitos entre dos fronteras corrientes. La vemos en las tablas de la burocracia y en los informes periodísticos, y su número lejano nos dice que se acerca, que crece como una inundación inevitable.
Esa cercanía puede trivializarla, puede convertirla en una carga que a la distancia estamos dispuestos a soportar con cierta naturalidad. Los asiduos de los hospitales nos hablan de ella con cierto cinismo. Son unos especialistas y logran ser descarnados, hacen las proyecciones del drama que viene en las habitaciones asignadas, entregan la descripción de los candidatos ideales para esa estadística, las anécdotas sobre sus colegas pusilánimes o consagrados. No digamos que la invocan, pero sí nos muestran una cara a la que no estamos acostumbrados. Y nos demuestran que están mejor preparados para la acción que para la espera.
También los funerarios han mostrado una faceta menos parca. Esa indiferencia bien disimulada de consideración es hoy más cercana a la suficiencia. Al menos entre quienes no han recibido una espantosa avalancha. “Aquí estamos con los últimos datos, con la posibilidad de desmentir los informes oficiales, con las noticias de última hora”, parecen decir. Convertidos en informantes del más allá. Y tal vez podrían llevar en el bolsillo de sus chaquetas el fragmento de un poema del escritor británico Kingsley Amis: “Tengo algo que decir a favor de la muerte: / no te obliga a dejar la cama, y es una suerte. / A cualquier parte, estés de pie o largo / llega hasta ti sin cobrar recargo”.
Imposible no pensar en el libro de un enfermo célebre, Mortalidad, escrito por Christopher Hitchens durante el tratamiento de un cáncer de esófago que terminó con su vida luego de un año y medio de gira por hospitales. Hitchens se arrepiente varias veces en esas páginas por tratar, en algunos momentos, su convalecencia como una lucha. En un principio lo asumió usando una frase que se atribuye a Nietzsche: “Lo que no me ha matado me ha hecho más fuerte”. Dejó de creer en esa batalla que solo tenía derrotas, entonces tomó prestadas las palabras de un colega profesor que padeció un derrame cerebral y otras dolencias: “Los pacientes yacíamos en tumbas de colchones”.
Ese libro sobre la muerte se parece en realidad a un repaso clínico, a una diatriba contra los tratamientos, las preguntas de los sanos, la condescendencia, la debilidad, el hipo, el estreñimiento… “La difícil ocupación por sobrevivir” no deja espacio para mucho más. Esa es tal vez la mayor derrota de ese libro: ser más un tránsito entre habitaciones y una reseña de la expulsión del país de los sanos que una profunda meditación sobre el final de la vida. Médicos y abogados son los grandes protagonistas de ese peregrinaje: “Burocracia, la maldición de Villa Tumor.”
Pero ese no es único vacío que dejan las 120 páginas de Mortalidad. Tampoco sobre la enfermedad queda mucho que decir. Es imposible advertir el dolor. Los médicos no lograron describirlo antes de los tratamientos, y él tampoco puede hacerlo para los futuros pacientes. Esa voz, al final, parecer no tener privilegio alguno: la enfermedad “entraña siempre una tentación permanente de mostrarse egocéntrico”. Y a nosotros nos toca volver a los cuadros y diarios y a los temores.










miércoles, 13 de mayo de 2020

Medellín me vigila





La alcaldía de Medellín recibió en 2018 el encargo por parte del Departamento Nacional de Planeación para la actualización de los datos del Sisben. El trabajo tardó cerca de dos años y terminó el 21 de diciembre del año pasado. La alcaldía recibió un poco menos de ochocientos millones de pesos por el trabajo que era a la vez un insumo clave para sus propios programas sociales. La encuesta logró reunir información del 75% de los hogares de estratos 1 y 2, y algunos más del estrato 3. Se podría decir que la administración actual recibió la mejor información del territorio y las familias más vulnerables que se haya tenido en la última década. Además, el 23 de marzo la Presidencia entregó a todos los municipios la ubicación e identificación de los beneficiarios de programas como Familias en Acción, Colombia mayor, Jóvenes en Acción, e igualmente información relacionada con la afiliación a salud.
Sin embargo, la alcaldía de Daniel Quintero consideró que esa información no era relevante o suficiente y decidió crear una plataforma propia para la entrega de ayudas en medio de la crisis por el Covid-19. El 5 de abril se lanzó la plataforma Medellín Me Cuida para la inscripción voluntaria de familias con necesidad de ayudas. Si crear el Sisben IV tardó dos años en el terreno y no se logró el 100% de la información, no es difícil imaginarse los logros de Medellín Me Cuida en familias sin conectividad alguna y con urgencias más acá de la big data. Pero veinte días después la plataforma se convirtió en una estrategia “para ganar esta batalla contra el Coronavirus”. De modo que el 24 de abril la inscripción pasó a ser obligatoria. Los trabajadores tienen que inscribirse para poder salir y tener, por ejemplo, habilitación de su tarjeta del Metro. La plataforma solicita información sensible sobre salud y pide registro de todas las personas que viven con quien se registra. Una de las exigencias legales en temas de habeas data es el consentimiento informado de quien entrega los datos, requisito borrado cuando negarse significa perder en trabajo. Sin contar que una persona puede entregar datos de todos sus familiares sin autorización expresa. Es imposible que el exviceministro de las TIC no conozca las exigencias de la ley estatutaria de habeas data de 2012.
El alcalde ha dicho que esa tecnología ha sido una herramienta eficiente en la contención de los contagios en la ciudad. Pero de ningún modo es clara esa eficiencia. Por ejemplo, se dijo que fue clave en el manejo del brote en la Plaza Minorista. Pero el primer caso en la plaza se diagnosticó el 10 de abril, cuando la plataforma aún era un juguete algo hueco. La verdadera tecnología se hizo con la búsqueda activa basada en entrevistas a quienes resultaron positivos. Me imagino que no esperaron el registro de los coteros para luego verificar con quién viven. Las cifras de la plataforma tampoco son claras, el alcalde dijo el 27 de abril que había 2.2 millones de inscritos y el 30 de abril El Colombiano dice, citando fuentes oficiales, que son apenas 700.000.
Medellín Me Cuida no cumple los mínimos requisitos de transparencia en la inscripción, restricción de uso de los datos y temporalidad que señala la ley. Tanto que la alcaldía ha ido tapando huecos a partir de denuncias de organizaciones que vigilan la protección de datos y el derecho a la intimidad. El alcalde sabe para qué sirven los datos, ya en el 2014 tuvo una pelea en el Partido Liberal por una pequeña rapiña con los contactos telefónico de líderes del partido.
Pero hay un último dato relevante. Juan Camilo Oliveros, el subdirector de información y evaluación estratégica, fue el representante legal de Gauss de Colombia, una empresa de Asesoría e Investigación Estadística que acompañó a Quintero en la campaña. Sabe muy bien que esos datos valen plata en forma. Hoy es hombre clave en Medellín Me Cuida y el representante legal de Gauss de Colombia pasó a ser su padre. Nunca se habló de conflicto de intereses. La línea entre el uso y el abuso de la tecnología es muy delgada.






miércoles, 6 de mayo de 2020

Células indeseables


Bukele, el autoritario - The New York Times

Nunca fue tan peligrosa la metáfora fisiológica que nos describe como un cuerpo social, como un organismo vivo en el que cada cual está obligado a cumplir una función determinada. Ahora somos células en medio de un proceso degenerativo, células potencialmente infectas y por tanto necesariamente acondicionadas y vigiladas para el bien social. El Estado, la iglesia y los moralistas consumados han tenido siempre ese concepto: los individuos son apenas un medio para un orden social deseable.
En tiempos de pandemia esa idea se irá llevando a límites ridículos cuando no francamente peligrosos. La vida está en juego y el “egoísta nato” del que hablaba Auguste Compte tendrá que ser corregido y arrastrado hasta el altruismo. Así como todos los adornos se miran con desprecio en estos momentos de urgencia (las flores son alardes innecesarios y los perfumes son casi obscenos), las sutilezas de algunos argumentos o los reparos a las obligaciones gubernamentales son vistas como un descaro inaceptable. “No estamos para andar hablando de libertades, la seguridad está por encima de todo.” La desmesura del cuidado es una religión y su solo cuestionamiento es una herejía que atenta contra la vida del “cuerpo social”. Los salubristas tienen la palabra. En adelante la vida deberá responder a sus cuidados y sus mandatos para hacerlo todo más cierto y más seguro. La iluminación, el olor y los modales de las farmacias deberán imponerse poco a poco por el bien de todos. Lo demás son absurdos arrebatos individualistas. No habrá espacio ni siquiera para el descuido o el desprecio por la vida propia: “No, arriesgar su vida es también arriesgar la vida de los demás. De modo que usted debe someterse al cuidado que le receta el Estado”. No importa que ese cuidado sea absurdo, o que cambie según el gusto de cada presidente, alcalde o rector de colegio.
Una página de Un mundo feliz tiene un diálogo revelador entre Bernard Marx, el hereje de turno, y Lenina, acostumbrada a los dictados de la alegría perenne: “Cuando un individuo siente la comunidad peligra”, dice Lenina. “Bueno, y por qué no puede peligrar un poco”, responde Bernard para asombro e indignación de su amiga. Esa palabra “siente” podría cambiarse hoy por disiente, reniega, desobedece… Incluso por pregunta. Los políticos son los grandes beneficiarios del afán ciudadano por obedecer, del llamado a la actuación coordinada. Son los directores de una coreografía social donde ejercen como líderes severos y preocupados: “estamos salvando vidas”, es su frase preferida, siempre en el tono de padres o madres acuciosos. Y cuando la policía no es suficiente para que se cumplan los deberes de salvación colectiva, aparecen los agentes oficiosos, ciudadanos vociferantes dispuestos a ejercer el control de manera espontánea. Son la sobrerreacción del sistema inmune, la causa de la hinchazón y los graves daños en el cuerpo que buscan salvar. Gritan desde las ventanas, condenan en las redes sociales, llaman al linchamiento social. Es el coro social de los decretos, la manifestación más notoria de la neurosis colectiva que produce el encierro.
El gobierno de Nayib Bukele en El Salvador es el paradigma del autoritarismo protector. La semana pasada pidió mayor severidad para quienes violan la cuarentena. Habló de “doblarles la muñeca y encerrarlos, en medio de desconocidos, durante 30 días”. Para ese encierro eligió el Tabernáculo Bíblico, una iglesia bautista que está vacía y sin sermones. Ya se dan abusos y maltratos al interior, pero la policía no interviene, son células indeseables del cuerpo social.