miércoles, 20 de septiembre de 2023

Traición en carretera

 


 El ataque de Primoz Roglic en el Angliru

Las grandes vueltas, carreras de tres semanas y miles de kilómetros, con cientos de corredores de castas distintas, jefes desafiantes y soldados exhaustos, son siempre una road movie. Pero la Vuelta a España que terminó el domingo pasado tuvo además los ingredientes de una traición, y un pretexto para una fábula moralizante, y la participación activa del coro de los aficionados, y el final feliz de una telenovela.

Sepp Kuss, un gringo nacido en Durango, pueblo fundado como estación de trenes para minería, fue el inesperado ganador de la Vuelta. Kuss va siempre riéndose, hasta cuando desfallece, y le suelta la mano a los aficionados contra las barandas, saludando como si fuera uno de los animadores del circo que arrastra la caravana del ciclismo. El hombre llegaba con la obligación de siempre, ser el lugarteniente de los dos líderes del equipo: Primoz Roglic y Jonas Vingegaard. Kuss los ha llevado de la mano durante tres Vueltas, dos Tours y un Giro. Siendo el primer anillo de seguridad, el remolcador, el mesero para los momentos de fatiga, el que desiste de la gloria para que el líder se bañe en champaña al final de la etapa. “No sé si soy el talismán del equipo”, dice Kuss cuando le recuerdan los triunfos de sus compañeros.

Pero el simple amuleto en el bolsillo de los líderes se convirtió en caposquadra. Una escapada que parecía inofensiva lo dejó en el liderato y le entregó algo más de dos minutos sobre los favoritos. Y el hombre de Durango, casado con una catalana, habitante de Andorra, comenzó a sumar simpatías en las orillas de la carretera: “Ha habido momentos en los que he estado a punto de llorar de la de gente que me ha estado animando”, dijo Kuss entre ahogos al final de uno de los premios de primera categoría. Era el momento de ver ganar a uno de los excluidos, a un colado en el podio, a un obrero del pelotón. Era el momento de la fábula.

Pero la historia necesitaba un villano y al final, para mejores intrigas, tuvo dos. Roglic y Vingegaard rompieron los códigos de carrera según los cuáles los compañeros no atacan a un líder con opciones de triunfo en la general, y se fueron con toda contra el norteamericano. La emboscada fue en el ascenso al Angliru, una de las cimas más duras del ciclismo mundial. En medio de una neblina perfecta para las traiciones, los “compañeros”, segundo y tercero en la general, atacaron al líder y se perdieron en la niebla que Kuss confundía con su falta de oxígeno. Uno de los narradores de la televisión española no aguantó y les gritó: “Pero dónde vais, cabrones”. Un “enemigo” terminó salvando su liderato por 9 segundos. Mikel Landa, ciclista español del Bahrain Victorious, alcanzó a Kuss y le puso su rueda para que no terminara desfondado. Ese día, Kuss pudo celebrar su cumpleaños siendo líder: “Casi no dormí esa noche porque tenía tantos pensamientos sobre quién soy para ellos y quién soy para el equipo, para qué función sirvo, sí, un poco...” De pronto, cuando era el momento de que los códigos lo protegieran, parecía que no estaban hechos para él, solo para los elegidos al triunfo desde el inicio de las carreras. Hasta el World Street Journal, no muy dado a la compasión, dijo que Sepp Kuss ganaría si sus compañeros no le robaban la carrera.

Las redes y las carreteras estallaron contra los conjurados y para muchos la gente terminó decidiendo quién debía ganar. Lo dice el director de la Vuelta: “La libertad es buena hasta que causa problemas”. Los dueños del Jumbo-Visma, supermercados holandeses, no querían problemas de imagen: “El patrocinador manda y sus llamadas no solo existen, sino que son habituales.” Vingegaard lo tenía claro: “La codicia no es buena”, dijo luego del triunfo de Kuss. Los villanos terminaron por debajo del líder, recibiendo el baño de champaña que les daba Kuss, y el público pudo llorar feliz.

 

 

miércoles, 13 de septiembre de 2023

El consejo de los duros

 

El alto comisionado para la Paz de Colombia, Danilo Rueda, la senadora Isabel Cristina Zuleta, y el experto en conflicto armado Fernando Quijano.

 

La paz urbana que impulsa el gobierno de Gustavo Petro es una apuesta a ciegas. Llena de buenas intenciones, de lugares comunes sobre “oportunidades a los más jóvenes”, de interrogantes sobre cómo desarmar el poder ilegal que lleva décadas definiendo la vida y la muerte en los barrios. Las conversaciones se están dando en Buenaventura, Medellín y Quibdó, en silencio, sin anuncios, sin agendas públicas, atenuando las expectativas y minimizando los riesgos. No hay un marco jurídico ni están claras las condiciones para estar sentados a la mesa del gobierno. Muchos de los voceros son una incógnita. En definitiva, la paz urbana es una charla informal, pero con candela.

Desde hace tres meses 19 exjefes de bandas, con mando durante años en el Valle de Aburrá, están sentados en la cárcel de Itagüí hablando con la gente del alto comisionado de paz. Ahí está La Oficina, están antiguos paras y pillos que fueron haciendo carrera en la calle hasta llegar a ser capos. Los “negociadores” dicen representar a cerca de 12.000 jóvenes de la ciudad vinculados a la ilegalidad. La semana pasada el portal Verdad Abierta publicó tres entregas de entrevistas con cuatro de los exjefes recluidos en Itagüí.

Las respuestas muestran por momentos una mirada ingenua sobre las posibilidades y los riegos de un acogimiento. Hay mucho de la idea del momento de la vida para ser “líderes positivos” y ver crecer a sus hijos en una mejor ciudad ¿Qué puede va pasar con quienes todavía están creciendo en el mundo del crimen, con “los muchachos” que están menos cansados y más ávidos? La respuesta resulta tierna: “Ya caímos a la cárcel y los muchachos siguen con sus estructuras, con sus cosas, pero lo escuchan a uno como un abuelo.” Pero los abuelos también hablan durito: “Sabemos que hay muchachos que se ganan hasta 5 millones de pesos semanales, y es difícil que se acostumbren a un millón mensual, pero les va a tocar.”

Según los voceros es necesario que ellos sigan “cuidando” la ciudad. Sin armas, solo con el respeto ganado en los barrios y unos radios proporcionados por el Estado. Aparace el fantasma de Don Berna y suena tanto a Convivir que ellos mismos tachan ese nombre en la respuesta siguiente. Una frase al final de la tercera entrega deja de lado el discurso de redención social y para ir a los beneficios palpables. Hablan del caos que se creó cuando varios de ellos fueron capturados hace seis años y los “muchachos” quedaron a la deriva, pero vinieron los buenos consejos desde las cárceles: “Y por arte de magia nos juntan y baja más del 40% el homicidio en la ciudad, ¿qué más tenemos que explicar?”. Los homicidios han estado estables en los últimos cuatro años y medio en la ciudad, incluyendo el último semestre de la administración de Federico Gutiérrez. Y para muchos esa caída súbita en los homicidios tuvo que ver con una vieja reunión, por allá en 2019, de algunos capos en La Picota. La paradoja es que ellos no quieren que los sigan llamando patrones, pero tienen que mostrar algún don de mando.

Otra de las dificultades será acercar la viabilidad jurídica con los pactos de “caballeros” que rigen fuera de las mesas de negociación. Cuando se habló de verdad dicen estar claros en esa necesidad, pero son categóricos en que no quieren delaciones: “A lo bien, eso no es de hombres (la delación). Uno asume la responsabilidad, pero sin llevarse al otro.”

Hasta ahora todo parece sereno entre el gobierno y los voceros, su discurso incluso se sobrepone y la buena voluntad es el punto en común. La gran pregunta es si esas mesas podrán ir más allá del simple apaciguamiento a los muchachos por parte de los capos-voceros-consejeros.