Cambia
el tiempo los cantos de belleza por los gritos de horror. Mirar con la perspectiva
de los años y los estragos tiene ventajas y trae frustraciones. Ahora no se
celebran algunos males mayores antes vistos como proezas, por el contrario se
señalan, se persiguen, causan revuelos citadinos… Pero siguen sucediendo. Arden
igual o peor. Desde la altura de los satélites y los años el humo sigue siendo
el mismo. El rastro que deja la tierra al girar, una huella de codicias y
necesidades, de alardes y supersticiones.
Hace 152
años se publicó por primera vez, en formato de novenario, la Memoria del
cultivo de maíz en Antioquia. Un poema, una epopeya campesina digamos, escrita por
Gregorio Gutiérrez González. Alcancé a leerla en el colegio como una tarea que,
entre alumnos de séptimo grado, no tenía más reparos que el vocabulario muchas
veces indescifrable y el tono de copla que nos parecía digno de tienda.
“Ya el verano llegó para la quema; / La Candelaria
ya se va acercando; / Es un domingo a mediodía. El viento / Barre las nubes en
el cielo claro. Prenden la punta del hachón con yesca, / Y brotando la llama al
ventearlo / Varios fogones en contorno encienden, / La Roza toda en derredor
cercando. Lame la llama con su inquieta lengua / La blanca barba a los tendidos
palos; / Prende en las hojas y chamizas secas, / se avanza, temblante,
serpeando.”
Ahora algunas páginas en Internet, con muestras
satelitales día a día, nos dejan ver los focos de incendios sobre toda la
tierra. Pequeños puntos sobre un mapa inexplorado para la inmensa mayoría del
planeta. “Tiende la noche su callado manto / Bordado con las chispas del
incendio / Que parecen cocuyos revolando.” Porque la Amazonia es una especie de
geografía de fábula, un “continente” inexplorado e inexplicable al que solo nos
queda catalogar el “pulmón del planeta”, en un juego infantil entre anatomía y
geografía.
Las imágenes de nuestros más recientes incendios vistas
desde los satélites solo dejan perplejidades. El Catatumbo siempre ardiendo,
con las calenturas de todo tipo en Tibú y Sardinata. Las obligatorias llamas en
Riohacha y en Maicao, los focos, tal vez cocaleros en La Primavera, Curimaribo
y Santa Rita en el Vichada. No parece verse el humo sobre los 30 municipios que
según el IDEAM concentran casi el 95% de la tala en el país. Es posible que
para nosotros no haya “día del fuego”.
“Vese de lejos la espiral del humo / Que tenue
brota caprichoso y blanco, / O lento sube en copos sobre copos / Como blanco
algodón escarmenado. La llama crece; envuelve la madera / Y se retuerce en los
nudosos brazos, / Y silba, y desigual chisporrotea, / Lenguas de fuego por
doquier lanzando. Y el fuego envuelto en remolinos de humo, / Por los vientos
contrarios azotado / Se alza a los cielos, o a lo lejos prende / Nuevas
hogueras con creciente estrago.”
Según las cifras del Global Forest Watch Fire nuestros incendios en lo corrido de 2019,
algo menos de 24.000, están en el promedio de lo que ha pasado en las últimas
dos décadas, y algo por debajo del año anterior. Ni Caquetá ni Putumayo,
señalados los focos más recientes de deforestación, aparecen entre los
departamentos con más focos de incendios ni se ven claras coincidencias entre
coca y llamas. Desde arriba todo sigue siendo incógnita.
“Y nubes sobre nubes se amontonan / Y se elevan, el
cielo encapotando / De un humo negro que arrebata chispas, / Pardas cenizas y
quemados ramos. Aves y fieras asustadas huyen; / Pero encuentran el fuego a
todos lados, / El fuego, que se avanza lentamente. / Estrechando su círculo
incendiario.”