jueves, 10 de abril de 2025

Diálogos sin Platón

 


Jianwei Xun, el filósofo inventado por la IA: ¿estafa o «experimento  académico»? - Nueva Revista

 

La trampa ha legitimado su propia teoría. Un filósofo inexistente, construido por la inteligencia y la ironía de un humano y las habilidades de dos “maquinas”, se hizo célebre con un libro que describe la “simulación perfecta del paisaje mediático”, la confusión colectiva que pueden crear los algoritmos, la sugestión de los mensajes inducidos por un poder de procesamiento. Hipnocracia: Trump, Musk y la nueva arquitectura de la realidad, es el título del libro, y Jianwei Xun, es el nombre del filósofo del no ser nacido en Hong Kong. Detrás de la construcción están Andrea Colamedici, como moderador, y Claude y ChatGPT como interlocutores de Inteligencia Artificial. El coautor humano se hizo pasar por traductor al italiano y el libro comenzó a llenarse de verdad: “Xun devela los mecanismos mediante los cuales el poder moldea nuestra percepción de la realidad”, “el libro del año”, “el filósofo del momento”… El libro fue uno de los más vendidos en Italia durante la primera quincena de marzo y al mismo tiempo fue pasto apetecido en medios y espacios académicos.

No se parece a engaños anteriores como el Affaire Sokal que en los noventa pretendió desenmascarar una jerga posmoderna que se legitimaba a sí misma a partir de la ilegibilidad, ni tampoco a su más cercano pariente, invento de tres jóvenes estudiantes de MIT quienes crearon hace veinte años un software, un rudimento de la AI, que creaba artículos y ponencias para presentar a revistas y congresos. Más de la mitad de los trabajos pasaban el filtro sin problema aunque eran solo un puzle de términos y teorías que obedecía a una orden humana. Esos dos experimentos eras simples zancadillas.

Ahora, según el filósofo italiano que lideró el experimento, se trata de una “creación colaborativa” surgida de la tensión entre la inteligencia humana y otras inteligencias. “No hay aquí nada falso”, ha dicho Colamedici. Simplemente se dedicó a alimentar sus herramientas con teorías sobre sus textos, libros de autores que cuestionaban o compartían sus ideas, y fue poniendo en cuestión las respuestas de las AI hasta hacerlas dudar y retroceder. “Ingeniería ontológica”, llama el filósofo de carne y hueso a su performance. No quería solo teorizar sobre la construcción de la realidad: “El proyecto Xun representa una forma de teoría encarnada: no solo habla de la hipnocracia, sino que la pone en escena...En cierto sentido, el hecho de que estas ideas provengan de una entidad híbrida humano-algoritmo, en lugar de un autor tradicional, las hace aún más relevantes.”

Hace años la “desilusión” de los lectores llegaba cuando se caía la máscara de un simple seudónimo. La aparición de un autor o autora inesperados hacía cambiar los finales felices entre el autor y la obra. Jianwei Xun nos dice que los autores serán cada vez más difusos, que las firmas serán menos confiables sin importar que los discursos sean más profundos ¿Debemos creerles a esas inteligencias? ¿Nos retan, nos enseñan, nos manipulan? El ajedrez fue uno de los grandes tableros experimentales de la AI, ahora el juego está en todas partes y Xun sugiere que es el momento de dejar de pensar en triunfos o derrotas.

Los robots de Asimov se preguntaban por su origen y desafiaban a sus creadores, obedecían al tiempo que creían contradecir a los humanos, salvaban a los tripulantes de las naves que se creían más inteligentes que esos “espantajos electrificados”. “¿Quién va a discutir con un robot? Es vejatorio…”  Dicen los personajes humanos de Asimov mientras intentan convencer a Cutie de su inferioridad de aluminio y cables. Llegó la hora de emprender esa conversación, de aceptar que también podemos ser la herramienta.

 

 

 

 

 

 

 

miércoles, 2 de abril de 2025

El culto Metro

 

Por qué el metro de Medellín, Colombia, está decorado con la Virgen María?  «Porque se la respeta» - Fundación Cari Filii

 

Metro de Medellín: 27 años transportando ilusiones

 

Era normal que Medellín se tuviera miedo, que la ciudad recelara de sí misma, que fuera consciente de su propia perversidad. Las calles y las morgues lo decían a diario. Acababa de atravesar sus días de furia, un año con más de siete mil homicidios, las bandas imponiendo su control, los temores después de la muerte de Pablo Escobar. El Metro aparecía en los horizontes como el más importante símbolo para el optimismo ¿Pero tendría esa ciudad salvaje la capacidad de habitar la obra prometida durante más de doce años?

La campaña comenzó siete años antes de que rodara el primer vagón del Metro. Se llevó hasta cuatrocientos cincuenta mil estudiantes en los colegios, a las Juntas de Acción Comunal, a las empresas y las universidades: “El Metro soy yo”, fue la frase escogida para el inicio. Y comenzó el culto que hoy conocemos como la “Cultura Metro”. Humberto Pérez, el artista encargado de pensar en obras para “adornar” el Sistema Metro, le dijo al primer gerente Alberto Valencia (1993 – 1998) que las estaciones necesitarían protección contra posibles atentados: “La única figura que verdaderamente tenía autoridad era la virgen, que hasta los más pillos veneraban, entonces las pusimos para evitar que atacaran las estaciones. Hicimos del Metro una iglesia, que es el único lugar donde la gente se comporta”.

En el año 2000, cuando se estrenó La virgen de los sicarios, el alcalde Sergio Naranjo amenazó con acciones jurídicas por el atentado contra la imagen de la ciudad, pero sobre todo por haber mancillado el Metro con la escena de un homicidio. Eso no debía ocurrir ni en las pesadillas de la ficción. La hoja Metro, un periódico que se entregaba gratis en las estaciones, dejaba las oraciones para los usuarios: “Señor, perdona a los usuarios que se recuestan en las puertas cuando se cierran. Perdónalos porque no saben lo que hacen. Y porque provocan retrasos. Haz que no vuelvan a recaer en su pecado”. Y uno de los mandamientos de los trabajadores rezaba claro: “Soy Gente Metro y tengo presente cada mañana este compromiso con Dios, con los Usuarios, con mis compañeros y conmigo mismo”.

El Metro era la nueva catedral metropolitana, una obra colosal para el orgullo y el optimismo. Merecía un lugar en el himno, mostraba la “superioridad” de la ciudad, el empuje de la “raza”. La gente hablaba más pasito en las estaciones y apenas susurraba en los vagones, todo el mundo quería ceder la silla, las estaciones estaban llenas de objetos perdidos que los usuarios devolvían, las peleas se aplazaban como en el colegio: ‘afuera nos vemos que no quiero ensuciar en Metro’. El metro era zona de distención en la guerra entre a nororiental y la noroccidental, todos temían el encuentro en las estaciones de las dos comunas enfrentadas. Nada pasó. En los primeros dos años se reportó un delito en las estaciones del Metro. La iglesia mejor trapeada de la ciudad estaba a salvo.

Hasta hoy el Metro de Medellín conserva esa aura conservadora. Es una señora cantaletosa por los altoparlantes, regaña por anticipado, todo el día recuerda las buenas maneras, obliga a la compostura y no deja ni sentarse en las estaciones. Esa era la idea desde los tiempos de la construcción y se hizo el milagrito. Jairo Hoyos, gerente en 1988, lo vaticinó con éxito: “Un nuevo Carreño, en normas de aseo, educación y respeto, viene con el tren metropolitano”. La expresión “Cultura Metro” surgió de manera espontánea, más allá de las campañas oficiales. La gente bautizó ese nuevo orgullo, ya no solo era la gran obra sino una nueva devoción.

En noviembre el Metro de Medellín cumple treinta años y la “Cultura Metro” subsiste, es una marca que se ha afianzado con la memoria, regionalismo y la vigilancia. Un fervor social lejos de la violencia urbana, una disciplina autoimpuesta.

 

domingo, 30 de marzo de 2025

Pecados capitales

 

Petro desconoce donación de una profesora a su campaña presidencial

 

Codicia es ahora la palabra preferida del presidente Petro. Ha reemplazado al petróleo como principal fuerza enemiga en su batalla por salvar la vida en la tierra: “Yo vengo elaborando una tesis de que la codicia desenfrenada termina acabando la vida, que el gran enemigo de la vida en toda su extensión, la naturaleza, la humanidad, el gran enemigo de la vida es la codicia…”, dijo en enero pasado y desde ahí se aferró a ese pecado capital que en su inicios, del latín cupiditia, definía un deseo desordenado, más cercano a la lujuria que a la avaricia. La raíz de todos los males es el amor del dinero, dijo San Pablo según la biblia. Santo Tomás de Aquino escribió que por el dinero el hombre puede llegar a cometer cualquier pecado: “Todo obedece al dinero”.

La nueva tesis también ha llevado a Petro hasta Jesús, el carpintero, “amante de la justicia social”, traicionado en el Congreso de Colombia por el “dios dinero”. La cruzada ha comenzado. La palabra le permite definir su enemigo para la seguidilla de elecciones que se vienen. Todos los que critican sus ideas, proyectos, sueños, delirios son ahora vendidos al oro, a ese dios falso que solo lleva a la muerte, o peor aún, a la extinción de la especie humana.

Para iniciar la batalla es necesario tener ejemplos ciertos, señalar algunos acaparadores, retar a los avaros poderosos, a los epulones. Ha escogido entonces a un gestor farmacéutico, casi ha ido hasta su bóveda de oro para encontrar las dosis de insulina escondidas. El ejemplo no es del todo bueno, resulta paradójico que un usurero decida suspender el negocio que lo hace rico. Si la gestora no despacha el medicamento, pues no se lo pagan. Pero el presidente tiene una respuesta. Se trata de una guerra de largo plazo y los droguistas epulones esconden el medicamento para enturbiar a su gobierno, para vencerlo en su lucha, en su camino de santidad al lado de los pobres.

El gobierno es experto en culpar al universo que conspira contra su voluntad y su heroísmo, también ha culpado a la historia, al poder incrustado en el Estado, a su propio gabinete que en un momento dejó de ser revolucionario. Pero hasta ahora todo se hacía en abstracto, en fábulas y a lo sumo tomando algunas cifras dudosas. El presidente ha dado un paso más allá. Ahora ha comenzado a inventar hechos, a tomar fotos de sus mentiras, a enviar a la superintendencia a develar el pecado capital y mostrarlo al público. Alguien debe meter la mano en el costado para que el pueblo crea. Llegó el acaparamiento, una palabra cara a Chávez en los tiempos de su declaratoria de la “guerra económica”: “Tú eres un ricachón, tú vas al infierno, al cielo no vas (...) es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja a que un ricachón como tú Mendoza vaya al Reino de los Cielos", dijo Chávez en su momento, en el 2010, refiriéndose a Lorenzo Mendoza, dueño del Grupo Polar acusado de acaparamiento.

Chávez intentaba sostener el control de precios que llevaba siete años y había creado una crisis de desabastecimiento de alimentos. Justificar un fracaso y señalar un enemigo y un pecado capital. “Tú con tus millones y yo con mi moral”, sentenciaba.

El gobierno Petro lleva dos años asfixiando al sistema de salud. Lo dicen las propias empresas intervenidas por el ejecutivo que no se atreven a mostrar las cifras que los delatarían. Negar el dinero que se necesita para sostener el sistema, un control de precios a ojo, contra todas las evidencias, ha comenzado a mostrar consecuencias para la salud de miles de colombianos. Pero el gobierno está dispuesto a esos sacrificios en cuerpo ajeno para justificar su lucha contra la codicia. Se queda uno pensando en la soberbia, otro de esos pecados capitales.