Suecia
es tal vez la mejor demostración de un mundo a tientas frente al coronavirus.
En seis meses ha sido señalada, envidiada, repudiada por los vecinos,
felicitada por la OMS y criticada por los epidemiólogos más severos. Expuesta
como modelo y exhibida como fracaso dependiendo del paso del tiempo y de las
curvas de fallecimientos, los miedos y las neurosis del encierro. Pero el país
ha seguido su ritmo, sin grandes sobresaltos en su estrategia, un poco
ensimismada para unos y confiada para otros. La frase de batalla ha sido clara
desde el comienzo: “Esto no es una carrera de velocidad, es una maratón”. El
lugar común según el cual tenemos que convivir con el virus está entre nosotros
hace cerca de dos meses, mientas en Suecia es eslogan desde el comienzo de la
pandemia.
El
país nunca suspendió sus clases para menores de 16 años, no cerró restaurantes,
bares ni gimnasios y mucho menos los espacios abiertos para hacer ejercicio o reunirse
en grupos menores a cincuenta personas. Siempre pensaron en menos policía y
restricciones, menos histeria y más normalidad. La idea era proteger a los más
vulnerables y dejar que la infección siguiera su curso entre la población con
menores riesgos. Desde marzo estaba claro para todo el mundo que el porcentaje
de muertes entre pacientes sintomáticos de menores de 60 años era muy bajo. El
más alto en ese grupo estaba entre las personas entre 50 y 60 años y según sus
cuentas era de apenas el 0.6%. Suecia se tomó en serio ese dato. De modo que
tal vez fuera mejor acelerar el paso para llegar al punto obligado para todos,
la inmunidad de rebaño, y así exponer durante menos tiempo, menos trayecto, a
los más vulnerables. Quienes tienen menos riesgo terminarían protegiendo, a
mayores de 60 y casos de riesgos por enfermedades preexistentes, no mediante el
encierro sino por vía del contagio seguro que disminuiría el tiempo total de
exposición al virus. El riesgo era entonces en los hogares intergeneracionales,
donde habitan menores y mayores de sesenta años. Suecia parecía tener
condiciones ideales para su modelo dado que solo el 1% de sus hogares tienen
esa peligrosa mezcla frente al Sars-CoV-2.
Pero a
pesar de todo, las cosas no salieron muy bien. A comienzos de esta semana, Suecia
tenía 581 muertes Covid por millón de habitantes, una cifra por debajo de
Italia, España, Reino Unido y Bélgica; pero muy superior a la de sus vecinos:
en Dinamarca es de 112, en Finlandia de 62 y en Noruega de 50 por millón de
habitantes. Y casi la mitad de sus 5.880 muertes por el virus se dieron entre
habitantes de hogares para ancianos. Lo que significa que no fue posible esa
protección a los más indefensos frente al virus.
Pero
ahora, con una segunda ola amenazando a Europa, Suecia vuelve por la senda del
ejemplo y la OMS asegura que su estrategia puede “proporcionar lecciones para
la comunidad global”. El rebrote en Suecia ha sido muy bajo, en los últimos 14
días marca 37 casos por 100.000 habitantes mientras España tuvo 320, Francia
205, Bélgica 139 y Holanda 132 por 100.000 habitantes. Pero entre sus vecinos
nórdicos el rebrote tampoco ha sido gran cosa, lo que deja dudas de que esa
celebrada singularidad esté relacionada con sus maneras frente al virus. Mientras
tanto la inmunidad de rebaño parece estar todavía lejos. Los estudios de seroprevalencia
que miran los anticuerpos para saber el porcentaje de la población que se ha
contagiado dicen que los barrios con más contagios en Estocolmo tienen apenas
un 18% de personas que han sufrido el Covid. Suecia ve más tranquila el futuro,
pero todavía mira con algo de remordimiento las cifras del pasado reciente.
En
algo tiene Suecia razón incuestionable, la carrera será larga también para
evaluar a los gobiernos y sacar conclusiones, para señalar culpables y
promocionar milagros. Nunca es fácil diferenciar entre medidas efectivas y
proselitismo viral.