El aire en
Medellín significa una pesadilla para los colegiales impensable en mis tiempos
de bachillerato. Hoy muchos colegios en la ciudad deben cancelar las clases de
educación física y los torneos interclases por las alarmas de los institutos meteorológicos.
El cambio del partido de fútbol por una hora de biblioteca bien merecería un
levantamiento estudiantil. Pero la mayoría de quienes vamos en los 600.000
vehículos particulares hemos asumido que la solución es cerrar las ventanillas.
Y quienes van en las 700.000 motos se contentan con cubrirse los ojos y subir
el volumen a sus audífonos. No importa que el 45% de los ciudadanos, sobre todo
quienes se mueven en transporte particular, diga que se demora más tiempo en
sus trayectos que el año anterior.
Apenas un 22% de
los habitantes de Medellín se movilizan en transporte particular, carros o
motos, pero son estos los encargados de propiciar el ruido de las
recriminaciones mutuas. El número de los ciudadanos que se mueven en transporte
público está estancado hace 4 años. Por capacidad, Metro y Metrocable no logran
mover más del 20% de pasajeros diarios; Metroplus, esa especie de caracol
urbano, no llega al 5% mientras las motos han doblado sus usuarios en una
década. Los buses tradicionales que perdieron usuarios a comienzos de esta década
parece lograron estabilizarse y siguen siendo líderes con el 30% de los
ciudadanos en sus trayectos habituales. Los más obsoletos son los líderes del
mercado. Viendo las cifras no queda más que preguntarse por nuestros proyectos
para las postales sobre ciudad sostenible. El tranvía de Ayacucho que costó más
de 700.000 millones de pesos, incluidos los dos cables que lo llevan hasta la
ladera oriental, mueve hoy 35.000 pasajeros diarios. Comparable con el
torniquete de las atracciones del Parque Norte en un buen fin de semana.
Pero según
parece la administración todavía les come cuento a los llantos de Fenalco. Cada
año los gremios nos entregan la cifra de carros vendidos en el país como un
indicador de crecimiento y salud de la economía. Cuando el número baja de
300.000 nos dicen que es hora de prender las alarmas. La ciudad les tiene temor
a los parqueaderos vacíos en los centros comerciales y los supermercados. Se
habla de problemas ambientales y el carrito del supermercado aparece como pieza
principal en el debate. Los indicadores
de calidad del aire muestran claros riegos para la salud, menos fumadores y más
pacientes por enfermedades respiratorias agudas. La tasa de niños menores de 5
años muertos por cada 100.000 a causa de estas dolencias se ha multiplicado por
tres en los últimos 10 años. Pero una semana de restricciones para carros y
motos es más de lo que los propietarios pueden soportar, y la administración
les tiene un temor reverencial a las tendencias en las redes sociales.
Poco a poco
Medellín será el territorio de quienes no pueden pagar su huida hacia las
alturas del oriente, Santa Elena o San Félix. Desde arriba los nuevos habitantes
de los segundos pisos mirarán con algo de conmiseración a los ciudadanos de la
ciudad que reverbera en ese fondo gris. Bajarán en carro cuando el trámite de
un certificado ambiental los obligue.