El experimento fue un
fracaso para quienes ejercían desarmados. Fue también un pretexto para quienes
la guerra era un propósito en sí. Jacobo Arenas, un guerrillero muerto de
infarto a los 76 años, veía a los políticos de la UP como simples emisarios de
la tarea mayor que libraban los guerreros. Su Curso de estrategia impreso en mimeógrafo,
bibliografía clásica de La Uribe, subrayaba la vieja frase de Clausewitz: “La
guerra es la continuación de la política por otros medios”. Era una de las tres
citas que convirtieron a Arenas en el intelectual de las Farc. Del otro lado el
ejército prefería las siglas a las citas. Con la ayuda de algunas brigadas se
crearon el MAS (Muerte a Secuestradores), el MRN (Muerte a Revolucionarios del
Nordeste) y la Triple A (Alianza Americana Anticomunista). El resultado fue una
masacre detrás de una bandera, una cacería con justificación de por medio.
Cerca de tres mil militantes de la UP fueron asesinados, entre ellos trece
congresistas y dos candidatos presidenciales.
El estadounidense Steven
Dudley, autor del libro Armas y urnas, historia de un genocidio político, describe
el juego macabro de los armados de ambos bandos para sacrificar a quienes creían
en una sola forma de lucha: “Las FARC utilizan su exterminio para justificar la
guerra, mientras que los paramilitares la señalan como un ejemplo del engaño de
la guerrilla, y quienes están en el medio la ven como una razón más por la cual
la paz es todavía una realidad lejana”. Colombia está llena de esos
experimentos de política y armas, ni siquiera hay que ir muy lejos hasta la
violencia entre liberales y conservadores. Un político tradicional como Hernando
Duran Dussan, con aspiraciones presidenciales a finales del siglo XX, tuvo según
Malcolm Deas relaciones con las guerrillas liberales de los llanos. Y hace
apenas unos años, durante la última negociación del Estado con un grupo ilegal,
en este caso más un aliado que un rival, la política y las armas volvieron a
jugar un gran papel regional. No se trató de un movimiento abierto como en los
ochenta, fue solo el apoyo soterrado a los partidos, movimientos y políticos
con menos escrúpulos. Que en últimas resultaron ser casi todos. Más de cuarenta
congresistas terminaron en la cárcel. El proselitismo paraco se hizo antes,
durante y después del proceso con las AUC.
Es importante que la
sociedad se haya sensibilizado frente a ese doble juego de pregones y matones.
La reacción con lo que pasó en Conejo, municipio de Fonseca, parece
demostrarlo. En la Guajira saben bastante del tema, el anterior gobernador está
en la cárcel acusado de ser aliado de Alias Marquitos, el bandido más célebre
de esos descampados. Los jefes de las Farc saben que ahora serán ellos quienes deberán
asumir el papel de Pardo Leal y Bernardo Jaramillo, serán el blanco fácil de
las retaliaciones. Deben guardar para siempre las fotocopias de Jacobo Arenas. Y
la sociedad deberá acostumbrarse a oír sus discursos, a desdeñarlos si quiere,
a ignorarlos, a contradecirlos y burlarse de su arrogancia y sus anacronismos a
pesar de los tenis Nike. Y a aceptar también que tendrán simpatizantes, que han
cultivado una base social en sus zonas históricas, que tienen una especie de
familia amplia que cree en su discurso por haber sido casi en único audible en
medio del combate. En últimas, tenemos que acostumbrarnos a tratarlos como
políticos, con el desdén y la desconfianza que eso implica, pero sin el odio a
muerte que está vetado a los ciudadanos.