Cuando alguien comienza a jalar las cuerdas todo se complica. Cualquier
bendito trapo con cabeza acaba moviendo la boca e injuriando alguna santidad:
la democracia, el orden, la seguridad pública, el derecho superior de los niños
que son incapaces de ver los hilos que mueven a las marionetas. Los muñecos
pueden poner en evidencia a los hombres y sus instituciones, es el más difícil
de sus cometidos. Las democracias acostumbran caer en esas trampas infantiles y
no les queda más que dar vueltas y rabiar en la jaula del ridículo. En España
se acaba de presentar un caso paradigmático con la puesta en escena de una obra
de títeres llamada La bruja y don
Cristóbal.
En plenos carnavales la alcaldía de Madrid contrató a Raúl García y a Alfonso Lázaro, dos titiriteros con algunos gustos ácratas y una cartilla contra la democracia en el morral, para hacer parte de las programaciones culturales en barrios de la capital. Los comediantes comenzaron su función a las cinco de la tarde con una pequeña advertencia sobre las escenas violentas que se venían. Don Cristóbal es un policía corrupto que pretende inculpar a la bruja y esta lo mata como el dios de los títeres manda: asfixiado con una cuerda, me imagino. En medio del drama aleccionador aparece una pancarta de un grupo terrorista, “Gora Alka-ETA”, una mezcla de Al Quaeda y ETA acompañada de una “albóndiga bomba”. Para muchos de los padres aquello fue demasiado y buscaron a la policía. Llegaron las patrullas, me imagino que unos niños lloraron ante el nerviosismo de los padres, y todo terminó en manos de las Brigadas de seguridad ciudadana y de Información, dedicadas a la lucha antiterrorista y el control de los grupos antisistema. En el último acto un fiscal acusó a los comediantes de “enaltecimiento del terrorismo y delito cometido con ocasión del ejercicio de derechos fundamentales y de las libertades públicas”, y un juez los mandó a la cárcel sin derecho a fianza.
Tras el telón de los muñecos aparece la escena ideológica: Ahora Madrid, la formación que hace cerca de nueve meses eligió a la alcaldesa Manuela Carmena, intenta bajar el tono pidiendo disculpas y explicaciones y prometiendo una sanción para los organizadores de las fiestas. El PP pide cabezas de titiriteros de mayor orden y el Psoe se duele de la apología del terrorismo frente a niños inocentes. Las comedias se superponen y es imposible no pensar en El Quijote, en la conversación entre el cura y el canónigo sobre los peligros de las ficciones de caballería y los comediantes.
“Y todos estos inconvinientes cesarían, y aun otros muchos más que no digo, con que hubiese en la corte una persona inteligente y discreta que examinase todas las comedias antes que se representasen, sin la cual aprobación, sello y firma ninguna justicia en su lugar dejase representar comedia alguna; (…) Y desta manera se harían buenas comedias y se conseguiría felicísimamente lo que en ellas se pretende: así el entretenimiento del pueblo como la opinión de los ingenios de España, el interés y seguridad de los recitantes, y el ahorro del cuidado de castigallos”.
Alguien señaló que la misma Europa que apoya las “blasfemias” de Charlie Hebdo ahora no soporta una alegoría anarquista. La misma Europa alterada que hace dos semanas, en Italia, tapó los penes clásicos de las esculturas griegas y romanas, y ocultó los rotundos testículos del caballo de Marco Aurelio por la llegada del primer ministro Iraní. Vista desde lejos la histeria puede resultar graciosa.
En plenos carnavales la alcaldía de Madrid contrató a Raúl García y a Alfonso Lázaro, dos titiriteros con algunos gustos ácratas y una cartilla contra la democracia en el morral, para hacer parte de las programaciones culturales en barrios de la capital. Los comediantes comenzaron su función a las cinco de la tarde con una pequeña advertencia sobre las escenas violentas que se venían. Don Cristóbal es un policía corrupto que pretende inculpar a la bruja y esta lo mata como el dios de los títeres manda: asfixiado con una cuerda, me imagino. En medio del drama aleccionador aparece una pancarta de un grupo terrorista, “Gora Alka-ETA”, una mezcla de Al Quaeda y ETA acompañada de una “albóndiga bomba”. Para muchos de los padres aquello fue demasiado y buscaron a la policía. Llegaron las patrullas, me imagino que unos niños lloraron ante el nerviosismo de los padres, y todo terminó en manos de las Brigadas de seguridad ciudadana y de Información, dedicadas a la lucha antiterrorista y el control de los grupos antisistema. En el último acto un fiscal acusó a los comediantes de “enaltecimiento del terrorismo y delito cometido con ocasión del ejercicio de derechos fundamentales y de las libertades públicas”, y un juez los mandó a la cárcel sin derecho a fianza.
Tras el telón de los muñecos aparece la escena ideológica: Ahora Madrid, la formación que hace cerca de nueve meses eligió a la alcaldesa Manuela Carmena, intenta bajar el tono pidiendo disculpas y explicaciones y prometiendo una sanción para los organizadores de las fiestas. El PP pide cabezas de titiriteros de mayor orden y el Psoe se duele de la apología del terrorismo frente a niños inocentes. Las comedias se superponen y es imposible no pensar en El Quijote, en la conversación entre el cura y el canónigo sobre los peligros de las ficciones de caballería y los comediantes.
“Y todos estos inconvinientes cesarían, y aun otros muchos más que no digo, con que hubiese en la corte una persona inteligente y discreta que examinase todas las comedias antes que se representasen, sin la cual aprobación, sello y firma ninguna justicia en su lugar dejase representar comedia alguna; (…) Y desta manera se harían buenas comedias y se conseguiría felicísimamente lo que en ellas se pretende: así el entretenimiento del pueblo como la opinión de los ingenios de España, el interés y seguridad de los recitantes, y el ahorro del cuidado de castigallos”.
Alguien señaló que la misma Europa que apoya las “blasfemias” de Charlie Hebdo ahora no soporta una alegoría anarquista. La misma Europa alterada que hace dos semanas, en Italia, tapó los penes clásicos de las esculturas griegas y romanas, y ocultó los rotundos testículos del caballo de Marco Aurelio por la llegada del primer ministro Iraní. Vista desde lejos la histeria puede resultar graciosa.
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