Escoger
dos enemigos y simplificarlo todo. Mentir desde la arrogancia, arroparse de
humildad, reclutar defensores de oficio para cada silla, inventar un escudo
independiente y manejar las intrigas partidistas. Es una estrategia válida,
bien planteada, con los riesgos del caso pero con la chequera y el cinismo
suficiente. Así planteó el juego Daniel Quintero desde que llegó a la alcaldía
de Medellín. Tenía un espectro amplio de apoyo clientelista y un porcentaje de
voto de opinión contra el uribismo en caída que representaba Alfredo Ramos.
Quintero era una incógnita, un tiro al aire para una elección en la que se
disfrazó de alternativo, cuando en realidad lo que pasó fue que había muy pocas
alternativas.
Alias
el ‘Independiente’ ha hecho toda su carrera al lado de partidos y políticos
variados. Fue candidato al concejo de Medellín por el partido conservador en el
2007. Luego impulsó la candidatura de su hermano a la misma corporación en 2011
por el Partido Verde apoyando a la dupla Aníbal Gaviria y Sergio Fajardo. Más
tarde aspiró a la Cámara en Bogotá por el partido Liberal y terminó trabajando
en el gobierno de Juan Manuel Santos. Algunos dicen que en todo el recorrido
también tocó las puertas de Cambio Radical y La U. Y ahora, en el poder, es
compinche de Luis Pérez, ha trabajado con medio Centro Democrático en el
concejo y tiene apoyos y fichas en las toldas de senadores de vieja data
politiquera como el rojo Óscar Iván Palacio y el azul Carlos Andrés Trujillo.
La bandera arcoíris de Quintero apunta a otras afinidades.
Ahora
la lógica binaria de la política, la que solo puede usar un hemisferio cerebral
para identificar a Uribe y el otro para encontrar a sus contrarios, apenas
logra ver a Quintero como un adversario del uribismo desfalleciente. Desde
afuera, desde la altura de los 2600 metros sobre todo, el alcalde de Medellín
es solo un adversario del enemigo mayor, no importan sus torcidos, sus apoyos
turbios, sus mentiras contra ideas probadas durante décadas, su cinismo que
señala instituciones y programas que eran orgullo más allá de lo
partidista.
Quintero
jugó sus cartas y tal vez el resultado fue un poco más allá de sus
expectativas. Su idea fue señalar unos bandos de la manera más primaria. De
modo que hasta su llegada (después de estar ausente de Medellín por más de una
década) todo lo que se había hecho en la administración fue señalado como un
robo o un fiasco; y el empresariado, según él, comía de los recursos públicos y
la prensa aplaudía. Mientras soltaba el discurso usaba todo el poder de la alcaldía,
con un tema tan sensible como HidroItuango de por medio, un gran parlante
nacional, para lograr una protección política y partidista. Quintero ha
desgastado todas las capacidades públicas que construyó la ciudad durante
décadas para consolidar apoyos partidistas y crear un discurso vendedor de cara
a nuevas elecciones.
Digo
que el resultado superó sus expectativas porque el escenario electoral parece
haberse adelantado. El alcalde quería un tinglado de mesas electorales, su
mundo es el de la política y no el de la administración, y puede haberlo
encontrado antes de tiempo. No creo que salga nada bueno de eso para la ciudad.
Las elecciones desgastan y aturden. Y un alcalde candidato, con el nivel de
descaro que ha mostrado, no anuncia nada bueno. Esto será chispa para la
campaña presidencial y pólvora para la ciudad golpeada.