miércoles, 29 de septiembre de 2021

Caldono

 




El Cerro de Belén en Caldono, en el Cauca, fue durante años una trinchera y un punto de mira clave para tomarse el municipio. El ejército y las Farc lo pelearon como una garita obligatoria para ataques y defensas sucesivas. A los pies estaban los habitantes del pueblo rogando frente al azar de los tatucos y los peligros de las ráfagas indiscriminadas. El cerro estaba prohibido para sus habitantes, cercado por minas, advertencias, prohibiciones. Luego de cinco años de la firma del acuerdo entre el gobierno y las Farc es difícil entender las dimensiones de la guerra en esos pueblos. Identificar los personajes como combatientes, imaginarlos con el fusil al hombro, encontrar la crueldad cuando ejercen sus nuevos oficios.

Hace una semana estuve dos días en Caldono y Silvia visitando uno de los ETCR y varios proyectos productivos de los excombatientes. Subiendo al Cerro del Belén en compañía de víctimas y del párroco del pueblo, nos encontramos con dos mujeres que caminaban hacia la cima. Farid, uno de nuestros acompañantes, nos dijo que eran dos de las exguerrilleras con mando en esa zona: “Comandantes duras”. Sentadas en un kiosco, en lo alto del cerro, nos recibieron con sonrisas algo tímidas. Parecía increíble que en la figura y la historia de esas dos mujeres estuvieran la estrategia de las tomas, las órdenes de los disparos, las heridas, la crudeza del combate. La realidad después de la guerra parece tan inofensiva, tan pequeña frente a la dimensión de los daños.

Las dos mujeres hablaban con las víctimas y con el párroco en el tono de quienes reconstruyen una historia común. “Este era el primero que nos quería dar cachetadas cuando llegamos a la civil”, dice una de las excombatientes señalando a Farid. Y él recordaba que llevó a una de ellas a una escuela para hablar de culpas y daños: “Fue el primer perdón que se pidió en el pueblo, en medio de la charla ella ofreció disculpas, de manera espontánea, sin que eso estuviera pensado”. De algún modo han terminado en el mismo bando. Fueron 57 tomas al casco urbano en algo más de treinta años.

Cuando bajábamos encontré un casquillo de una bala de fusil. Llegué a pensar en una trampa para el visitante, un souvenir para ponerle color a su historia. Pero ese cerro no tiene como mentir. Nos despedimos y las excomandantes bajaron para buscar su moto y volver a sus rutinas en el activismo social o las tareas para el avance de los proyectos. ¿Esas dos mujeres hicieron parte del grupo que puso en jaque al Estado y marcó nuestras decisiones políticas por más de dos décadas? Esa imposibilidad para ubicarlas en el escenario de la guerra tiene que significar algo, tiene que marcar alguna conquista del acuerdo luego de cinco años.

Cerca del 80% de los votantes del plebiscito del 2 de octubre de 2016 en Caldono le dijeron SÍ al acuerdo entre el gobierno y las Farc. En el proceso de entrega de armas muchos se enteraron de que familiares y vecinos hacían parte de milicias o columnas guerrilleras. Sin saberlo compartían la cotidianidad desde los extremos de una guerra a muerte.

Pero los homicidios han crecido en el departamento luego de la desmovilización. La guerra dejó negocios, experiencias, resentimientos que no se olvidan fácilmente. En una pared en una esquina de la plaza de Caldono encuentro una oferta de empleo: “Capacítese y obtenga empleo, hágase profesional en seguridad privada. Para hombres y mujeres.” Una joven apuntando con un revólver acompaña el pequeño pasquín. Y los resguardos pelean a los jóvenes que disidencias y mafias intentan reclutar. Han pasado cinco años. Hay nuevas oportunidades y nuevas amenazas, no se avanza fácil por esas trochas, pero se ha salido de lo que parecía un atasco imposible.






1 comentario:

Sixpence Notthewiser dijo...

Las secuelas de la guerra no se olvidan fácilmente. Son cicatrices en la tierra.
Esa oferta de 'capacitación' me ha dejado estremecido. Vamos, que por más que cambian las cosas, más se mantienen igual...

XOXO