La
ciudad se ha ido acostumbrando a esa jefatura compartida, a los cobros y los
servicios que llegan un día con el membrete oficial y al siguiente con el sello
inconfundible de “los muchachos”. Los patrones han ido aprendiendo un poco de las
formas institucionales, los ciudadanos hemos incorporado dos códigos para la
obediencia o la queja, y los gobiernos locales buscan siempre un difícil
equilibrio, unas veces evitan a su competencia ilegal, otras complementan sus
oficios y en algunos casos no pueden más que enfrentar sus mandos. En las
calles ejerce el gobierno de la cámara de seguridad y el del parche de la
esquina, el de los folletos de Jóvenes en Acción y la acción en los parches, el
del aguardiente de la FLA y el guaro “estampillao” por la banda.
En
el 2013 Don Berna explicaba los necesarios ajustes de las autodefensas para
ejercer un mando más “tranquilo” en Medellín, para ajuiciar a los jóvenes
desmovilizados y regular las dinámicas barriales más complejas que los frentes
paramilitares: “En esos barrios hay mucha pérdida de tejido social, mucho
vicio. Necesitábamos un ente que regulara la situación. Por eso se crea La
Oficina, porque no podíamos entrar con la rigidez de la Autodefensa, se
necesitaba un ente más laxo…” Don Berna conservaba incluso algo del lenguaje
insurgente de sus viejos tiempos en el EPL. El aprendizaje ha sido largo desde
las épocas en las que la alcaldía de Medellín competía con algo de desventaja
frente al “Medellín sin tugurios” del capo, los convites oficiales y las reuniones
de Escobar se hacían a lado y lado del morro de basura en Moravia.
Un
reciente estudio llamado Gobierno
criminal en Medellín, liderado por el profesor Santiago Tobón en la
Universidad Eafit, trae novedades y confirmaciones sobre ese control ilegal en
la ciudad. Cerca de 350 combos dirigidos por al menos 15 bandas se ocupan de
las rentas ilegales del microtráfico, la extorsión y el licor adulterado al
mismo tiempo que regulan comportamientos sociales e imponen soluciones entre
vecinos. Sin olvidar que instauran monopolios de productos legales (arepas,
huevos, carne, gas domiciliario) y toman una parte del control de mecanismos
institucionales como, por ejemplo, el Presupuesto Participativo que suma el 5%
del presupuesto anual de inversión en la ciudad.
Medellín
terminará el año con la tasa de homicidios por 100.000 habitantes más baja en
las últimas cuatro décadas. La reducción será cercana al 40%, eso significa
cerca de 220 homicidios menos que el año pasado. La caída en la tendencia
creciente ya completa un año y medio, desde el 1 de junio de 2019 se vio un
corte preciso que al parecer fue “sugerido” luego de una reunión de la “junta
directiva” en La Picota. Se recuerda “el pacto del Fusil” de 2013 entre
facciones de La Oficina y los entonces llamados Urabeños. Los homicidios pueden
ser un obstáculo a controles y negocios criminales, una alerta para que las
autoridades intenten retomar el predominio. Muchas veces los avances en
seguridad están ligados a las decisiones pragmáticas de los patrones.
El
estudio mencionado, con 7.000 encuestas en más de 230 barrios, habla de comunas
donde el 40% de los hogares y el 70% de los negocios pagan extorsión mientras
las denuncias son inexistentes. En ocasiones los combos son el lazarillo de los
burócratas o entregan el manual de contratación; y los esfuerzos del Estado,
con programas y gestores sociales, no disminuye el control criminal si no que
lo reafirma. La ciudad se aquieta, baja el ruido y la violencia más explícita,
pero la maquinaria de control es cada vez más amplia y refinada.