jueves, 27 de julio de 2023

Escudos y murales


 

Presidencia cambió colores del escudo de Colombia por Día del Orgullo Gay y  desató polémica - Infobae

 

Los símbolos están hechos para movilizar, pensados para la reverencia y la inspiración, para la propaganda y los honores. Flores y llamas suelen acompañarlos en sus fechas memorables, bien sean estatuas impasibles o escudos o banderas altivas. Hace unos días, dos de esos símbolos movieron las opiniones de sus devotos y sus malquerientes. Emblemas contrarios acosados por las mismas encrucijadas: ¿Se pueden tocar los símbolos, se puede borrar su significado, merecen respeto irrestricto, pueden ser sacrificados?

Primero fue el escudo de Colombia donde el cóndor fue coloreado de rosa –no por el tema Barbie– como “un símbolo de reconocimiento y celebración de la diversidad por la orientación sexual e identidad de género”. Inmediatamente saltaron los patriotas al considerar un insulto a la patria y un asalto a la historia ese cambio fugaz. Para ellos sería imposible ponerse la mano en el pecho ante ese “dibujo” irreconocible. Para los indignados por ese sacrilegio hay historias que no pueden cambiar, lo importante para ellos son los años no los significados, ven el escudo nacional como una pieza arqueológica en una urna. Pero resulta que los escudos se oxidan, van perdiendo su brillo y cada tanto no está mal darles algo de lustre o deslustre ¿Por qué el escudo no le puede hacer un guiño a un principio constitucional? Solo el conservadurismo más añejo y el sesgo político pueden ver un ataque o un insulto en esa paleta de colores.

El segundo ataque simbólico ocurrió en uno de los muros del auditorio León de Greiff en la sede de la Universidad Nacional en Bogotá. La imagen del Che Guevara, pintada en ese muro desde mediados de los setenta, fue blanqueada en medio de obras de reparación y remodelación del edificio, según dijo la rectoría. Y aparecieron los gritos de los revolucionarios tradicionales, de los cubanos incondicionales, cantaron a Silvio y prometieron pintarlo de nuevo, “una y mil veces”. La grandilocuencia siempre acompaña a los símbolos, sean de bronce o de estuco. Para muchos la figura del Che, la mirada de esa foto icónica mientras veía pasar una marcha fúnebre, hace parte de la historia de lucha del estudiantado. “Borrar su imagen es borrar la memoria histórica”, dijeron. Un argumento que puede servir para defender la estatua de Colón o Belalcázar. El Che llegó a la plaza para reemplazar una estatua de Santander que adornaba ese espacio. Un 8 de octubre fue decapitado Santander y bautizada la plaza en homenaje al “guerrillero heroico”. Los hermanos San Juan, Alfredo y Samuel, lideraron la primera pintada y fueron desaparecidos por agentes del F-2 unos meses más tarde. Esa historia pone una carga especial sobe el grafiti del Che. Pero al igual que el escudo la figura del Che también pierde lustre, y en los tiempos de las estatuas decapitadas y la historia revisada el argentino también puede merecer una encalada. De nuevo un conservadurismo, ahora revolucionario, se duele del ultraje a un símbolo que considera intachable a pesar de sus muchas tachas. La política evoluciona aunque el régimen cubano piense lo contrario. La discrepancia también puede llegar a los muros, los estudiantes cambian de prisma. La universidad que siempre se dice abierta a los debates, plural y lejos del dogmatismo no puede encumbrar una figura soberana en sus espacios públicos. Una postura más cercana de la monarquía que de la academia. En los años sesenta los guardias rojos obligaron a plantar una estatua de Mao en la universidad de Tsinghua, fue el molde para las miles que se instalaron en todas las provincias. Propaganda y dogmatismo.

Inspiran mayor confianza quienes miran los símbolos con algo de desdén, quienes se niegan a venerarlos y soportan un cambio en sus fases y en su faz.

 

 

miércoles, 19 de julio de 2023

Edad de merecer

 

 

 Pepe Mujica, Lula y un viejo 'escarabajo': la reunión entre dos veteranos  en Montevideo | Internacional | EL PAÍS

Biden sube a tumbos por la escalerilla del poderoso Air Force One. Tres tropiezos hasta llegar a la puerta con la sonrisa pálida de un niño recién salvado. Y aparecen las calculadoras: cuántas horas de vuelo suma Biden, cuántas escaleras llevan hasta la puerta del avión, cuántos años fue soldado, cuántas horas le lleva a Kamala Harris… Esa fue su primera caída de las cuatro en vivo, una de ellas saliendo de Ucrania, en la misma escalerilla, y una caída en plena batalla vale por dos. Desde sus 77 años Donald Trump se ríe en Twitter de los tropiezos de su rival, se jacta de ser un hombre fogoso, multiplica sus años por sus millones y se siente satisfecho.

Es posible que los dos veteranos estén en la próxima carrera –caminata, sería más exacto– por la presidencia de los Estados Unidos. Los imagino enzarzados entre la desmemoria y la nostalgia, y pienso en los lugares comunes de la vejez y la sabiduría, de la quietud y la virtud, de la experiencia y la moderación ¿Son los años un ingrediente útil en un mandatario? ¿Le lleva ventaja Mujica a Boric en algo más que pastillas y calendarios? ¿Era más recomendable Rodolfo Hernández que Iván Duque? Tal vez las preguntas no tengan relevancia ni respuestas, tal vez los años me han puesto a pensar ociosidades. Tal vez a mirar con menos condescendencia a la juventud en el poder.

Bukele y sus bríos de regente carcelario, tan seguro de sus métodos y tan recién bañado a toda hora, tan parecido a un gerente impasible y a un boxeador desafiante; Boric tan macizo y asustado, exhibiendo la bondad y la torpeza en el mismo examen, rodeado de un gabinete con las canas suficientes y necesarias, como un Lego justo y correcto. Veo a los dos presidentes más jóvenes del continente, con menos de cuarenta años, y miro a Lula a quién la cárcel le ha quitado unos años de encima y ahora luce más rígido de ideas y más orgulloso de su caparazón. Y qué decir de López Obrador, cerca de sus setenta, tan cansino y repetido, tan conservado en cuerpo y discurso. Con esas amplias dotes para el tedio.

La nostalgia y el conservadurismo, dos caras de la misma moneda, son males de los políticos ya gastados por los discursos. Uno de los lugares comunes de Marco Tulio Cicerón en De senectute, enseña esa mirada que se mueve entre la mentira y la mojigatería: “La vejez disfruta de los placeres lo suficiente aunque los vea de lejos”. Hay que decir que a los setenta años su autor se separó de su esposa para casarse con una joven pupila llamada Publilia. Pero del otro lado está el exhibicionismo de algunos jóvenes en el poder. La ostentación es el peor desgobierno, lleva siempre un ánimo de humillar desde un lugar deslumbrante. El joven elegido está fuera de control, algo borracho por la altura de su cargo. Ese adolescente alucinado es el más detestable de los mandatarios: bufón y camorrero, ávido de aplausos y alejado de la realidad que es solo un obstáculo para su ímpetu lleno de futuro. Ese tipo de gobernante infantil va cumplir cuatro años en la alcaldía de Medellín. Jugando a los retos de redes con su pandilla, y armando redes políticas para pasar un nivel en el juego de video de su carrera.

He comenzado entonces a mirar la cédula de los candidatos. Incluso hace poco me alegré de que algunos viejos decidieran entrar en las competencias electorales. Porque la nueva política es demasiado vieja, rancia en el contenido y colorida en el empaque. Toca decirlo con resignación. Cuatro años de “política joven” en la ciudad le han sumado dos décadas a mi edad de votante. No ha sido un curso rápido de sabiduría, solo un llamado a la supervivencia.

 

 Luego de tres años de mandato, las encuestas apuntan a que el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, cuestionado fuertemente por actores nacionales e internacionales por algunas de sus decisiones, mantiene su luna de miel con los ciudadanos al mostrar altos niveles de aprobación.

miércoles, 12 de julio de 2023

Desafío licencia


La excursión comenzó temprano y con un ingrediente original por decir lo menos. La persona que había amanecido en la puerta del Centro de Reconocimiento de Conductores, haciendo la fila para la renovación de licencia de sus protegidos, resultó ser Trans. Cuando la vi en la mañana, pasadas las siete, estaba vestida de negro de las rodillas a la cabeza. Se disculpó por sus chanclas blancas exigidas por la dura jornada en la fila y nos entregó el ficho correspondiente. Reinas de la noche al fin y al cabo. Una “transmitadora”, dijo uno de sus tutelados.

Desde la cadena que protegía la entrada nos dimos cuenta de que las mujeres estaban al frente de la operación. Doña Deisy como la jefa y otras diez encargadas de los registros, los exámenes médicos, conservar los turnos y atender a la colección de adultos mayores empeñados en salvar la vía. Estas mujeres no mostraron una sola sonrisa en toda la jornada. No tenían la adustez polvorienta de las empleadas de las notarías, sino cierta arrogancia juvenil frente a ese universo de variopinto de “pretendientes”. La faena de las empleadas comienza a las siete de la mañana y termina a las nueve de la noche. La única pausa en el trajín la anunció un papel con una constancia mal encarada en la puerta de un consultorio: “estoy almorzando”. Cuando llevábamos cuarenta minutos frente a esa puerta, todos sin almorzar, alguien sugirió pegar un papel como reclamo: “Pero hizo la siesta”.

El Centro de Reconocimiento de Conductores funciona en una casa de estrecho corredor con piezas a lado y lado que hacen de consultorios, oficinas y cafetería para empleados. Solo un baño consuela a los conductores. Todo el tiempo se oían instrucciones por los altavoces: “D-74, Daniel Jiménez consultorio 3, Raquel Urquijo consultorio 1, D 75, deben llenar la planilla antes de pasar por la taquilla…” Una mezcla de aeropuerto, sala de espera y Unidad de Reacción Inmediata de la Fiscalía. Una paradoja marca ese lugar detenido por la impaciencia y la expectación: nadie quiere estar allí, pero nadie es capaz de ausentarse. Un llamado no atendido puede significar empezar de cero. Así que los suplicantes salíamos hasta la puerta, respirábamos durante tres minutos y volvíamos a esa atmósfera soporífera y luminiscente.

Doña Gloria puso el picante cuando estábamos a punto de desfallecer. Llegó furiosa, con cara de conductora recién estrellada, preguntando por su cédula y allanando los consultorios. Fue una prueba de supervivencia. Reprobó el examen de visión y no oyó cuando la llamaron a la cabina de audiometría. Solo doña Deisy logró calmarla luego de adjudicarle una escolta y prometerle una segunda oportunidad. Alguien la apodó con descaro Griselda en alusión a la madrina y maestra de Escobar.

El llamado al primer consultorio, luego de más de cinco horas de espera, marcó el momento para la esperanza. A esa hora ya se habían formado una decena de grupos de excursión según la cercanía de los turnos. Chistes internos, complicidad, solidaridad para guardar sillas y cuidar bolsos, ansiedad compartida ante el examen inminente y felicitaciones sentidas por la aprobación. Todo en medio del Desafío Licencia, cómo se bautizó la vuelta en nuestro equipo ¿Cómo es posible tanta camaradería y tranquilidad en medio de semejante tortura? Tal vez todo hace parte de una prueba de civilidad. Tal vez la aburrición nos hace mejores. 

Los exámenes fueron desconcertantes: un juego de video ochentero para la coordinación, un examen de ojos más para lectores que para conductores, una prueba de audiometría con regaño a bordo y una examen general donde la báscula entregó el único diagnóstico. La doctora me preguntó cuánta agua tomaba al día. Me sorprendió el interrogante por mi radiador. No hay duda de que a los carros los miden mejor que a los conductores. En medio de las esperanzas ante la puerta de los consultorios, un paciente se demoró más de los cinco minutos promedio en la cita con la médica general y una voz gritó desde el fondo del corredor: “Quiubo, ¿lo pasaron a cirugía?”. Los bostezos cambiaban a risas.

Al final, a la hora de la foto, ya todos los tramitantes estábamos desencajados. Nadie quedó reconocible en esa imagen de reseña burocrática. Nadie preguntó por el resultado, lo importante es la licencia, no las apariencias.