Desde la
altura se mira con algo de asombro y condescendencia, con una cierta
fascinación sobre mitos releídos y algo de desprecio por ese provincianismo
cerrero. No es normal que la política y los medios capitalinos centren su
atención durante unos minutos en los agites de otras ciudades o regiones. Casi
siempre se hace solo en momentos claves para un usufructo económico o
electoral. O para ofrecer un especial turístico adornado con dulces y paisajes.
O para reseñar alguna matazón con asombro tardo. Así que ha sido llamativo el
interés que desde Bogotá han merecido las decisiones recientes sobre EPM y sus
consiguientes enfrentamientos políticos y reacciones ciudadanas y
empresariales. Muy poco de lo que se ha dicho desde la capital tienen que ver
con los líos jurídicos de la demanda, la situación financiera de la empresa o
el mando despótico de un alcalde sobre la tercera empresa más grande del país.
El
énfasis ha estado en la ficción. El gusto por el mito es uno de los
ingredientes claves en esa mirada curiosa y ávida de conjuras. En este caso se
ha construido una gran sombra que cubre toda la ciudad, los intereses privados
y públicos, con un manto invisible que desde la alcaldía y la capital comienza
a develarse: “el GEA, una organización casi críptica, intenta esconder una
connivencia corrupta de años entre sus balances y los balances públicos”. No
importa que los nombres y la procedencia de los miembros de junta que
renunciaron no demuestren esa filiación, no importa la opinión del sindicato
más grande de trabajadores de EPM, no importan los “opiniones” más interesadas
de las calificadoras de riesgos ni las advertencias de muchos expertos en el
sector eléctrico. Todos están cooptados por el GEA, algo así como la madre
nutricia de esa sociedad corporativa y agazapada. Y por supuesto no valen de
nada los números positivos en los balances ni los 5.3 billones de dividendos
que esa empresa, desangrada por los privados, le ha entregado en los últimos
cinco años al presupuesto público.
Me
atrevo a entregar dos posibles causas para ese atento y repentino desvarío. La
primera es la conexión inevitable entre los directorios (una vieja palabra para
definir las maquinarias y las ideas partidistas) y los medios de comunicación,
incluidas muchas de las voces nacionales con más relevancia. Daniel Quintero se
crio en esos directorios y allí ganó respaldos y se forjó un nombre como
trabajador obediente. Respaldos que ahora mantiene como copartidario generoso.
De ahí viene buena parte de su respaldo de variados tonos en la capital. Nadie
la puede negar su hábil manejo del populismo y el clientelismo, una ficha doble
de dominó que le sirve para jugar por el lado de Petro y por el de Vargas
Lleras al mismo tiempo.
La
segunda causa tiene que ver con el simple desconocimiento. No todo es política
tendenciosa desde los 2600 metros, también está la simple ignorancia que es el
mejor pasante de las mentiras. La reciente algarabía mi hizo recordar una
revista Semana que definía a Álvaro Uribe en 1988 como uno de los políticos
claves del siglo XX: “Álvaro Uribe además de hábil político es un excelente
administrador que le pone el pecho a los problemas como lo demostró cuando
estuvo al frente de la aeronáutica civil y la alcaldía de Medellín”. No importó
que hubiera durado cinco meses en la alcaldía en 1982 luego de que el
presidente Betancur conociera algunas “noticias administrativas” en la
aeronáutica. Cuando Tomás Carrasquilla pasó por Bogotá a finales del siglo XX
lo dejó muy claro: “Esta es gente de partido hasta en literatura”. A esos juegos
partidistas que lo definen todo en las discusiones capitalinas se ha sumado una
teoría conspirativa y la cifra mágica de 9.9 billones como señuelo para
abogados y afines.
3 comentarios:
Creo que te ha faltado ponderar ese otro "populismo" procedente de los
1495 metros de Medellín, que si bien no posee una procedencia "partidista"
y "política" concreta desde el altiplano, ha sido "canción de cuna" desde
al menos hace un siglo de los habitantes de nuestra región: "el orgullo paísa".
Y dentro de éste incluyo, la "grandeza del empresariado antioqueño" y la "valentía de la ingenieria paisa". Ambos "mitos" también se han hecho espacio para poner en entre dicho cualquier responsabilidad de tales sectores, en la actual coyuntura de EPM.
A veces el exceso de metáforas impide la certera sentencia necesaria en el ejercicio del periodismo, que no es literatura, sino crónica . Narrar con precisión casi quirúrgica se hace urgente para analizar y ofrecer puntos de vista más allá de las versiones literarias que sirven más al futuro que al presente. Me explico: periodismo como crónica para comprender el presente, literatura como opción futura para ver de nuevo lo narrado.
De Acuerdo; demasiadas metáforas, pero parece que están bien hiladas.
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