El entierro de
Inglaterra fue un evento sencillo. A ojo de buen cubero se puede decir que el 2%
de la población de Carepa salió a despedir a Luis Orlando Padierna. Y eso que
según dijo el alcalde muchos de quienes encabezaban el cortejo eran “foráneos”.
Con un solo familiar convocado por cada uno de los 500 hombres que se dice tienen
los Gaitanistas en Urabá era suficiente para hacer esa ruidosa y dolida marcha
fúnebre. Además de los colados para que los duros los “tengan en la buena” y
les den media de guaro.
La policía se
mostró indignada por la manifestación el mismo día de la captura del mayor
Héctor Fabio Murillo por sus tratos con el capo recién muerto. La nómina tiene
nombres en cuarteles, parqueaderos, fincas, restaurantes y parques. El Clan del
Golfo maneja su propio Sisbén en la zona. Un pequeño subsidio mensual a quienes
llaman “puntos” y tienen la misión de ser incondicionales, tener muy buen oído
y ser mudos. Una especie de milicia de desarrapados. Pero también tienen su modesto
departamento de infraestructura y riegan sus obritas por barrios y trochas.
En un año pueden
caer cerca de 40 toneladas de coca en Urabá y sus aguas cercanas. Una cifra
similar logra hacer tránsito hacia el norte desde la región. Un kilo de coca
que en Urabá puede valer tres millones de pesos, puesto en Panamá ya suma unos
cincuenta millones. Esos son solo los ceros del primer trayecto, de ahí para
arriba la tarifa sigue creciendo de manera exponencial. Ahí está una buena
parte de la economía de la región. Los talleres de motos, los puestos de
chance, la construcción de vivienda, las pequeñas discotecas, los prestamos
gota a gota crecen según las bonanzas y las caídas de los viajes. Tanto
Inglaterra como los hermanos del clan Úsuga David llevan más treinta años
enfierrados en la zona. Han sumado dos y tres desmovilizaciones con diversos
brazaletes. Han ejercido “justicia” y terror, han montado negocios, han jugado
a ser benefactores y verdugos en una zona de múltiples colonizaciones, donde la
justicia y el Estado siempre han sido la excepción, donde ha primado un orden oscuro
que se transforma según el gusto de los señores de la guerra. No en vano Urabá
ha sido siempre tierra de aventureros y desplazados, de familias en busca de
segundas oportunidades, de comerciantes con bolsillo de doble fondo y excluidos
sociales.
Hace un poco más
de cinco años la muerte de Juan de Dios Úsuga paralizó a todo Urabá y a más de
cien municipios en el país. Fue una resaca de comienzo de año que demostró el
poder de lo que se creía era una simple banda. Hace unos meses el entierro de
alias Gavilán fue acompañado por una banda de tres músicos y unas seiscientas personas
en el corregimiento de San José de Mulatos en Turbo. Algo ha cambiado desde la
muerte de alias Giovanni a comienzos de 2012. Pero hablar de patologías
sociales en regiones donde la lealtad no es un asunto moral sino una cuestión
de vida o muerte, de simple supervivencia, es mirar hasta Urabá por medio de un
lente muy opaco. Planeta Turbo llamaba la comitiva de un reconocido político
antioqueño a ese municipio luego de cada correría. Allá rigen otras reglas y
mandan otras insignias. Desde las ciudades se suele ejercer un maniqueísmo muy
simple, un moralismo muy barato del cual el mejor ejemplo es ese triste
letrero: “los buenos somos más”.
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