sábado, 15 de noviembre de 2008
Heroína romántica
La niña está en los periódicos y en los noticieros del medio día: pálida mortal, exhibiendo la ruta inútil de sus venas azules, sus ojeras hondas de malos presagios y su orgullosa debilidad. Una heroína romántica en la puerta del hospital, rodeada de fotógrafos, médicos y abogados, ajena a los encantos de la tuberculosis y dueña de un corazón quemado a medias por la quimioterapia, un corazón que según parece no ha conocido siquiera el amor entre primos que perdió al pobre Efraín.
Se llama Hannah Jones, tiene 13 años y acaba de decidir que morirá en su casa, muy pronto, entre los caprichos de sus últimos meses, el misterio de sus gatos y el ruido de sus tres hermanos menores. Los médicos del hospital de Herefordshire, en Inglaterra, han desistido de buscar la intervención de un juez para obligarla a someterse a un transplante de corazón. “Hannah tiene que haber hecho un buen trabajo porque después de haber consultado abogados han decidido no tomar más acciones. Ella sabe que puede cambiar de opinión en cualquier momento y volver a lista de espera”, dijo el padre de la joven alumna de Edgar A. Poe.
En el famoso cuento La caída de la casa Usher, uno de los preferidos del autor de El cuervo, Hannah podría aceptar el papel de Madeline: “La enfermedad de Madeline había burlado durante mucho tiempo la ciencia de sus médicos. Una apatía permanente, un agotamiento gradual de su persona y frecuentes aunque transitorios accesos de carácter parcialmente cataléptico eran el diagnóstico insólito. Hasta entonces había soportado con firmeza la carga de su enfermedad, negándose a guardar cama…” Sólo hay una pequeña diferencia: los sueños de Hannah no están en las penumbras del viejo caserón Usher sino en las mentiras del palacio de Disney.
Pero la niña no tiene sólo la estampa clásica y el destino de las heroínas románticas, carga también con el aura de peligro que le entregan sus accesos de sabiduría. Una pequeña maga sin miedo a la oscuridad: “No soy una chica normal de mi edad, pienso mucho. Me he visto obligada a crecer muy deprisa, ¡qué remedio!, y sé perfectamente lo que quiero: pasar el resto de mis días en casa...No es fácil aceptar que voy a morir, pero no quiero pasar más tiempo en hospitales, me trae malos recuerdos…Lo más probable es que a mí un corazón nuevo no me sirviera de nada, pero en cambio puede salvar la vida a otra persona.”
Las mayorías en las encuestas de los periódicos reprueban la libertad de la “dulce niña pálida” y su aptitud para decidir la propia muerte, no saben que ocho años de hospitales y sondas son suficientes para elegirla como un remedio sencillo. La madre de la niña, que por azares del destino ha trabajado como enfermera de cuidados intensivos, elogió los poderes adivinatorios de Hannah y agradeció el respeto y la resignación de los médicos. Sabe que opio de las anestesias es apenas un olvido menor para los males negros de las salas blancas.
Un arroyo, rodeado de peras y manzanas en el condado rural de Herefordshire, será perfecto para la delicada agonía de Hannah. Una pequeña Ofelia con una tumba de pasto alto. Para la lápida hay poemas de sobra. Va uno escogido al azar: “Tu cabellera rubia caía entre las flores / pintadas del percal. / Y había en tus ojeras la / inconfundible huella / que hablaba de tu mal.”
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8 comentarios:
En medio del lirismo romántico el tema jurídico y ético pasó un poco de agache en la columna. Hay van entonces dos datos que aportan a la discusión. El primero tiene que ver con una situación similar a la de Hannah Jones pero donde el tema religioso fue protagonista.
Hace 10 años, un niño español, de 12 años largos, sufrió un accidente en su bicicleta y terminó con una hemorragia interna que exigía una transfusión lo más pronto posible. Sus padres, testigos de Jehová, se opusieron al tratamiento invocando razones religiosas. El hospital tomó medidas jurídicas: la custodia fue retirada temporalmente y se esgrimieron las jeringas, pero el niño exhibió su cruz con vehemencia, se retorció y rechazó el tratamiento. Fue tal la pataleta que los médicos consideraron que obligarlo podía generar un derrame cerebral y renunciaron al tratamiento. Los padres acataron el fallo judicial todo el tiempo. l final el niño murió, l transfusión se realizó cuando ya estaba en coma y fue a reunirse con Jehová y otros testigos. La fiscalía acusó a los padres de homicidio por omisión, os culpaba de no haber convencido al niño a recibir el tratamiento para salvar su vida. El juez de primera instancia los absolvió, el de segunda los condenó y el tribunal supremo volvió a la absolución. Consideró que los padres no tenían la obligación de convencer al menor de una postura contraria a sus creencias y que con sólo acatar el fallo cumplieron con su deber como ciudadanos. Cosa que me parece lógica. Un argumento interesante del tribunal supremo, que marca los doce años como una "mayoría" de edad en casos límite, citó un artículo del código penal que considera que puede haber relaciones sexuales consentidas entre un mayor edad y un mayor de 12 años que no impliquen sanciones. O sea el mayor de 12 puede estar preparado -un psicólogo y demás deberán mirar caso por caso- para decidir acerca de sus apetitos. Y si puede decidir sobre cuándo buscar la llamada "pequeña muerte", pues también tiene palabra para buscar la definitiva.
Pascual:
Que pena sacarte tan rápido del tema de tu columna, pero me gustaría que una de tus columnas las dedicaras al caso del Congo. 250 mil desplazados merecen un buen artículo tuyo y el líder cristiano de los rebeldes Laurent Nkunda, merece una buena radiografía de tu parte. Creo que es un africano que debe conocerse de cerca.
Un análisis tuyo de esa guerra entre hutus y tutsis, bien vale la pena también.
Perdoná la tutiadera, pero entre paisas bien vale esa confianzita. Y de tanto leerte, me vuelvo confianzudito porque rabodeají se vuelvo como de uno, así escriba pocos comentarios.
...y recuerdo a Carlos Framb, sin Aménabar de por medio, y su conquista de la libertad después del paso por juzgados y Yarumito hace unos meses siendo protagonista de escena de idénticas novelas, Pascual, al ayudar a morir a su madre presa de dolores que no quería vivir más. Su propio intento de suicidio quedó en eso, en intento, pero un precedente quedó marcado aquí donde aún con libertad de cultos el Presidente nos encomienda a la virgen y al espíritu santo y la eutanasia es crimen penal por el peso de la católica excomunión...
aH, LO DEL POETA cARLOS fRAMB ES memorable. Lllegaron a un acuerdo los dos, madre e hijo, y el hermano de Carlos le salvo la vida al poeta, que tambien habia ingerido cierto veneno, venido de la Atlantida, que no causaba dolor ni desespero, BUENO PARA LA CHICA ESA QUE PIENSA SUICIDARSE, de otra manera. Eutanasia es nada en comparacion de que te torturen por orden de una ley nazista tan de moda desde la segunda guerra mundial, osea a la vuelta de la esquina o inquina.
Pascual, este es el típico caso que pone en aprietos a un autoproclamado libertario como yo. Mi primer impulso fue de simpatía y de indiganción ante el status-quo, "Big Sister regime" que quiere hacer de todos nosotros unos imbéciles si ni siquiera control sobre su propio cuerpo. Pero luego me acordé de haberme indignado igualmente, años atras, con unos padres, probablemente los mismos que mencionas en tu comentario al post, que negaron a su hijo una transfusion de sangre, unos "testigos de Jehová". Es claro que una niña ojerosa, como salida de un sueño de opio sirve más como símbolo de libertad que un detestable testículo de jehová... aún asi me asusta pensar en el d´ficil reto que es ser liberal y cuan fácil se puede caer en la hipocresía. El problema con la libertad es que no es un si no varias y son caníbales
Por decencia cada ser humano deberia escoger por si mismo el momento de desaparecer y esta nina nos da ejemplo a todos.
La sospecha como un modo privilegiado de la prudencia, o discreción, nos pone al tanto de la validez de que: "Una cosa es lo que tiene que ser y otra muy distinta lo que es." Nuestra condición humana de seres finitos y mortales debería guiarnos en la preferencia de la sospecha ante el problema de la muerte. Ni un asentimiento dogmático, ni una nihilista abstención total del juicio podrán servirnos en esta tragicomedia existencial, o con este sentimiento trágico de la vida.
el momento del adiós muchas veces va unido a momentos de ingratitudes.
Y cual losa sepulcral señaló en un clímax de verborrea cuasi luctuosa que “a la hora de decir adiós, me parece honesto reconocer que George W. Bush ha trazado la vía que debemos seguir”.
Jose Maria Aznar
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