Es un cuaderno de hojas oficio escrito a máquina y cocido con hilos
amarillos. Una pasta dura azul protege el legajo y en el lomo está escrito un
nombre con letras doradas: Pablo Escobar. Cada página está encabezada con un
registro de fecha, hora y número de líneas. Las mayúsculas de la máquina de
escribir y las claves numéricas hacen recordar una bitácora militar. En sus más
de 500 páginas hay un resumen del día a día de un momento de la guerra del
Estado y los Pepes contra el establecimiento criminal de Escobar. La memoria
guarda el sonido hondo de las bombas, el clima de expectación permanente, el
guiño del ala derecha en el sombrero de los hombres del bloque de búsqueda, la
letra infantil y macabra en las cartulinas de los Pepes. La ciudad era un
territorio de cacería con depredadores grandes y pequeños, había sitios
indicados para dejar a las presas, había celadas y camuflajes permanentes,
había rondas que dejaban el ruido de los aviones o las historias del mito en la
boca de los taxistas.
El cuaderno tiene 563 nombres con sus alias y la banda a la que pertenece
cada uno. Desde el infaltable John Jairo hasta el inesperado Marco Fidel
Suárez. Un ejército dividido en 53 bandas y dispuesto a defender a su patrón
con la vida. Una red que tenía puntos en todas las laderas: el Popular 1 y 2,
Manrique, La Estrella, Santo Domingo, Aranjuez, Santa Cruz, La Ramada, Trianón,
El Poblado. Sus páginas ayudan a componer el cuadro de hace 20 años, le
entregan detalles a esa historia para que no todo sea recreado en la televisión:
“Sobrevuelo de aviones norteamericanos sobre Valle de Aburrá. Por lo menos 4
aviones Hércules c-130 y dos cuatrimotores Orión P-3, por más de 8 horas
adelantan rastreo electrónico apoyando operaciones terrestres de ejército y
policía”. Los métodos de contrainteligencia del capo también quedan al
descubierto: “Hallado muerto en la Loma del Esmeraldal Conrado de J. Cárdenas,
había sido secuestrado el día anterior en Avenida Oriental por La Playa,
propietario de una chaza, vendía fantasía, servía de correo a Pablo Escobar”.
Cada día tiene una colección de secuestros, muertos, capturas, bombas y
notificaciones. Los abogados de Escobar a la salida de La Picota, la profesora
de sus hijos en el colegio Los Cedros, un campeón de motociclismo tirado en la
Curva del Diablo, Guido Parra amarrado con su hijo en La Cola del Zorro, el
caballo Terremoto castrado en una glorieta, un sicario suicida que intenta
matar a Jorge Mesa, alcalde de Envigado, la captura de alias Latino, acusado de
terrorismo, en compañía de José Ignacio Mesa, hijo del alcalde y diputado del
departamento. El bloque de búsqueda allana la universidad Lasallista, el
Colegio San José y la residencia de los Hermanos Cristianos. Tres días después
Escobar vuelve a entregar la colchoneta caliente en una casa de Belén Aguas
Frías: “…deja abandonados dos fusiles, una pistola, un maletín con efectos
personales y ocho cartas. Detenidas dos mujeres.” Una valla en Las Palmas hace
publicidad cívica en medio de la guerra: “Qué bueno está Medellín, ciudad de la
eterna primavera, sin Pablo Bombas”.
Mientras tanto el Fiscal De Greiff visita la cárcel de Itagüí para hablar
con los hombres de Escobar, y Hermilda Gaviria le pide a su hijo que no se
entregue. Al final de la bitácora, ya muerto el capo, Sarita Arteaga Escobar,
sobrina de Pablo, le escribe una carta a María Paz Gaviria para que le pida a
su papá que facilite la salida del país a la niña Manuela Escobar Gaviria. Al
cerrar el cuaderno queda un tizne de pólvora en los dedos.
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