La beligerancia, el temor de la audiencia política, el ardor sectario de
los bandos enfrentados, el partidismo soterrado y la fascinación por los
juicios han logrado que el Procurador Ordóñez y el Fiscal Montealegre sean hoy
los más influyentes jefes del debate nacional. Sobre el papel sus labores están
lejos del activismo político y cerca del castigo a los delincuentes y los funcionarios
venales o negligentes. De ahí su tono categórico, más amigo de los
señalamientos que de los rodeos, y sus respuestas que muchas veces incluyen
plazos perentorios. Los cruces de advertencias y declaraciones por fuera de los
formatos oficiales, más como voceros de una causa que como funcionarios
apegados al estricto libreto de sus funciones, han hecho que en las sedes de
sus edificios públicos comiencen a ondear banderas de causas políticas. Ciudadanos
enardecidos, caudillos de pueblo, politiqueros de ocasión y simples votantes han
comenzado a identificar sus banderas y a tomar a los líderes de la Procuraduría
y la Fiscalía como la vanguardia de sus ideas e intereses.
Algo se está haciendo mal desde los partidos políticos, el gabinete
ministerial, los pupitres del Congreso, los medios de comunicación y las
universidades para que el debate público haya quedado en cabeza de quienes
opinan con la ventaja y el poder acusar y condenar. Ordóñez y Montealegre suscitan
odios y venias. Se cruzan sablazos mientras todo el mundo se agacha. Luego de
la trifulca los espectadores corren a unirse a un bando, algunos por
convicción, otros por simple reflejo de protección. Juan Fernando Cristo parece
un subordinado del Fiscal y el mismísimo Álvaro Uribe ha terminado de escudero
de Procurador. Porque hasta los escuderos coléricos necesitan amparo.
Ordóñez y Montealegre fueron elegidos en medio de lo que parecían ser
consensos. El primero logró ochenta votos en el Senado para su reelección. Una
de sus rivales renunció a la terna conformada para la elección y el otro bajó
la cabeza y aceptó la barrida anunciada. Al momento de la votación treinta y seis
senadores estaban bajo su lupa o su rosca: unos investigados y otros
beneficiados por nombramientos a familiares. Ordóñez no puede negar su claro
origen partidista y se ríe con su gesto de diablo consagrado cuando le
preguntan por sus aspiraciones presidenciales. Montealegre por su parte fue
elegido por la Corte Suprema luego de apenas una hora de deliberaciones y once
rondas de votación. La anterior elección de fiscal general había tardado un año
y había dado ciento cincuenta vueltas en la sala plena de la Corte Suprema de
Justicia. Su elección se recibió con tranquilidad en los círculos políticos y
hasta con admiración en la rama judicial. Un penalista, un académico y expresidente
de la corte más prestigiosa del país llegaba al cargo más complejo del
organigrama constitucional.
Tal vez sea el tema de la paz el que haya sacado del quicio de sus
funciones a Ordóñez y a Montealegre. Tal vez entre nosotros solo se oye con
atención a quien tiene posibilidades de entregar consecuencias reales a sus
opiniones. En todo caso el protagonismo del Fiscal y el Procurador, su
desprecio mutuo más allá de sus posiciones, demuestra que hará falta una mesa
de negociación además de la planteada en La Habana. Y certifica que entre
nosotros, las investigaciones que más valen son las penales y las disciplinarias.
5 comentarios:
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