Parece que el Estado,
descalzo, con el bastón de mando y el mambe en la boca, ha decidido disfrazarse
de indígena para anunciar sus decisiones administrativas sobre el Parque
Tayrona. Pero las razones espirituales lucen muy mal en los decretos, las
cosmogonías se convierten en superchería barata, se pierde la profundidad del
discurso indígena y la autoridad del mandato oficial. El gobierno anunció hace
días el cierre del Parque para “limpiarlo de las malas energías” que traen las
oleadas de turistas. Se atendió el pedido de los mamos para recuperar el
equilibrio en la Sierra y en el mundo.
En realidad no son pocos
los problemas del Parque Tayrona y sus 23 playas. Cada año recibe más de cien
mil visitantes y ha tenido días de hasta siete mil bañistas cruzando sus
torniquetes. Asusta que el Tayrona pueda atender en un día el 10% de los
visitantes que recibe el Parque Arqueológico de San Agustín en todo un año. Pero
una de las taras nacionales es que la aguja de las vacaciones siempre apunta al
norte.
En 2003 el ministerio de
ambiente y la asociación de comunidades indígenas de la Sierra firmaron un
convenio para reconocer las zonas sagradas del Parque. Se trazaron las llamadas
líneas negras que limitan los sitios de importancia espiritual y se pusieron
reglas para el acceso y el uso por parte de indígenas y no indígenas. Los
pagamentos que hacen los mamos para proteger la Sierra quedaron protegidos por
el Estado. Mientras tanto hay cinco mil personas que viven en trece veredas de
la zona de amortiguación del Parque, seis asociaciones que trabajan en la pesca
y los servicios turísticos y concesiones de ecoturismo que atienden en las
12.000 hectáreas del Tayrona. Antes de invocar motivos que no tienen
indicadores ni posibilidades de medirse, el gobierno debería hablar de las
razones ambientales que sustentan el cierre: qué pasa con las aguas negras de
algunos sitios de camping, por qué se
exigen mejoramientos en las condiciones de baños, pozos sépticos y cocinas pero
no se deja entrar ni un ladrillo ni un tubo de PVC, qué ha pasado con los
programas para el manejo de las basuras, en qué va el proyecto para regular y
disminuir el número de caballos (al menos 200) que mueven turistas y víveres en
la zona. Que los mamos hagan sus pagamentos y el Estado deje de camuflarse en
sus trajes y asuma los problemas materiales sin tanto verso multiétnico y
pluricultural.
De otro lado vale la pena
una mirada más realista sobre las actividades de quienes se autodenominan “hermanos
mayores”. Las quemas de los indígenas en la Sierra están documentas desde 1886
y la superstición las sigue alentando: que el fuego llama las lluvias piensan
algunos. Otros siguen usando dinamita para pescar. Su población ha crecido y sus tierras de uso
agrícola han ido montaña arriba. En ocasiones indígenas y colonos se confunden
en sus prácticas dudosas, el humo y la leña de unos y otros salen de la misma
materia vegetal y afectan la misma tierra. Es imposible negar el conocimiento
de los indígenas sobre su hábitat, pero eso no implica que sus razones y
prácticas no puedan ser controvertidas. Cuando un líder Arhuaco dice que las
relaciones homosexuales entre hombres causan grandes sequías, y las relaciones
entre mujeres, en sentido contrario, provocan lluvias intensas, es dado pensar
que el equilibrio del mundo de la Sierra se está rompiendo, y que no todo se
puede dejar en manos del canturreo de los mamos.
1 comentario:
Que buena columna, así como controvertimos a la iglesia con todas sus taras no podemos enceguecernos frente a otros adalides de la espiritualidad.
Proteger y sacralizar algo dictatorialmente también hace daño.
Excelente columna.
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