La invitación, algo clandestina,
llegó con la vibración disimulada de los teléfonos celulares. El aviso decía “Recital
de órgano a cargo de Maude Gratton, música invitada de la orquesta de los
Campos Elíseos. Catedral Metropolitana, Domingo 3:00 P.M.”. Una oportunidad
para visitar la frescura de la Catedral en compañía del bajo profundo y los
silbidos de las más de tres mil flautas del órgano inaugurado en 1933. En su
momento el armatoste llegó con su “tutor”, un alemán de apellido Binder que
terminó de mecánico celestial en iglesias de Medellín y Bogotá. El órgano es por
sí solo una pequeña iglesia sonora en lo alto de la Catedral.
El paseo dominguero prometía un viaje
de nostalgia a las curtidas majestades del Parque Bolívar. Bajando desde la
Oriental hacia el atrio se prendieron las alarmas. Una banda de guerra de la
policía esperaba en las escaleras de la iglesia y había cientos de agentes en
las calles aledañas, unos en actitud vigilante, fusil terciado y mirada recia,
unos más con la cabeza gacha, otros pensativos con el quepis de gala en la
mano. El carro mortuorio con sus fauces abiertas no dejó duda del rito fúnebre que
habíamos encontrado cuando íbamos en busca de una tarde beatífica a falta del
partido del domingo. En la acera un policía nos dio el primer parte del crimen
en un tono que parecía más el de un amigo dolido que el de un oficial: “El
viernes pasado mataron a un agente en Villatina, la comunidad los requirió y
los recibieron a tiros. Muy verraco esto, ver llorando a la niña de ocho años
del agente Herrera…”
Seguimos hacia La Catedral pensando
en los tiempos en que los policías caían en Medellín sin dar tiempo a las misas
ni a los homenajes, con apenas horas suficientes para el trámite forense y una
bendición desordenada. En 1990 llegaron a morir asesinados, con uniforme o en
la civil, 97 policías en apenas tres meses. En las afueras de la mole de
ladrillo nos protegíamos del sol y el golpe de realidad muchos de los
asistentes al concierto de órgano. Estábamos en medio de las esquinas
berrinchosas sin saber si unirnos al cortejo, esperar el fin de la misa solemne
o abandonar el plan dominical. Habíamos pasado de las expectativas de Johann
Sebastian Bach a las realidades de alias ‘Sebastián’ o ‘Douglas’ o ‘Diego
Chamizo’. El Parque había adquirido de nuevo su aire pútrido con una fuente
lamosa y un olor lejano a marihuana. Los policías sacaron el cajón con su
compañero y los asistentes al concierto entramos entre avergonzados y
aliviados.
Un policía asesinado se ha vuelto un
evento inusual en Medellín. La muerte del agente Juan Carlos Herrera Londoño de
28 años deja ver los líos de la Comuna 8 en la ciudad. Dos combos, San Antonio
y La Libertad, pelean por rentas de extorsión, microtráfico y venta ilegal de
lotes en un sector declarado reserva. Combos respaldados por “franquicias” de
La Terraza y Diego Chamizo, bandas que se han acostumbrado a una guerra
soterrada, a marcar sus territorios y los de sus vecinos y que, incluso, se
imponen multas por no cumplir los pactos de no agresión. Ahora se señalan unos
a otros por la muerte del policía en un tiroteo que dejó además un civil muerto
y tres heridos.
No hay duda de que Medellín ha
mejorado en sus cifras de violencia y su presencia institucional. Pero de vez
en cuando un golpe nos dice a las claras cómo viven una buena parte de sus
habitantes, y quién manda en muchas laderas bajo el manto cotidiano de la
anormalidad. El concierto terminó con aplauso cerrado de toda la concurrencia
de cara al coro. Apenas un policía solitario decidió quedarse a oír el
concierto.
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