El anuncio de
las urgentes reformas constitucionales y legales proviene casi siempre de un
arrebato de impotencia. El consuelo de la letra frente a la realidad. Sumar
algunos años a los castigos del código penal es el consuelo de los ciudadanos
asustados, reformar el código de policía es un aliciente para los vecinos
maldormidos y bien educados, sumar inhabilidades para los políticos corruptos
es la mejor bandera para apaciguar a los indignados.
Luego del
escándalo por el asomo de corrupción en la Corte Suprema se oye el clamor por
nuevos y severos jueces, altísimos tribunales para juzgar a los altos
tribunales, se clama por “reformas de fondo”, por una nueva estructura del
Estado, por un código de honor ahora que “tocamos fondo”. Lo piden los
periódicos, los radios a mañana y tarde, las amas de casa, el ex procurador,
los candidatos y los comentaristas deportivos. La letra de las leyes vista como
un himno virtuoso para ordenar el caos que dejó letra alabada como solución
hace apenas unos años y ahora gastada por la malicia criolla. La gente se
aburre de cantar las mismas canciones y confiar en las mismas reglas.
Ahora los más
exaltados piden una constituyente para remediar nuestros males. Piensan que la
corrupción va demasiado rápido y cada 25 años hay que cambiar las cercas para
contenerla y sancionarla. Por momentos se ven algo ridículos persiguiendo la
maldad con una red para cazar mariposas, eso sí, recién anudada. El último de esos
pregoneros de las nuevas reglas fue hasta hace poco uno de los mayores
propagandistas de la “anciana” Constitución del 91. Juan Lozano pide ahora,
como lo pidió a finales del año pasado por motivos distintos, una constituyente
que nos libre de este régimen “pestilente y dañino”. Solo pide un pequeño
detalle para que todo resulte según sus cálculos: que sea una “buena
constituyente”. Me recordó una corta sentencia del escritor alemán G.H
Lichtenberg: “Hay gente capaz de creer en todo lo que quiere: ¡son criaturas
felices!” No sé si Lozano sea feliz pero la verdad le cabría un buen pinchazo
de escepticismo. Su columna dice que lograremos una constituyente virtuosa,
lejos de los vicios de la política, si ponemos las reglas adecuadas: no al voto
preferente y al aval de los partidos control ciudadano, prohibición de dinero
en efectivo en campañas, no a la intervención de funcionarios públicos y construcción
desde los medios de una debate sereno, constructivo y exhaustivo. Incluso pide algunos
cupos estamentarios al mejor estilo de la constituyente en Venezuela.
Si ese llamado a
remediar el mundo no fuera peligroso sería tierno. A Lozano se le perdonan sus furores
por la utopía en 1991, pero ya está lo suficientemente curtido para seguir por
el mismo camino. Ni la política ni la justicia ni el Estado comienzan de cero
luego de una reforma, tampoco es posible construir un filtro eficaz para que solo quienes consideramos íntegros y
justos puedan participar en la construcción de las nuevas reglas. Ese empeño si
acaso llevará al sectarismo o a tonterías del tipo “los buenos somos más”. No
se puede calificar el Congreso de pestilente y al mismo tiempo imaginar una
Asamblea Constituyente ejemplar. Los dos escenarios serían hechos con materiales
muy parecidos, Macías y el Ñoño Elías, Cabal y Char, Corzo y Name…
Siempre es bueno
desconfiar de los gariteros que revuelven y cambian el naipe una y otra vez
para que el juego sea más justo. Pecan por interesados en su propia mano o por
delitos de lesa ingenuidad.
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