Medellín es una
plaza interesante para ejercer. Con algunos límites borrosos, con oportunidades
y silencios en cada esquina, con rondas conjuntas entre uniformados y civiles,
y buenas costumbres para convivir. Algunos policías pagan por venir a trabajar
a la ciudad. Las rentas criminales son amplias y siempre es posible conseguir
un ajuste al salario por trabajos esporádicos como independiente. Por algo las
patrullas voltean por donde toca, vigilan por donde no duele y tranzan por
donde conviene. Raspar la olla y cuidar la plaza son parte de las funciones de
cada día en la ciudad. Y los grandes golpes muchas veces se dan luego de un
cambio de compinche. Desde el aire el helicóptero policial apunta su luz contra
las calles con algo de cinismo, levantando polvo y soltando advertencias.
Pero no son solo
los policías. El ejemplo viene desde arriba. Todavía no se olvidan las hazañas
de Guillermo León Valencia Cossio al frente de la dirección de fiscalías de
Medellín. Era un trabajo sencillo, solo necesitaba un borrador y una amplia
gaveta. Tapó las vueltas de El Indio y guardó las carpetas de Chupeta. Simples
descuidos entre tanto papeleo que le dejaron condenas en la Corte Suprema.
Ahora aparece la
condena contra Gustavo Villegas. El año pasado al momento de la captura la
Fiscalía habló de “acuerdos siniestros” con un sector de La Oficina. En ocasiones
el helicóptero no logra los resultados esperados y las patrullas se ocupan de
vueltas menores y toca llamar a los que son. Eso hacía Villegas. Le marcaba a
Julio Perdomo, hombre de confianza de Don Berna, desmovilizado del Cacique
Nutibara en 2003 y convertido en líder cívico de la Comuna 8 como por arte de
mafia. Siete años después de su desmovilización ya estaba pagando cárcel por concierto
para delinquir, desplazamiento forzado, extorsión y constreñimiento ilegal. Salió
pronto y se convirtió en el “policía malo” del exsecretario de seguridad. Tal
vez la falta de confianza en la policía lo obligaba a recurrir a Perdomo, un
viejo conocido con el alias de El Viejo. Perdomo le ayudaba a Villegas a
resolver pronto los afanes del alcalde por capturar fleteros, encontrar carros,
tranquilizar cuadras. Era una vía expedita.
A finales de
noviembre del año pasado fue capturado en Medellín el Mayor Héctor Fabio
Murillo, jefe del Modelo Nacional de Cuadrantes de la policía. Según la
fiscalía el Mayor era una especie de guardaespaldas de alias Inglaterra, uno de
los duros del Clan del Golfo abatido hace tres meses en Chinácota. Murillo, en
su tiempo libre, le abrió el camino en su último desplazamiento hasta Norte de
Santander. Levantando retenes y abriendo trocha. Era además quien le conseguía
las armas y aleccionaba a los policías que se ponían estrictos con sus cruces.
La más reciente
historia es la de Lindolfo. Quien era capo y miembro de la Red de Aliados para
la Prosperidad de la Policía Nacional. Un ciudadano preocupado y al mismo tiempo un cobrador de La Oficina. Su papel en la farándula lo hacía adicto a las cámaras
de todo tipo. Tenía radio para contacto directo con la policía y acceso a sus
cámaras de seguridad. Ordenaba un asesinato y luego revisaba los videos de la
policía para comprobar que no hubiera mucho mugre.
Por aquí se
habla de fronteras invisibles en los barrios, de territorios copados por bandas
que no pueden cruzar los ciudadanos sin autorización. Cada día se trazan y
crecen otras fronteras invisibles, puntos de contacto imperceptibles, barreras
porosas entre los pillos y los encargados de purgar sus vueltas.
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