El
lenguaje de los panfletos es todavía un código elocuente en Colombia, un
amplificador de mensajes que muchas veces son simple fanfarronería. Pero
durante más de cincuenta años nos acostumbramos a sus posibles y cercanas
consecuencias. El mimeógrafo fue una efectiva herramienta de guerra para
impartir órdenes generales en pueblos y barrios. Y las banderas de las
guerrillas eran suficientes para el terror y el desalojo. Cientos de municipios
siguen funcionando bajo esa lógica, sometidos a los símbolos, consignas y
mandatos de grupos armados ilegales. Pero lo sucedido el pasado fin de semana
con el promocionado (más por ajenos que por propios) paro armado del ELN es sin
duda el rezago de un miedo o la nostalgia de un enemigo político o la sombra
necesaria para agrupar electores. O mejor, una combinación de los tres.
El ELN
anunció el pasado 10 de febrero un paro armado de 72 horas. Vimos los
titulares, los mensajes por chat, los temores ciudadanos que no aparecían hace
un tiempo. La gente preguntaba si podía salir de las ciudades el fin de semana
y colegios en las capitales redujeron su jornada. Mientras tanto las acciones
del grupo guerrillero se concentraron en los territorios en que ha hecho presencia
histórica y la intensidad no fue muy distinta a la de su accionar acostumbrado.
En el municipio de Convención, en el Catatumbo, murió un soldado por el disparo
de un francotirador. En la misma zona un explosivo afectó la carretera entre
Ocaña y Catatumbo y una antena de celular fue derribada en Hacarí. Enfrentamientos
entre ELN y Los Rastrojos dejaron dos heridos en Puerto Libertador. Y en Cúcuta
y Villla del Rosario dos explosivos fueron activados por la policía de manera
controlada. En Pailitas, Cesar, se reportó un civil herido por la quema dos
buses y tres policías de tránsito con quemaduras de consideración por de
tránsito por la explosión de una tractomula en la vía. También la carretera
entre Medellín y Quibdó el ejército desactivó un explosivo.
Nadie
duda que el ELN ha crecido en hombres y presencia en los últimos años. Luego de
una época en la que casi desapareció de los registros de ataques y tomas a
poblaciones (entre 2003 y 2013 fueron 11 de esas acciones frente a 227 de las
Farc) ha mostrado de nuevo presencia en zonas que eran dominadas por las antiguas
Farc. Entre 2008 y 2010 se dijo que no tenía más de 2000 hombres y presencia en
apenas 85 municipios. El proceso con los paras y la desmovilización de las Farc
le dieron algo de aire y espacio. Fuentes del ejército hablan de 4000
combatientes mientras las más recientes cifras de inteligencia militar
mencionan un número más cercano a los 3000 guerrilleros sin contar los
milicianos. Tanto la cancillería como el ejército han repetido en el último año
que cerca del 45% de los combatientes del ELN están en Venezuela. Allí están
también una parte de sus rentas y de sus aliados. Donde han buscado expandirse
en Colombia han topado con los Gaitanistas, los Pelusos, los rastrojos y las
disidencias de las Farc. En todos los territorios donde hace presencia libran
dos o tres batallas al tiempo. En 2018 y 2019 tuvieron en promedio una cifra
cercana a las 210 acciones armadas cada año, casi siempre simples escaramuzas,
ataques a infraestructura o enfrentamientos con sus rivales ilegales. Y los
militares hablan de más de 1800 capturas de sus miembros entre 2016 y 2019. Tal
vez lo más preocupante sea su tímido regreso al norte, a los departamentos de
Bolívar, Magdalena y La Guajira.
Pero
según parece su mayor fortaleza es la capacidad de la ciudadanía, las
instituciones y los medios de comunicación para atender a su intimidación y
magnificar su fuerza. Para graduar a un actor armado de principal enemigo e
interlocutor basta iluminarlo para crecer su sombra.
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