Los
hechos parecen repetirse de una manera improvisada, informal podría decirse.
Ahora la parafernalia es mucho menor, el gran aparataje de hace unos años hoy
es protagonizado por un abogado tan elegante como fantoche. Hace trece años se
hablaba de asuntos de Estado y se abrían las puertas de la Casa de Nariño para
las farsas y se contaba con la lealtad y el secreto de altos funcionarios. Pero
ayer y hoy se buscaba usar la palabra de criminales menores, acobardados,
ansiosos, con las tristes ambiciones que dejan años de calabozo. Todo hace
parte de cierta decadencia, de viejas tácticas en tiempos menos vibrantes.
Se
comienza con un abogado experto en la ganzúa de los testimonios. Hace trece
años el elegido fue el señor Sergio González. Una llamada al magistrado
investigador de la Corte Suprema en el proceso de la parapolítica ofrecía
información sobre dirigentes en Antioquia. Era septiembre de 2007 y José
Orlando Moncada Zapata, alias Tasmania, se sentó en la fiscalía de Medellín con
su abogado frente al investigador de la Corte, el magistrado Iván Velásquez.
Según sus palabras había pertenecido al bloque Suroeste de las AUC. Pero no
parecía dispuesto a decir nada ni conocía los nombres claves que ya sonaban en
alianzas entre políticos y paras. Al final mencionó de pasada al presidente
Álvaro Uribe.
El
investigador de la Corte salió con las manos vacías luego de una diligencia
insulsa y extraña. Tasmania sí tenía claro de qué se trataba: ofrecer un
testimonio y luego salir con la historia de que el magistrado investigador
había llegado ofreciendo beneficios para enlodar al expresidente y su entorno
cercano. Además de ganzúa el abogado González usaba el anzuelo. Al día
siguiente el presidente Uribe llamó al investigador Iván Velásquez a preguntarle
por un tal Tasmania que estaba ofreciendo testimonios en su contra. Para
Tasmania habría una casa (en ese entonces no fue por razones humanitarias), un
empujón jurídico para entrar a Justicia y Paz (no fue revisar su proceso) y un
cambio de patio para protegerlo de un viejo pleito.
Y
era el momento de los amanuenses. El abogado Sergio González escribió la carta
que firmaría Tasmania diciendo que Iván Velásquez le había ofrecido beneficios
a cambio de involucrar al presidente en un atentado contra alias René, un
paraco sin postín. Tasmania firmó y llegó una parte del gobierno para apoyar la
estrategia. Bernardo Moreno, Secretario General de la Presidencia, y sus
llamadas al DAS para que recogieran el dictado del abogado González, para ese
“diligencia” hubo intervención de María del Pilar Hurtado, directora, Fernando
Tabares, jefe de inteligencia, y Martha Leal, subdirectora de operaciones.
Había más equipo que ahora, cuando el encargado de recoger los papeles de Monsalve
y otros testigos fue Juan José Salazar, socio de Cadena a quien el juez del
proceso calificó de “mensajero”.
En
octubre de ese año el expresidente señaló públicamente al magistrado Iván
Velásquez de intentar corromper testigos. Tasmania se aburrió de esperar los beneficios,
sus padrinos en la cárcel fueron extraditados, y después de un mes se retractó
de su carta. González, Moreno, Hurtado, Tabares y Leal terminaron condenados. El
secretario jurídico y el secretario de prensa también quedaron enfrentados a la
justicia que Uribe calificó en su momento viciada por “sesgo político”.
Las
actuaciones de Cadena contra Cepeda, las maneras del abogado, la retórica de la
defensa, las ofertas a los testigos, la animadversión contra críticos e
investigadores son calcadas a las de hace trece años, una copia algo deslucida,
sin los efectos especiales de quien era el jefe de gobierno. Cambian los
tiempos, los abogados de pasillo de cárcel, los testigos versátiles, pero
quedan las mañas.
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