No se
trata de un bando. No comparten muchas ideas más allá de una arraigada
desconfianza. No son una secta y no tienen intenciones de ganar una batalla ni
de imponer sus ideas. Solo tienen mayores posibilidades de portar y compartir
un virus contagioso y mortal. Se alimentan de algunas mentiras comunes y de su
desprecio por las mayorías que quieren imponerles el remedio contra el virus.
Un desprecio mutuo que va llegando hasta el odio y las agresiones. El gobierno
invoca el bien común para imponer el “tratamiento” y un poco más del 60% de los
habitantes de la ciudad están de acuerdo con la exigencia de vacunarse: “No
puede ser que la ignorancia y el individualismo de unos nos ponga en riesgo a
todos”, es el argumento que se repite.
Los
“pasaportes” obligatorios empezaron a pedirse en bares y discotecas, luego en
oficinas públicas, en restaurantes y supermercados, más tarde en colegios y en
algunos puestos de trabajo y, por último, en el transporte público. El carnet
con nombre, cédula y constancia de vacunación cambió por un código QR en la
parte anterior del brazo. “Un método sencillo y seguro”, reseña la prensa.
En los
barrios del estrato 1 y 2 es donde menos gente se ha puesto la vacuna y el
recelo contra las obligaciones del Estado y la “ciencia recién inventada” crece
con el paso de los días: “De eso tan bueno no dan tanto”, dice los más
desconfiados; “A mí esa maricada no me da”, repiten los más briosos; “Muchos se
han muerto después de la vacuna”, susurran los descreídos. Algunos barrios se
han convertido en reductos contra las exigencias profilácticas. Allá están sus
propios supermercados, restaurantes, bares, iglesias…, y los rectores de los
colegios son amigos de los padres antivacunas y los buseros son sobrinos. Es
imposible un control real. Ese mundo informal y lejano a la ciudad oficial se
ha ido consolidando, separando aún más: “Al fin y al cabo nosotros cuándo
íbamos por allá, esa gante nunca se ha querido contagiar de pobreza”. Los
barrios han comenzado a recibir visitas de algunos “forasteros” que no quieren
vacunarse. La ciudad oficial reforzó fronteras pero al mismo tiempo los barrios
sin agujas han tenido nuevos movimientos, clientes y negocios. “Nosotros qué
hijueputas, somos la República Independiente de la Peste y tenemos hasta
turismo estrato 4, 5 y 6”.
Las
teorías conspirativas crecieron sustentadas por la vigilancia, algunos abusos,
la exigencia de los datos en la muñeca, el anuncio de una tercera dosis. “Si
ve, le dije que usted se pone la primera y esa gente ya no para”. En los
barrios virales ha florecido la medicina alternativa, la gente incumple sus
citas médicas y desatiende los dolores más tratables. El Estado amenaza con
dejar de enviar subsidios a quienes no se vacunen. “Las ayudas estarán
condicionadas a quienes atiendan la ciencia y el riesgo colectivo”, dicen las
autoridades. Alguno recomiendan volver a las medidas pedagógicas y los
incentivos pero la obligatoriedad ha marcado un punto de no retorno para lograr
convencer a quienes decidieron no vacunarse. Hay familias divididas en los
barrios con mayor porcentaje de “sin vacunas”: hijos que terminaron huyendo de
la intransigencia de los padres por exigencias de su trabajo. No se contratan
gente de barrios no confiables. No queda más que llevarles la “remesa” y
visitarlos de lejitos.
Altos
de la peste, Villa Covid, Plaza Contagio son los nombres que han comenzado a
sonar en chistes y memes. Incluso algunos buseros los ponen en el letrero tras
el parabrisas. El virus sigue subiendo y bajando, el miedo se mantiene y las
medidas han creado un nuevo mapa de segregación.
3 comentarios:
Es selección natural.
Darwinismo en acción. Ya veremos cómo termina.
XOXO
No es gratis que en países con mayor tradición en su lucha pro derechos humanos exista protesta permanente contra la obligación de aplicarse las vacunas. El fascismo empieza por la unanimidad de un punto de vista que se impone al colectivo. No se respeta el derecho a discernir y se imponen medidas policivas que sólo agravan el estado de la débil democracia en que vivimos.
Muy bueno. Gracias por publicar
Publicar un comentario