La
fatiga terminó siendo la palabra clave en esta larga campaña hasta el primer
round. La pandemia, el paro nacional, el gobierno entre insulso y provocador,
los abusos policiales, los debates repetidos y los ataques obstinados entre
candidatos reforzaron la necesidad de un vuelco. El cambio que marcó la gran
exigencia de la opinión pública fue insuficiente y el cansancio general movió
la aguja hacia una opción literalmente descabellada.
Todo
se fraguó lejos del centro geográfico, del centro político ni hablar, en las
orillas de las grandes capitales y en la margen de los discursos más complejos
y más debatidos, más allá de los titulares sonados y de las declaraciones de
caricatura de los “jefes” políticos. Y de nuestros enconos más conocidos. La
periferia sorprendió, su voz a voz de esquina, una indignación más espontánea y
silenciosa. Rodolfo Hernández consiguió su paso a la segunda vuelta en ciudades
intermedias y muchos municipios con menos de cincuenta mil habitantes:
Cundinamarca que esta vez no fue el eco de Bogotá, Boyacá que no obedeció a
Carlos Amaya, Casanare y Meta que olvidaron su uribismo acérrimo, Huila que
ignoró a Rodrigo Lara, Tolima que marcó lejos de los directorios y hasta Caldas,
que prefirió un conservador de hijueputazo a sus sepulcros blanqueados. Y los
santanderes que fueron su base y su casa, el case regional que lo mantuvo por
encima del 10% durante seis meses y no lo dejó caer en la irrelevancia. Rodolfo
Hernández no solo robó votos a sus competidores sino que atrajo nuevos votantes,
seis departamentos donde ganó fueron los de mayor participación en el país.
Desde
la campaña de Petro se habló mucho de los nadies, sin duda sus más de ocho
millones de votos recogen muchas voces ignoradas por años; pero el ingeniero
representó a otros nadies, más cercanos al grito y, por qué no, al insulto, que
al reclamo social. Los nadies de la fatiga más básica. Para ellos, Gustavo
Petro representa un político más, el establecimiento rebelde si es que eso
existe. Por eso mismo oímos el domingo al líder del Pacto Histórico tomando las
frases tibias que tanto repudiaba: “Queremos un cambio pero no un salto al
vacío”. El gran interrogante es dónde puede crecer Gustavo Petro. Ganó de largo
en tres de las cuatro capitales más importantes, barrió en el Pacífico y fue
mayoría absoluta en el Caribe. Sacó casi los mismos votos que en la segunda
vuelta de 2018 ¿Ese es de verdad su sonado techo? ¿Puede crecer en el Caribe
donde la participación estuvo diez puntos por debajo del promedio nacional? No
es fácil, los incentivos ya están un poco gastados y el votante nuevo, se
supone más reacio y más primario, parece cercano al discurso insolente de
Rodolfo.
El
uribismo, por su parte, se vio obligado a guardarse en sus cuarteles de
inverno. Ni Uribe en silencio fue suficiente para que su figura no fuera un
lastre. Federico Gutiérrez, muy cómodo en casa, muy marcado por el gobierno y
muy embelesado con los empresarios más histéricos frente a Petro, sacó uno de
cada cuatro votos en Antioquia. Fico nunca logró ser un candidato con atractivos
y posibilidades nacionales, y los partidos mostraron de nuevo que no suman en
las presidenciales, sirven para gobernar por su clientela fija en el Congreso,
pero no para elegir.
Por
ahora todo parece cocinado en el asador de Rodolfo. Todavía hay quienes no lo
conocen y pueden conectar con sus agresiones al mundo entero, tiene imagen
favorable en positivo y atraerá a un gran porcentaje del voto antipetro de
quienes votaron por Fico. La rabia de Rodolfo es la de una buena parte de los
colombianos, la rabia simple, sin discurso, la equis que se marca rompiendo el
tarjetón. La misma que puede romperlo todo.
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