jueves, 15 de noviembre de 2007
Testigo ciego
Con una palabrota -cercana a la hecatombe- se bautizó desde siempre la toma incendiaria y la retoma con artillería pesada del Palacio de Justicia en noviembre de 1985: Holocausto. Semejante calificativo justifica la aparición de comisiones de la verdad, testigos sin rostro, inteligencia militar, preguntas subidas de tono y voltaje en las caballerizas, testigos protegidos y marchas perpetuas con una foto como bandera. Poco a poco uno entiende que esa Historia, como todas las historias con mayúscula que terminan en llamas, será un expediente algo ilegible, un fárrago del que cada quien sacará conclusiones y culpables. Las pruebas irrebatibles y los testigos de excepción son un sueño más cercano a los novelistas que a los fiscales.
Hace 22 años, en la noche del 6 de noviembre, cuando el elegante bracero del Palacio de Justicia comenzaba a calentar el centro de Bogotá, un músico medio ciego, curioso impertinente, alzaba sus antenas desde la terraza de un inquilinato cercano. En la tarde, después de escuchar el EXTRA en la sede de la orquesta de ciegos Balalaika, de la que era trompetista, había intentado llegar hasta la Plaza de Bolívar para echar el poco ojo que le quedaba. Las vallas y las cuerdas de los cerramientos le sirvieron de lazarillo, y la ceguera de incentivo para la investigación. Se devolvió con despecho y sacó sus aparatos de contrainteligencia: “Como vivo cerca de la Plaza de Bolívar, en un walkie-talkie sintonicé una frecuencia. En esa época yo ya no veía muy bien pero lo oí que decían los militares era caliente, por eso me puse a grabar en casetes.”
Don Pablo Montaña grabó 4 casetes de instrucciones militares: siguió la toma en directo mientras medio país se dedicaba, con un oído en los EXTRAS radiales, a la fecha del octagonal de fútbol local que se jugaba ese miércoles. Es posible que con un radio siguiera a su equipo del alma y con el otro los contragolpes de las FF.AA. En una de las conversaciones se habla de la preocupación del General Samudio Molina, Jefe del Estado Mayor Conjunto, por el silencio de palomas que arrulla la Plaza del Bolivar:
“-Arcano 6, arcano 5
-Arcano 5
-Acaba de llamar y me dice que él nota -el general Samudio- que la situación se enfrió, que necesita que haya acción, que haya ruido, que si necesita más munición le coloca toda la que necesite, pero que no los deje descansar, que el nota que se está enfriando la situación…Cambio
-Erre, esa apreciación, es apreciación externa a la situación, pero aquí se esta tratando de reducir, de reducir a los (…) a los que están en el piso segundo, tercero y cuarto, a un reducto ya final, un reducto final con objeto de causarles la baja ya en ese sector e impedir mayores destrozos, siga.
-Erre, sí, él dice que le preocupa es la situación…que no nos pongamos a pararnos en municiones o en destrozos que haya que ocasionar, pero que quiere que haya acción cambio.”
Pablo Montaña, que terminó desentrañando arcanos, vive en una pensión un poco más al sur que su antiguo palomar, ha dejado la trompeta y ahora se dedica a cantarle a los muertos del Cementerio Central de Bogotá, acompañado de su acordeón de teclas, rojo y blanco, una caja festiva y fúnebre al mismo tiempo. Si me lo hubieran retratado en la Gente de la Universal o en Tinta Roja, una novela del Alberto Fuguet, con crímenes sórdidos, periódicos rojos y personajes populares, tal vez me habría parecido demasiado. Un acordeonista de iglesias y cementerios, ciego y piadoso a medias, con pruebas de primera mano sobre el desafío más grande de los últimos 30 años para el Estado colombiano. Guardando unas cintas que bien podrían tener encima unas canciones de duelo y despecho.
Algunos abogados han desempolvado el artículo 196 del Código Penal: “Violación ilícita de comunicaciones o correspondencia de carácter oficial. El que ilícitamente sustraiga, oculte, extravíe, destruya, intercepte, controle o impida comunicación o correspondencia de carácter oficial, incurrirá en prisión de tres (3) a seis (6) años. La pena descrita en el inciso anterior se aumentara hasta en una tercera parte cuando la comunicación o la correspondencia esté destinada o remitida a la rama judicial o a los organismos de control o de seguridad del estado.” Para el final de la película Pedro Montaña estaría animando la fiesta de navidad en La Modelo. Pero tranquilos, eso es sólo un sad end efectista. Ese delito de lesa curiosidad prescribió hace años. El verdadero riesgo es que Pablo Montaña terminé en el Cementerio Central, con la caja del acordeón encima de su caja de muerto.
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7 comentarios:
Putamente impresionante tu columna Pascual guevon, muchisimas pero muchisimas gracias. Yo se que los lectores del blog tenemos derecho a leer buenas columnas pero creo que para todos los lectores va a estar clarisimo que esa columna tan tesa merece un mejor espacio.
Suerte
Pascual,
Completamente de acuerdo con Juan David. Tocara rotarla en correos en cadena, ya que los medios se mediocrizaron, y cada día peor... ni que decir de la Justicia... dizque cojea...
Sabes que Pascual, queda claro que el motivo por el cual los buenos columnistas salen de los malos periódicos es sencillamente por que reflexionan, es decir, van más allá de la información; no simplemente reproducción que a lo único que aporta es al chisme.
Buen viento y calma mar.
Pascual,
Acabo de recibir El malpensante, la edicion de este mes... hey, que bien la solidaridad de esta gente. Me parece oportuno que se sepa lo que la gran prensa colombiana hace con aquellos que medio abren los ojos. gran prensa el viento... el colombiano, jejeje, lo que he dicho siempre, un panfleto al servicio de la burocracia.
suerte.
El Espectador sacó en su edición de fin de semana una buena muestra de nuestra desmemoria. Seis meses después de la toma las grabaciones de Montaña circularon como canción de moda. Incluso un libro del periodista Manuel Vicente Peña llamado Las dos tomas transcribió 70 páginas de las conversaciones de los militares en medio de la “defensa de la democracia”. Cuatro periódicos nacionales además del E País de España le dieron eco a las “charlas” que grabó Montaña. Y el procurador Carlos Mauro Hoyos las tuvo en su poder. Siempre se ha discutido acerca del fugaz golpe de Estado. La reciente comisión de la verdad habla de un vacío de poder. Creo que con las antenas de un ciego en una terraza vecina el asunto había quedado más o menos claro desde un principio. La opinión pública no necesita del debido proceso para entender las cojeras democráticas.
Que buena columna la que escribiste. Gracias.
Bien dicen que cuando se pierde uno de los sentidos se agudizan los demás, afortunadamente este ciego tuvo buen oído...
Para que esta no sea una evidencia más hay que hacerle bulla, pero no como la que dices que han hecho los medios, es muy peculiar y hasta cómico que halla sido un ciego quien capturará tal evidencia, pero lo verdaderamente dramático es lo que pasó allí y que documentan las grabaciones, eso que todavía sigue tan confuso.
Como dice un profesor amigo: al Palacio de Justicia lo sepultó la avalancha de Armero (ocurrida unos días después, el 13 de noviembre, y que acaparó toda la prensa en aquel entonces), pero además de Armero, lo han sepultado los 22 años de piruetas y triquiñuelas de toda índole para que nunca sepamos la verdad.
Bien interesante...DIOS LO BENDIGA!
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