martes, 5 de febrero de 2008
Futuros navegantes
Desde la playa, un pequeño barranco como un escalón, impide ver el paisaje que insinúan las copas de algunos árboles cercanos. La curiosidad burda del turista nos empuja escalón arriba hasta el cementerio del Pueblo. Una estampa romántica con su ángel blanco y su portón entre las flores del Curazao. Un lugar común de trinos y hojas secas. Estaría bien para recordar unos versos de Unamumo: “Corral de muertos, entre pobres tapias / hechas también de barro / Salvan tus cercas de mampuesto y barro / las aladas semillas, / o te las llevan con piedad los pájaros, / y crecen escondidas amapolas, / clavelinas, margazas, brezos, Cardos, / entre arrumbadas cruces…”
Pero estamos en el cementerio de Necoclí, en el Urabá antioqueño, y las noticias recientes obligan a recuerdos macabros: una inocente muela de cangrejo, una joya azul entre las tumbas, produce visiones y escalofríos; los gritos de dos cazadores de iguanas, con una vara larga y un machete, nos hacen pensar en la reseña que los periódicos hacen de las masacres. Parece imposible disfrutar de la compañía de unos huesos con nombres viejos.
Luego de una semana de visitas diarias el cementerio ha perdido el aire sangriento que imponían las noticias. Ni el sepulturero con su máscara, desordenando una tumba, con medio cuerpo ocupado en la oscuridad como un fotógrafo antiguo que se asoma en su caja, puede impedirnos disfrutar del poniente contra las tumbas más viejas y pensar en el mar como un mecanismo para mover un motor, siguiendo una invención famosa. Incluso ahora nos atrevemos, en compañía de niños aterrados entre carcajadas, a buscar la evidencia coralina de algunos huesos.
Pero un hallazgo en los últimos días cambió la visión corriente que ya teníamos del cementerio de pueblo. Algunas de las tumbas más viejas están siendo desenterradas por el mar, la pequeña proa de los cajones ya deja ver su casco de madera entre el barranco. El mar no es sólo arrullo, reclama sus naves con paciencia. Ahora el barranco puede llamarse acantilado y la costa de Necoclí podría ser la del mítico mar de Gales.
Una cita de la Eneida encontrada al azar me absolvió de escribir un poema para esos navegantes futuros en un golfo colombiano. Muy pronto les corresponderá la misma desorientación de Palinuro:
“Ya nuestras naves pierden la costa de vista,
Solo tienen mar alrededor y cielo encima.
Cuando sobre nosotros cae un torrente de lluvia;
Y la noche, con negras nubes, se hace con la vela mayor:
Los encrespados vientos elevan las olas espumosas:
La desperdigada Flota es empujada por distintos caminos:
La faz de cielo ha sido hurtada de nuestra vista,
Y con redoblados repiques el trueno ruge en el cielo.
Apartados de nuestro rumbo, deambulamos en la oscuridad;
Sin estrellas que nos guíen, sin tierra que nos oriente.
Ni siquiera Palinuro haya una referencia
Entre la noche y el día, tal es la oscuridad que reina.”
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2 comentarios:
Así es. Aquí va otro afluente lírico:
Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
qu'es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
e consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
e más chicos,
allegados, son iguales
los que viven por sus manos
e los ricos.
J. Manrique
Hola Pascual.
No sé si es muy atrevido de mi parte escribir este comentario, pues aquí, por lo que he leído, solo comentan “intelectuales” y yo afortunada o infortunadamente no pertenezco a ese exclusivo círculo de personas. Pero… no me aguantaba las ganas de felicitarte! y “Futuros navegantes”, como dicen en estas hermosas tierras, fue la tapa. Me encanta como escribís, me encantan tus opiniones, algunas veces estoy de acuerdo otras no tanto, pero siempre te expresás bien. Mas que felicitarte lo que quiero es agradecerte, me encanta leer todo lo que escribís, debe ser ese humor negro que algunas veces sale por ahí el que me absorbe totalmente.
Muchas Muchas Gracias…;)
Ana C.
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