Nos equivocamos al pensar en las plazas de microtráfico como un nido
desordenado de delincuentes. Los prejuicios sobre ese comercio al por menor que
imaginamos repugnante e improvisado nos han hecho construir un retrato
desfigurado por la caricatura. Las plazas de ese otro mercado no se manejan con
cuentas alegres en el reverso de un cartón de Marlboro. Son negocios
establecidos aunque no respetables. El Estado ha decidido entregarle, mientras
libra y finge una pelea imposible, una especie de concesión exclusiva en la
venta de estupefacientes a quienes tienen el poder de intimidar a los
ciudadanos y corromper a sus agentes. Y los pillos se van convirtiendo en
empresarios, se contagian del emprenderismo (sic) y construyen sus códigos
corporativos, copan nuevos mercados y permiten que sus empleados combinen los días
turbios con el trabajo duro en otros ruedos. Hace unos meses un jíbaro conocido
me sorprendió llevando una pizza a la casa de mis suegros. Cada domicilio trae
su afán.
Detrás de cada plaza hay una larga depuración ejercida con violencia, un
orden impuesto a fuerza y miedo. Las plazas son sórdidas y reguladas al
detalle, con un estricto organigrama y un protocolo administrativo para atender
quejas, reclamos e inconvenientes legales. Y los “gerentes” están lejos del
ruido, atendiendo sus sucursales desde un fortín de barrio, ganando prestigio
social y autoridad para resolver pleitos de cama o de escuela.
Hace días me tocó en las orillas de un parque al que han llamado olla y
plaza ver los modales de los dueños del menudeo. Una de sus distribuidoras
sufrió un decomiso al final de la tarde y tuvo que acompañar unas horas a la
policía. De modo que llegó el supervisor de la zona a enfrentar las
dificultades. Luego de una ronda de consultas resultó que había una sospecha
sobre una mujer habitual del parque, se creía que ella había señalado a la
distribuidora. El hombre más recorrido de la plaza, un jíbaro con experiencia y
amplio reconocimiento, se arrimó donde la supuesta chivata para insinuarle que
el supervisor quería ver su celular y descartar sospechas. Los tres revisaron
el teléfono y al no encontrar evidencia los hombres le pidieron disculpas a la
mujer por las molestias ocasionadas.
Mientras tanto la distribuidora salió de su corta rendición de cuentas
frente a la policía y volvió al parque con furia por su caída. Sin saber que
las sospechas habían sido descartadas decidió darle una lección de patadas a la
mujer que supuestamente la había sapeado. Con cuatro golpes saldó su rabia.
Luego de la brutalidad el supervisor se hizo cargo, reportó el incidente a sus
jefes vía mensaje de texto, vino a disculparse con la mujer agredida, ofreció
pagar las gafas quebradas, aseguró que la distribuidora sería amonestada y
cambiada de lugar de trabajo. Todo en el lenguaje de los administradores
corporativos. Antes de irse dejó ver las disculpas del jefe máximo en la pantalla
de su teléfono. Al final nos extrañó que no entregara su tarjeta personal para
futuros contactos.
Nadie debería extrañarse de semejante cuidado. Esa plaza que es una simple muela coca entre dos calles, puede vender ciento cincuenta millones de pesos cada mes. Un suma que no se puede dejar en manos de simples mercachifles ambulantes.
Nadie debería extrañarse de semejante cuidado. Esa plaza que es una simple muela coca entre dos calles, puede vender ciento cincuenta millones de pesos cada mes. Un suma que no se puede dejar en manos de simples mercachifles ambulantes.
3 comentarios:
Tristemente los titulares de prensa le dan importancia al boom del Gobierno, la realidad es otra, micro o macro los jefes vienen del mismo lugar y corrupción por todas partes, para cambiar esto tendríamos que cambiar la sociedad en pleno.
Y a la luz de todos, si lo pudo ver usted, pq la policía no puede verlo también, si el supervisor de zona tiene contacto con el jefe máximo que tan dificil puede ser dar con este personaje, desidia, corrupción , complot, país inviable.
La policía debe de guardar silencio ya que de esas plazas de vicio ingresan grandes sumas de dinero para sus superiores entonces no pueden matar la gallina de los huevos de oro,conosco de una plaza denunciada varias veces y la policía llega pero por su tajada para el comando de la zona..
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