Bien se sabe que la ruina ajena deja dichas casi tan grandes como las que
trae la propia fortuna. Es por eso que Medellín lleva un año largo regodeándose
entre maledicencias, saldos en rojo y versiones negras acerca del hundimiento
de tres de sus grandes empresas. Desastres financieros, inmobiliarios y
políticos que han demostrado los remates y las liquidaciones que suele dejar el
furor de la política y los negocios. Desde la medianía se ve pasar la procesión
de los implicados y se oyen los mea culpa entre chiflidos. Lo único especial
del viejo espectáculo es que se juntaron tres funciones en una sola temporada.
Los trucos de Interbolsa han hecho recordar el tenderete Parasol que
montó Félix Correa en Caucasia como la primera carpa de su circo. Luego de tres
quiebras sucesivas Correa logró levantar sus oficinas pulcras y abrió sus
agallas en busca de Fabricato. Como en los cuentos de villanos las viudas y los
jubilados fueron sus víctimas predilectas y cuando los mafiosos despuntaban el “sencillo”
estafador fue a parar a una celda hechiza en la enfermería de La Modelo.
Treinta años más tarde Interbolsa vuelve repite la feria de las vanidades con
un actor italiano en el reparto. De nuevo Fabricato sirve como anzuelo de los
peces gordos y las letras doradas de la más grande comisionista van a parar a
los expedientes. Medellín vuelve a ser la capital de los especuladores y el
Parque Berrío, hoy venido a menos entre raponeros, músicos de calle y
vendedores de películas porno, invoca los tiempos de los “menjurjes bursátiles”
y las “marranas”, esas cotizadas minas de oro inexistentes.
Pero el cartel no mostró solo el espectáculo de los Jaramillo. Los
Villegas tenían reservado un arriesgado show que terminó en tragedia. La carpa
cayó antes de tiempo y dejó 12 muertos bajo los escombros de un edificio
original por lo liviano. Estábamos acostumbrados a la sombra del edificio más
grande del país que intentaban unos timadores baratos en Sabaneta. Pero los
edificios dibujados con lápiz HB bajo el silencio de una empresa ejemplar sorprendieron
a todo el mundo. Un genio, una especie de calculadora humana, alegraba a sus jefes por su eficiencia numérica frente a las columnas, las vigas y las losas.
Ahora hay funciones en todos los barrios y celebran los dueños de los camiones
de trasteos.
Los políticos no podían quedarse por fuera de la fiesta y mostraron sus
galas. Luis Alfredo Ramos era el conservador de mostrar. El mismo Álvaro Uribe
lo tenía en su llavero para abrir de nuevo la puerta del Palacio de Nariño en
la húmeda y añorada capital. Un politiquero de pueblo que lucía muy bien
bajo el traje del mandatario de provincia. Sin importar que una piraña como
Álvaro Vásquez fuera su hombre en la taquilla. Pero los pillos prometen
demasiado y Luis Alfredo no soportó la tentación. Terminó en la cueva de un hombre
bastante peligroso hablando de votos con los señores de la guerra. Hasta ahora
las explicaciones parecen bastante flacas y a Uribe le tocó sacar de la manga a
un maestro de ceremonias de Pensilvania, Caldas. La ventaja es que en política
se hereda más fácil que en los negocios: Pablo Villegas tienen problemas y
Alfredo Ramos Maya tiene curul.
También Carrasquilla vivió quiebras y los descalabros. El Banco Popular
le rompió la bolsa y dejó una frase de consuelo para los actores de las tres
funciones: “En fin: ¡que esto es la pura inopia! Te encarezco que te entristezcas
tú por mí... No voy yo a perder mi encantadora indolencia, por unos tristes
billetes”.
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