Hasta hace poco las negociaciones en La Habana no habían entregado más
que unos comunicados asépticos, redactados con bisturí, que permitían un grado
de esperanza o indignación basadas en propósitos más o menos abstractos. La
participación de las víctimas en la mesa le ha puesto sustancia, dolor y
política a lo que hasta ahora parecía una discusión gramatical entre guerrilla
y gobierno. Y por supuesto han aparecido la polarización, el oportunismo, los
insultos y hasta los llamados al duelo. Preocupante e inevitable. Política y
rabia será buena parte de lo que veremos de aquí en adelante. El tiempo de la
fraternidad alrededor de la camisa amarilla se acabó hace un mes largo.
En Irlanda del Norte la discusión alrededor de las víctimas no ha
terminado luego de dieciséis años de un acuerdo entre el IRA y el gobierno
británico. Una asociación de víctimas del terrorismo llamada FAIR (Families Acting for Innocent Relatives) pedía hace
solo unos meses que la policía investigara al Viceprimer Ministro Martin McGuinness
por una foto tomada en 1972 -año en que se unió al IRA- en la que aparece
empuñando una pistola Luger ": ¿Cuántas veces vamos a tener que cerrar
los ojos? ¿Cómo se puede decir que este
hombre no puede ser detenido cuando llevaba un arma? ¿No es justo para los
seres queridos de las personas que murieron en Derry en ese momento?",
esas son las preguntas de la gente de FAIR, quienes son víctimas y al mismo tiempo conforman el
ala más radical del Unionismo. Es imposible desligar a todas las víctimas de la
militancia política.
Hace cinco años, cuando todavía se definían términos de reparación y estatus
de las víctimas, un “Grupo Consultivo sobre el Pasado” encabezado por un
arzobispo y un periodista, entregó sus recomendaciones para avanzar en el
proceso. Desde antes de que se leyera el informe ya había reparos de los
miembros del ejército británico porque supuestamente se llamaría “guerra” a lo
que para ellos eran ataques terroristas indiscriminados. Durante la lectura del
documento, que tardó dos años en escribirse, algunos miembros del FAIR debieron
ser callados con amenazas de arresto por parte de la policía. Para ellos era
imposible aceptar que las víctimas de los dos bandos tuvieran el mismo
reconocimiento. Las palabras de los miembros de la comisión sonaban brillantes
y reveladoras para unos y oscuras y escandalosas para otros: “En Irlanda del
Norte estamos tratando con comunidades que han estado en
conflicto durante mucho tiempo, ambas con la misma posibilidad de negar que se
ha hecho mal en su nombre (…) Uno de los objetivos debe ser facilitar que estas
comunidades acepten juntas el pasado para que así puedan admitir su
responsabilidad en estos años de hostilidades”. Se propuso además una
indemnización en dinero para las familias de quienes murieron durante el
conflicto, independientemente de las circunstancias y el bando al que hubiesen
pertenecido.
La escogencia de las sesenta víctimas que hablarán en La Habana es apenas
un debate preparatorio y simbólico. Está llegando el momento de los grandes
dilemas, de los males menores, de la purga con los insultos que será mejor
tragarnos. A diferencia de lo que pasó en Irlanda, aquí las Farc representan a
muy pocos por fuera de sus milicianos y combatientes. Y el horror ha sido mucho
más extendido. Irlanda debate hoy el paradero de diez desaparecidos, mientras
nosotros los contamos por miles. Nuestro arreglo será más difícil, y tal vez sea más urgente.
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