Parece que dos años son muy poco tiempo. El aislamiento, la lógica de la discordia
y la soberbia de las armas son enfermedades que necesitan tratamientos más
largos. Las guerrillas construyeron durante muchos años una épica de la
victoria, una ética de la revancha y unos objetivos basados en la eliminación
del adversario. Su idea de la política está directamente ligada a la
imposición, nunca han tenido que convencer a nadie, su dialéctica termina
siempre con una sigla inapelable: AK-47. Sin darse cuenta todavía están tras la
idea del partido único y creen que la “movilización de masas” es una tarea
parecida a la de los vaqueros y sus zurriagos. En esa tarea nuestros políticos
de pueblo les llevan años de ventaja, saben que la mentira y el menudeo de
favores personales traen fidelidades más sencillas, menos cruentas, y tienen ambiciones
medidas frente a una clientela y no frente a un hipotético “pueblo”.
La alegría contenida de las Farc luego del secuestro del General Rubén
Darío Alzate, su alusión a un hecho extraordinario y a la justicia popular,
demuestra que los jefes guerrilleros todavía creen estar en una íntima confrontación
con el gobierno, o con el Estado en el mejor de los casos. Los negociadores son
combatientes concentrados en el tablero de sus obsesiones ideológicas y sus
odios. Mientras el gobierno debe lidiar con la opinión pública, la oposición
política, la ambición burocrática de sus aliados y los problemas reales del
tablero en La Habana, la guerrilla cree que su juego es un cara a cara con
Humberto de la Calle, Sergio Jaramillo y el General Mora Rangel.
Mientras las Farc sigan pensando que el pulso militar y la humillación pública
del adversario son más importantes que su viabilidad política, el proceso va
terminar mal, tal vez con una firma y un aplauso de la comunidad internacional,
pero ignorado o rechazado por la mayoría de los colombianos. Los jefes
guerrilleros necesitan urgente una larga sesión con algunos encuestadores y
politólogos que les sirvan como psicoanalistas, que los hagan repetir las palabras
“opinión pública” y les aclaren que el “pueblo” que tanto invocan no es su
tropa. Blindar unas zonas para la batalla política mediante el poder armado,
cercar unos pueblos con sus arengas y sus amenazas, los convertirán en unos
políticos muy parecidos a algunos gamonales paracos en las regiones: mandamases
en sus círculos y repudiados en el resto del país.
Hace unos meses el presidente Santos dijo que en este momento del proceso
lo pensaría dos veces antes de dar la orden una operación contra Timochenko.
Esa confesión fue un reconocimiento a unos compromisos implícitos que se crean
luego de dos años de negociación. Tiene que haber surgido un lenguaje y una
esperanza común que haga preferible el camino de la negociación. Para las Farc
parece que todo estuviera muy crudo y todavía fuera el momento de los alardes y
las venganzas. El gobierno reitera que la contraparte tiene voluntad de paz,
pero “el pueblo” necesita una prueba que justifique ver a Iván Márquez y a
Santrich dando lecciones de moral desde un atril en La Habana. Soportaríamos
sus discursos, les entregaríamos incluso la importancia necesaria para rebatirlos,
pero tienen que deponer la insolencia de quienes se acostumbraron al peso del
fusil en el hombro. El tiempo para su tratamiento de desintoxicación se está
acabando.
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