El
llamado a la guerra tiene el atractivo de los mensajes fatales y simples. La
muerte prometida, sea la propia o la ajena, impone una carga de gravedad férrea
y solemne. Así mismo la noble causa invocada entrega una respuesta sencilla frente a
un mundo complejo, inexplicable en muchos casos. Se hacen claros los límites
de la maldad, las líneas que se deben cruzar para estar en la orilla de los
salvadores, de los disidentes contra un mundo sombrío. El fundamentalismo se ha
convertido en una opción cruda del compromiso personal para muchos jóvenes, una
gubia necesaria y brutal contra el tedio de las ventanas, los computadores y
la pantalla del teléfono celular. El heroísmo es una ficción que embelesa a
jóvenes y adolescentes con versiones nuevas en cada generación.
Hace
unos días el ministerio del interior francés lanzó una campaña para frenar el alistamiento
de jóvenes en las filas del Estado Islámico. Son testimonios de padres, madres
y hermanos de estudiantes entre 15 y 25 años que terminaron luchando con los
fundamentalistas en Siria o Irak. Ya no se trata solo de adolescentes sin
muchas miras que crecieron en la periferia de las grandes ciudades y solo se
enteraron de que eran franceses luego de algún gol de Zidane. No son en su
mayoría hijos de inmigrantes árabes que buscan sus raíces en un radicalismo que
honra lo que no conoce y desconoce lo que han vivido desde niños. Se calcula
que al menos 500 jóvenes franceses combaten en Siria e Irak y más de 1500 hacen
parte del Estado Islámico. Al final el ministerio entrega un teléfono para que
los familiares, maestros o amigos prendan alarmas frente a comportamientos que
puedan sugerir la inminente partida de los “mártires” locales. Un botón de
alarma que en el último año y medio se pulsó más de 3000 veces y que en el 25%
de los casos involucró a menores de edad, la mayoría de las veces mujeres. No
sé por qué pensé en Tanja Nijmeijer. Otros estudios sobre el origen de los
jóvenes franceses que combaten en tierra ajena hablan de una mayoría de familias
ateas y de clase media con problemas de hijos soñando con el islam y el
fusil.
Lo
más paradójico es el intercambio de guerreros que van y vienen entre Oriente y
Europa. Ahora Francia teme la llegada de yihadistas entre los refugiados que provenientes
de Siria y otros países. Jóvenes que llegan a cumplir su sueño de mártires en la casa de los verdugos europeos. Y es
posible que estos se crucen en los aeropuertos con los franceses que van a
luchar en las tierras prometidas del islam. Pelear en la casa es un poco más
desabrido, además de la promesa de la guerra está el anzuelo de la conquista de
una tierra nueva.
No
queda más que un poco de pesimismo frente al reclutamiento en nuestra violencia
más práctica, más expedita, menos idealizada. Si miles de jóvenes franceses de
clase media no le encuentran sentido a la amplia oferta (de estudio, trabajo,
fronteras próximas, cultura) de sus familias y su país, qué pensar de
la posibilidad de resistencia de los jóvenes reclutados en nuestros barrios y
pueblos. Con muchas menos opciones y carnadas muy brillantes.
En
Francia han construido una especie de catálogo de mitos que atraen a los guerreros
debutantes. Se trata sobre todo de impulsos personales para buscar el héroe, la
causa humanitaria, el riesgo edificante, el líder carismático, la adrenalina
del juego de video en vivo. Las guerras serán cada vez más
jóvenes.
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