Meter la lupa, el bisturí y las
pinzas para tratar de hacer una cuidadosa disección de cinco décadas de
violencia en Medellín no es una tarea fácil. La idea era darle un poco de orden
a una guerra mutante, cruzada por actores múltiples e inestables, combatida por
un Estado débil y muchas veces cómplice, atizada por el narcotráfico que no
conoce de lealtades y pintada por los arrebatos ideológicos que van y vienen. La
iniciativa nació, durante la alcaldía de Aníbal Gaviria, desde la Unidad de
Víctimas y el Museo Casa de la Memoria en Medellín. Cientos de personas, tanto
víctimas, como testigos y victimarios, contaron su versión de los hechos. El
Centro Nacional de Memoria Histórica y la Corporación Región lideraron el
proyecto, y las universidades de Antioquia y Eafit acompañaron el proceso. Medellín: memorias de una guerra urbana,
fue el título elegido para sus más de 400 páginas que entregan un panorama serio
y algunas cifras y detalles sorprendentes.
Lo primero es ubicar a Medellín como
el municipio más golpeado por el conflicto en Colombia en los últimos treinta
años. Las cifras refutan la idea extendida de un conflicto rural y una
población apática en las ciudades frente a su solución. Se habla de 19.832
asesinatos selectivos, 484 secuestros, 2.784 desaparecidos y 784 “acciones bélicas” en Medellín. La llegada
de la guerrilla fue siempre una especie de fantasma, con algunas apariciones
ciertas, que avivó una reacción por parte del Estado, casi siempre en sus
peores formas, los narcos y los paramilitares. En los setenta la guerrilla era
una noticia en la periferia (Anorí, Nudo del Paramillo, Urabá), pero a comienzos
de los ochenta el EPL tenía capacidad para hacer un acto armado diario en la
ciudad. Secuestros y atracos bancarios eran las acciones mayores de la guerrilla.
Según la policía en 1988 tres cuartas partes de los 200 robos a bancos en
Medellín fueron realizados por grupos guerrilleros. El secuestro de Marta
Nieves Ochoa en 1981 por parte del M-19 llevó a la creación del MAS (Muerte a
Secuestradores), la semilla del Cartel de Medellín y la lógica paramilitar. El
MAS dejó más de 400 muertos en la ciudad y una marca que duraría cerca de
quince años.
Entre 1983 y 1988 el número de
homicidios en Medellín se multiplicó por cuatro. Había llegado la guerra
frontal del Cartel contra el Estado luego del asesinato de Lara Bonilla. Cerca
de 60.000 jóvenes en la ciudad ni estudiaban ni trabajaban y proliferaban las
milicias, algunas veces aliadas con los narcos, las bandas a su servicio y la
delincuencia por cuenta propia. Mientras tanto, el Valle de Aburrá tenía 1.900 policías
asignados y el Estado hacía parte de su “tarea” por medio de organismo de “seguridad”
locales que casi siempre eran grupos de “limpieza” y purgas nocturnas. Solo
Seguridad y Control de Envigado dejó 400 asesinatos entre 1987 y 1991. No es
raro que en esa guerra mutante un ex guerrillero del EPL terminara de líder
paraco, un ex hombre del CTI fuera el gran respaldo de Don Berna y un policía
hiciera de jefe de inteligencia de paras y narcos duros.
Medellín fue también centro de las
desmovilizaciones. Cerca de 900 milicianos al final del gobierno Gaviria, de
esos “reinsertados” mataron al 22%, también algo menos de 900 del Bloque
Cacique Nutibara en 2003, y otros tantos del Héroes de Granada en 2005. Experimentos
todos con alto número de reciclaje criminal. Otra de las ideas que subraya el
informe tiene que ver con la inclinación a privatizar la seguridad, no solo
como experimento espontáneo de los ilegales sino como un ensayo con respaldo
legal. Esa última modalidad, bajo la figura de las Convivir, hizo que a
mediados de los noventa Medellín tuviera una fuerza parapolicial legalizada
equivalente al 25% de la policía.
Una frase del estudio sirve como
resumen revelador para los tiempos cortos de twitter: “En Medellín hicieron
presencia todos los grupos protagonistas del conflicto armado nacional, con el
agravante de que en esta ciudad había una base disponible de bandas, combos y
guerreros retirados de todos los viejos bandos que reactivaron sus destrezas en
el ejercicio de la violencia y las pusieron al servicio de las grandes
organizaciones militares”. La mejoría, sin embargo, es innegable. Hoy tenemos
menos del 10% de los homicidios que teníamos en los peores años a comienzos de
los noventa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario