Desde hace 25 años los sucesivos
gobiernos han pontificado, amenazado y legislado contra el fallo de la Corte Constitucional que despenalizó la dosis
personal en Colombia. Cesar Gaviria, el presidente sorprendido con la
sentencia, habló de la necesidad de un referendo para volver a la prohibición. Los
tiempos de Escobar apenas habían pasado y hablar de drogas sin penas era un
despropósito. Fue más una postura conveniente que una intención cierta. Los
políticos, como muchos fumadores vergonzantes, suelen esconder no sus humos,
sino sus convicciones cuando estas no concuerdan con las mayorías. Luego,
Samper mencionó la necesidad de una reforma constitucional que reafirmara el
compromiso de Colombia contra las drogas. Sabemos que le hablaba sobre todo a
la embajada de Estados Unidos. Samper tenía que hacer olvidar una entrevista
vieja en la que habló de legalización y una campaña reciente en que se habían
legalizado unos aportes.
Para sorpresa de muchos el gobierno
conservador de Andrés Pastrana olvidó el tema. Las preocupaciones eran otras y
fue un milagro que no se invocara a Nora y a los niños para tumbar esa
alcahuetería. La llegada de Uribe marcó una verdadera obsesión con el tema, un
ensañamiento, un vicio casi. En un principio pretendió un empadronamiento por
parte de la policía para los simples portadores. Uribe, siempre tan organizado,
quería sacar el carné del marihuanero expedido por la policía. Y pretendía, además,
el tratamiento obligatorio para adictos. No es claro si eso incluía los
electrochoques que impulsaba su vicepresidente. Luego de cinco intentos
fallidos logró una victoria simbólica en 2009, una prohibición santanderista
sin palpables consecuencias en la calle. Uribe insistió que al menos la reforma
implicaba el obligatorio decomiso de la dosis por la policía. Santos se
posesionó y para seguirle la corriente a quien todavía era su padrino, propuso
una reforma al código penal para que el porte de la dosis dejara de ser excepción
al delito de narcotráfico. Santos era un liberal de foros internacionales y un
policía corriente en el Congreso.
Es el turno del joven Duque. Necesita
mostrarse preocupado por la familia y los menores, requiere una pequeña pantomima.
No importa la reforma constitucional que logró su apoderado, ni que el reciente
código de policía traiga una prohibición expresa del consumo en espacio público
y una clara sanción administrativa. La ministra de justicia dijo hace poco que
la dosis mínima es una “protección a los adictos” y que quien no sea adicto está
traficando. Quiere sacar el carné de adictos. La señora tiene sin duda los
cables trabados.
El proyecto de Duque pretende no solo
castigar el consumo en sitios públicos sino el simple porte obligando al
decomiso de cualquier cantidad de droga, así sea un “cacho de marihuana”, como
dice el presidente con lenguaje setentero. Las consecuencias serán muy
sencillas. La requisa discrecional de los policías sobre “jóvenes sospechosos”.
Un trabajo de Julieta Lemaitre y Mauricio Albarracín publicado por la
Universidad de los Andes en 2013, mostró que las detenciones de la policía
relacionadas con la dosis mínima recaen especialmente sobre indigentes y jóvenes
de bajos ingresos. Los policías deciden cuáles consumidores son potenciales
delincuentes o tienen un “alto grado de excitación” que justifica detenerlos.
Los jóvenes de clase media o alta nunca terminan en los CAI para evitar
problemas. Ahora los policías decidirán a quiénes requisan. Saben en qué bolsillo
pueden meter la mano. Habrá requisa y decomiso para los jóvenes de bajos
ingresos y una pequeña sobretasa para quienes muestren capacidad de pago. Pura
economía naranja.
3 comentarios:
Hola Pascual, Pero algo se debe hacer, contra el narcotrafico. Yo creo que lo mejor es legalizar la droga y que sea el estado el que controle todo. Ademas pienso, que el temor que se tiene al legalizar la droga de que todo el mundo se vuelva adicto;
es mentira, pues legal es consumir alcohol, y no todo el que bebe alcohol es alcohólico; y el alcohol es tan adictivo como las otras drogas, y entre todos los que son adictos, son un porcentaje muy bajo de la población y a esos se deben tratar hasta que ellos acepten que tiene un problema y si no, no hay nada que hacer con ellos.
La solución al problema ya la conocemos todos. Se debe despenalizar y legalizar el porte y el consumo personal y tratar al adicto a las drogas como lo que es: un enfermo. Al adicto a las drogas se debe dar el mismo trato que al adicto al alcohol, al tabaco y otras sustancias, es lo mismo. Es un enfermo que requiere asistencia profesional, es un problema de salud publica y es Estado debe asumirlo, no reprimirlo. Aprovechar lo están haciendo con éxito otros países: Uruguay y Holanda y mirar que de eso nos puede servir a nosotros.
El hecho de que la policia decida de por si es un escándalo.
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