El 23
de marzo de 1895 se jugó el primer partido de fútbol femenino en Inglaterra. Luego
de algunas dificultades para encontrar una cancha los carteles anunciaron el
juego en Nightingale Lane, un campo cercano al hipódromo Alexandra Park en
Londres. Fue un divertido y deslucido 8-3 entre las jugadoras del recién
fundado British Ladies Football Club. En realidad fue más un entrenamiento a
puerta abierta al que asistieron cerca de 10.000 espectadores y al menos
redactores de 4 medios para el cubrimiento. Se juntaron dos oncenos con las
cerca de 30 jugadoras inscritas en el único equipo existente, uniformes rojo oscuro
y blanco y azul marino para las escuadras. La indumentaria no era un asunto
menor. El fútbol no les estaba prohibido pero los códigos de vestuario para las
mujeres eran exigentes. Al final jugaron con blusas anchas como un globo,
pantalones de pescador rematados por medias altas y una gorra para coronar el
dibujo que publicó la revista The Sketch.
Las
crónicas del juego hablaron de las risas en la tribuna, de la precaución y la
cautela como regla del juego y de un público que aplaudió de pie a las
jugadoras al final del juego. La novedad estaba por encima de la calidad: “Los
primeros minutos fueron suficientes para demostrar que el fútbol femenino, si
se toma como racero a las damas británicas, está totalmente fuera de juego. Un
futbolista requiere velocidad, juicio, destreza y habilidad. Ninguna de estas
cuatro cualidades fue evidente el sábado. En su mayor parte, las damas
deambularon sin rumbo por el campo en un trote sin gracia... Las reglas más
elementales del juego eran desconocidas, y el árbitro, el señor. C. Squires, sufrió
un tiempo eterno”. La mejor de la cancha fue una diminuta delantera que la
afición apodó ‘Tommy’ por su parecido a un niño. Pero también hubo un cronista
con una visión que fue un poco más allá de los 60 minutos que se jugaron. El
Jarrow Express publicó: “Las futbolistas no desaparecerán por una serie de
artículos escritos por unos viejos que solo admiran el juego…Si la mujer
futbolista muere, morirá peleando”.
La
mujer que peleó ese primer partido se llamaba Nattie Honeyball y sus
declaraciones a la prensa iban mucho más allá del manido recuento de esfuerzos
tras la pelota. Uno años antes en Nueva Zelanda se había aprobado el voto para
las mujeres y flotaba un aliento feminista entre algunas mujeres de las élites:
“No hay nada falso en la fundación del British Ladies Football Club. Lo hice
con la resolución de demostrarle al mundo que las mujeres no somos las criaturas
ornamentales e inútiles que los hombres se encargan de fotografiar… Espero con
ansias el momento en que las mujeres puedan sentarse en el parlamento y tener
voz en la dirección de los asuntos que más les interesan”.
Pronto
los diarios dejaron de cubrir los juegos y en 1902 se firmó una moción para
prohibir a los equipos masculinos afiliados a la liga inglesa jugar con equipos
femeninos. Algunas escritoras de la época repudiaron la práctica de deportes
donde no se usan enaguas y el fútbol femenino solo regresó durante las guerras,
como evento benéfico, cuando los hombres estaban en los frentes de batalla. Las
jugadoras de clase media no tenían una conciencia de defensa de los derechos de
las mujeres y aún faltaba una década para la aparición de Emmeline Pankhurst y
su Unión Social y Política de Mujeres en Inglaterra. Las futbolistas fueron pioneras
de batallas hasta entonces desconocidas. El balón era solo un pretexto. Las
prohibiciones futboleras solo comenzaron a vencerse en los años sesenta y el
primer Campeonato Mundial femenino llegaría solo en 1991. Algo debe decirnos
que Noruega y Suecia, dos de los países con mayor igualdad de género en el
mundo, sean actuales potencias del fútbol femenino.
1 comentario:
Y yo digo que primero veo un partido de fútbol femenino que un juego de fútbol americano. Que vamos, es una chorrada.
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