La Constitución
exhibe cierta infalibilidad. Una suerte de crudeza en sus costuras, una
solemnidad que rodea sus mandatos y sus maneras, un decoro que sugiere consideración
igual para todos. De eso se trata lo que llamamos democracia: la credibilidad
en un amparo común, una especie de comunión cívica, la confianza en un nudo que
otros tramaron. Pero la letra es frágil, los humanos leen según sus gustos, el
miedo impone urgencias distintas y las formas siempre pueden esperar. Además,
en las cabezas menos dotadas del reino “las virtudes crecen salvajemente”.
Desde
el primer discurso comenzó a notarse. El hombre del gobierno en el Congreso se
inauguró con una arenga iracunda, una advertencia, una venganza, una
admonición. Siempre son peligrosas las intenciones de quienes saben tienen una
primera y última oportunidad. De modo que si no puede convencer con sus
argumentos, el jefe del parlamento esconde dos artículos que no le gustan de
una ley o retrasa su firma temblorosa de escolar que sabe convertida en
contraseña indispensable.
Luego,
un fiscal señalado por la opinión pública decide defenderse con las herramientas
del político intrigante que ha sido siempre. Olvida la necesidad del gesto
impasible que le otorga su poder sobre los ciudadanos. Nada más peligrosa que
un fiscal obligado a ser su propio abogado defensor. En el Congreso se despojó
de su máscara y acusó a sus contradictores, señaló a sus acusados, repartió el
cinismo que solo se le acepta a un discursero inofensivo. No contento con
infundir temor, decidió acercarse a un gobierno desvalido, servirle de filo a un
presidente demasiado blando. Ahora no se contenta con las leyes que acompañan
su tarea de acusar, quiere más penas para todos. O al menos mayores amenazas.
En las
calles la Constitución puede ser un simple libro pirata, una cartilla no tan
magna para una tarea escolar, incluso puede ser vista como “la bicha esa”, según
la expresión de un vecino que después de muerto todavía infunde temores y mueve
electores. El código de policía puede resultar por encima de la Constitución.
Porque así lo han decidido quienes tienen la pistola al cinto y las esposas a
la mano. Ahora no hay amparo garantizado: el capricho, el resentimiento y los
prejuicios dictan quién tiene derechos y quién debe someterse. El más humilde
operario de la democracia termina imponiendo sus reglas no escritas. Los
derechos quedan limitados a las ventanillas de quejas, a la suerte de un
privilegio, a la resignación del pronto pago o la noche en custodia. El
gobierno autista o cómplice no dice nada frente al abuso de su fuerza, parece
que también le teme a sus policías, o comparte algo de su resentimiento y su
furia.
En las
pantallas oficiales también se ven algunas señales no gratas. Un funcionario de
tercera decide defender al soberano más allá de sus facultades. No le gustan
las críticas a una ley, solo concibe el canal de la obsecuencia y exige el
destierro de las dos de la mañana para las palabras del ingrato que no quiere
comer en la mano del amo. Parece que el presidente tiene demasiados defensores
de oficio, inspira una cierta necesidad de cuidado.
También
la confusión atenta contra las certezas democráticas. Cuando el jefe de Estado
tiene jefe las cosas se complican. Se cantan decisiones antes de que la instancia
definitiva haga la seña indicada, el presidente se retracta en alocución severa
y la audiencia se confunde. Los ministros no entienden, el Congreso no copia,
los funcionarios tiemblan frente a las llamadas del poder tras del trono, los países
aliados se conduelen.
No
sabemos cuánta fragilidad puede suponer un atril presidencial que cojea, un
gobierno que no mira al frente sino abajo y deja ver el temor que le inspira la
altura de sus ocho meses de ejercicio.
4 comentarios:
No creo que entiendan, excelente columna, pero lo literario confundira a sus criticós
Se me fueron dos tildes erradas, que puedo hacerhacer...
Claro que este virar a lo totalitario no es nuevo. Es un signo que presagia cosas por venir.
En la vision tercermundista, eso es lo que se considera poder.
XOXO
Excelente sinopsis
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