Las
Farc fueron casi invisibles en las elecciones regionales del domingo pasado.
Sonó la anécdota de una canción en Turbaco y no mucho más. La posibilidad de participar
en política fue sobre todo un acto simbólico de apertura a la democracia de
quienes recién dejaban las armas. Nunca significaron una amenaza electoral en
ninguna parte. Esa irrelevancia de las Farc en política, como grupo armado y como
partido, fue una de las causas de las varias derrotas del Centro Democrático. No
estuvo la sombra que acompañó y amplificó su discurso desde su creación. Hace
cuatro años las elecciones estuvieron marcadas por la negociación en La Habana
y el conflicto activo en Colombia. Seis meses antes del 25 de octubre de 2015
once soldados murieron en un ataque de las Farc en Buenos Aires, Cauca. Fue uno
de los peores momentos del proceso de paz. Los ceses al fuego marcaban todavía
el clima electoral en muchas regiones.
Han pasado
casi tres años desde la firma del acuerdo de paz y las discusiones sobre sus
reglas y su mecánica legal se han hecho viejas. Las disidencias se consolidaron
como amenazas menores. Otro actor de reparto de la economía cocalera. Después
de más de tres años del plebiscito la gente vota verraca por razones muy
distintas. El gobierno y su partido se quedaron atados a un tema que a estas
alturas resulta procedimental. El principal propósito del gobierno Duque este
año en el Congreso, las objeciones presidenciales a la JEP, resultó ajeno a las
preocupaciones de la gran mayoría de los colombianos. Hasta en San Vicente del
Caguán el Centro Democrático perdió la alcaldía que en 2015 ganó con claridad
frente al Polo.
Venezuela
también dejó de ser una amenaza creíble. Con el presidente Duque en el poder la
ecuación cambió. Ahora no era que nos íbamos a caer en el caos venezolano sino
que el gobierno iba a lograr que los vecinos volvieran a la senda democrática.
En Medellín las vallas del CD todavía decían: “Somos la barrera contra
Venezuela”. Parecía que hubieran estado ahí por años. Resultó que no ya no
había riesgo de sumarnos a Maduro, pero tampoco se logró que su gobierno cayera
en cuestión de horas. En el plano internacional desapareció otra sombra.
Además,
el Centro Democrático se agazapó tras un gobierno lejano a todos los partidos.
Se convirtió en trinchera contra los demás políticos. Un gran pecado electoral
en tiempos de coaliciones obligadas. Y el último ungido por el expresidente
Uribe ha resultado sobre todo un veto de confianza. De modo que el partido de
gobierno solo logró ser la mayor votación para las Asambleas departamentales en
el departamento de Antioquia. Los liberales y Cambio Radical ganaron en ocho
departamentos, los conservadores en seis y La U en cinco. Para los Concejos
solo logró mayores votaciones en los departamentos de Antioquia y San Andrés.
No logra crecer en maquinaria mientras su logotipo pierde fuerza frente al voto
más independiente. Y en Antoquia, su gran bastión, perdió en alcaldía y
gobernación. Logro poner alcalde en 17 municipios de 125. Y en el Área
Metropolitana, donde vive el 66% de la población del departamento, solo logró
una alcaldía de las diez en juego. Y el elegido tiene un grillete para que no
camine más de la cuenta.
En
Colombia se ha demostrado que no solo las grandes marchas marcan movimientos y
cambios políticos. Las filas de los domingos electorales pueden ser un ruido suficiente.
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