En la
madrugada del jueves 28 de agosto se conoció el video de Iván Márquez, Santrich
y El Paisa anunciando una nueva etapa guerrillera. Fueron 32 minutos de la
misma grandilocuencia en el discurso y una pose teatral que los hizo más
patéticos que amenazantes. Dijeron que anunciaban al mundo su voluntad de
lucha. Y el mundo respondió con algo de indiferencia. Pidieron cambuche al lado
del ELN para encontrar alianzas. Y el ELN los mira con recelo luego de años de
traiciones y enfrentamientos. La frontera con Venezuela les dio algo de refugio
entre el caos delincuencial, pero los duros de la zona, con años de ventaja en
el negocio, seguro los tratarán como un “estado menor” que debe respetar
antigüedad.
El 29
de agosto a las 11:03 de la noche aviones de la Fuerza Aérea bombardearon una
zona selvática en el municipio de San Vicente del Caguán en el Caquetá. Un día
después el presidente anunció el éxito de una operación “estratégica,
meticulosa e impecable” contra quienes “hacen parte de estructuras criminales
que pretenden ahora desafiar a Colombia”. El bombardeo al parecer era más una
operación política para demostrar, frente a la opinión pública, fuerza y
contundencia contra Márquez y compañía. Ese cuento de la Nueva Marquetalia le
daba al gobierno en apuros la oportunidad de revivir ese enemigo armado y dar
un golpe de opinión.
Gildardo
Cucho, el cabecilla que murió en el operativo, no era en realidad más que un
mando medio de la banda de Gentil Duarte en el sur del país. Se podría comparar
con un “capo” de bandas en una ciudad como Medellín. Se habla de 40 “hombres” a
su cargo, hoy sabemos que buena parte de esa fuerza eran niños, niñas y
adolescentes con menos de tres meses en las lides del fusil y la rancha. El
gobierno no entregaba propiamente el parte de la muerte de Reyes o el Mono
Jojoy. Las autoridades apenas se ponen de acuerdo en el nombre de Gerardo Cucho,
y ese parte de guerra aplaudido en directo por el gabinete de Duque se olvidó
muy pronto, como el gobierno ha olvidado que las “hazañas” de la seguridad
democrática son cosa del pasado.
Hace
un poco más de ocho años, en el inicio del gobierno Santos, se dio un anuncio
similar al del 29 de agosto pasado. En ese momento el presidente celebró la
muerte, en un bombardeo, de quince terroristas en Tacueyó, en el Cauca. Menos
de una semana después el país se enteró de la muerte de cuatro menores de edad
en el ataque. “A estos niños sin experiencia nos toca echarles tierra encima”,
dijo uno de los hombres de la vereda El Triunfo en Toribío. Cerca de 250
menores salían de la guerra cada año antes del acuerdo con las Farc según
cifras del ICBF.
En
pleno conflicto con las Farc se hacía difícil esconder los detalles y las
víctimas de un bombardeo del ejército. Los partes de guerra eran los anuncios
más importantes del gobierno. Ahora, cuando fracasos legislativos y jurídicos,
afugias fiscales, derrotas electorales y líos laborales ocupan buena parte del
debate nacional, fue más fácil para el gobierno esconder la muerte de los
menores. Pero llegó el sobre de manila y todo se supo. Es claro que los
objetivos del ministerio de defensa encarnan amenazas distintas y deben buscar
métodos distintos, que un anuncio de la Fuerza Aérea tiene menos alcances en la
opinión, que los órganos de control y prensa miran con menos diligencia hacia
los militares, y que el gobierno Duque corre todos los riesgos de quedarse con
lo peor de esas ofensivas desmedidas y sin los triunfos mediáticos contra un
enemigo ahora menor.
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