Tres
recientes muertes de civiles atribuibles a miembros de la Fuerza Pública han
alentado un saludable escrutinio sobre las actuaciones de militares y policías
en el país. Dilan Cruz por un disparo realizado por un capitán del ESMAD con un
arma “no letal”, Dimar Torres asesinado a quema ropa por un cabo del ejército y
Flower Trompeta muerto por dos disparos por la espalda en un operativo militar
todavía en investigación. La alerta es importante por los antecedentes de
falsos positivos, y porque Colombia tiene unas cifras relativamente bajas de
muertes de civiles a manos de uniformados cuando se compara con otros países
del continente.
Lo
que ha pasado este año en el estado de Río de Janeiro demuestra que un discurso
que privilegia la seguridad sobre la vida, sumado a la impunidad asegurada para
policías y militares y a territorios con el estigma de la criminalidad puede
llevar a una masacre con armas del Estado y visos legales. Entre enero y
noviembre de este año han muerto bajo el fuego de policías y militares 1.424
civiles en el estado de Rio. Eso es casi el triple del total de homicidios que
tendrá Medellín al terminar el 2019. Las palabras del gobernador Willson Witwel,
un exjuez elegido en octubre de 2018, dejaron muy claro el mensaje durante la
campaña: “La policía hará lo correcto, apunten a sus cabecitas y disparen, así
no habrá ningún error”.
El
error más visible ocurrió en septiembre pasado. La muerte de Ágatha Félix, una
niña de ocho años, por un disparo de militares en las favelas Alemão.
En los primeros ocho meses de 2019 otros quince menores de doce años han sido
heridos, y 43 adolescentes entre doce y dieciocho murieron por los disparos
oficiales. Al menos una tercera parte de las muertes violentas en el estado de
Río suceden en procedimientos de policías y militares. El 95% de los procesos
penales terminan archivados. La policía civil se encarga de las
investigaciones. El presidente Bolsonaro ha dado su apoyo al gobernador y a los
uniformados con una frase bien armada: “Un policía que no mata, no es un
policía”. Este año la policía ejerce más que nunca y las muertes de civiles
bajo su mano han crecido 23%.
Pero
no es un asunto de un régimen de derecha que raya con el fascismo. Lo que pasa
en Venezuela en el momento de mayor degradación del régimen bolivariano es aún
peor. Entregar la seguridad de las ciudades a militares, señalar territorios
como objetivos de guerra (como se hizo en la Operación Orión en Medellín) trae
serias consecuencias. En Venezuela el número absoluto de civiles muertos por
miembros de la policía o el ejército es mayor que el de Brasil, teniendo en
cuenta que tiene una población siete veces menor. El 25% del total de
homicidios cometidos en Venezuela tienen como victimario a un agente estatal.
Sin contar lo que pasa con los colectivos y milicias gubernamentales que actúan
de manera encubierta. Los datos están claros en un estudio de la organización Open
Democracy llamado Uso de la fuerza letal
en América Latina: una siniestra prioridad política.
En
Colombia el 1.5% de las muertes violentas son cometidas por miembros de la
Fuerza Pública. Cifras por debajo de las de Venezuela, Brasil, México y El
Salvador que mide el estudio mencionado. En Medellín, por ejemplo, este año se
suman diez muertes violentas a manos de la policía. Solo en la favela Cidade de
Deus en Río los muertos a noviembre suman 27. Es clave que Colombia ponga ojos
suficientes sobre la pólvora oficial y mire con recelo los discursos que
justifican la muerte hablando de seguridad.
1 comentario:
Terrible. Terrible que siempre hayan tantas muertes.
Especialmente las que son causadas por la fuerza publica. Una verguenza.
XOXO
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