Petro ha hablado de sacar el gobierno a la calle, de salir del Palacio y buscar el contacto popular. El discurso es lo que más entusiasma al presidente, pararse en la tarima y discurrir, recibir el “fervor” popular. Hacer política activa con la banda presidencial, seguir escuchando el “clamor” de la gente. También ha hablado el presidente de un mandato ya sellado, una legitimidad certificada el 19 de junio de 2022 que entregó, según su idea, la imposición al Congreso para aprobar las reformas de su gobierno.
Pero las elecciones han resultado una dura paradoja para el gobierno. El escenario de la tarima, los “diálogos vinculantes” y el gobierno popular en las regiones no se transformaron en votos, y los números de los candidatos del gobierno fueron malos en la mayoría de las apuestas. Es cierto que es ligero superponer la votación de las elecciones nacionales sobre las regionales y locales, pero es imposible no ver una caída del presidente y el Pacto en las apuesta a alcaldía y gobernación. Las cifras parecen confirmar, además, que la caída de popularidad no es una “narrativa” de encuestadores como sugirió hace poco la exministra Carolina Corcho. Durante la campaña el propio Gustavo Bolívar dijo que ser el candidato de Petro no era propiamente un activo electoral. No hubo pacto entre el candidato del gobierno y el partido de gobierno.
En Bogotá, por ejemplo, los números hacen imposible negar la derrota. Lo primero es que el entusiasmo por el cambio ha decaído. En las elecciones para la alcaldía hubo 760.000 votos menos que en la segunda vuelta presidencial. Ese salto de participación que le dio parte de la victoria al presidente ahora es desánimo. Incluso votó menos gente que en las elecciones de 2019 cuando se eligió a Claudia López. Y Bolívar sacó menos de la mitad de los votos que logró la consulta del Pacto Histórico en la capital. La votación de Gustavo Bolívar (18%) estuvo más cercana a la de Hollman Morris hace cuatro años (14%) que al impulso del cambio hace año y medio. En Cali ni hablar. El Pacto sumó 352.000 votos en su consulta y su candidato, Danis Rentería, logró apenas 86.000. Todo eso habla también de un liderazgo que no se transmite del presidente a sus candidatos, quienes hacen campaña con el afiche del presidente tapando su figura. Como en tiempos de Uribe. Hasta en Medellín, donde el crecimiento de la izquierda fue claro en la consulta del PH, el retroceso con Upegui fue claro. El ahijado de Quintero representó a los contratistas y no a esa izquierda creciente.
La idea de un mandato popular que toca obedecer quedó bastante maltrecha. Tanto que en la alocución presidencial el primer mensaje fue sobre la tranquilidad que acompañó las elecciones. Algo así como, no hablemos de los resultados, todo estuvo tranquilo. Y en los trinos del día siguiente habló de los ediles, de los triunfos en Nariño, de seiscientos concejales y setenta diputados. Y de un consuelo algo patético para los once millones de votos del presidente, hace cuatro años no teníamos nada, empezamos de cero, todo lo de hoy es ganancia. Un vaso medio vacío rebosante de optimismo.
El resultado de las elecciones no hará cambiar a un presidente tan convencido como Petro. Tampoco el primer estrellón de las reformas logró cambios. No estamos en el gobierno del cambio hacia adentro. Tal vez lo único sea que el presidente se concentre más en sus sueños internacionales, en su discurso de líder mundial, y lleve más su gobierno hacia las regiones que le son fieles electoralmente, donde el contacto popular sea posible. Esa derrota solo hará que el presidente sea un poco más aislado y un poco más impulsivo y provocador.
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